A lo largo de los años, en la búsqueda de maestros
de la tradición, nos hemos topado con muchos músicos y músicas, bailadoras y
bailadores que viven en la indigencia, no en la pobreza, en la indigencia.
Recuerdo que don Carlos Cervantes, El Maiceno, nos contó del par de años que
vivió debajo de un árbol y sólo con lo puesto. Don José Cruz vivía en las
orillas de Huetamo en una ramadita, de donde colgaba su guitarra, con una cama
de cintas, con un petate y un par de cobijas; no tenía baño y en una parangua
hervía sus frijolitos en un bote; tal vez tenía dos o tres mudas de ropa y
probablemente nunca usó zapatos. En Carácuaro conocí a un tololochista que sólo
poseía la ropa puesta y el instrumento que tocaba.
Unos cuantos maestros ha podido superar esa pobreza, más porque sus hijos se fueron al norte o estudiaron. Uno sólo, don Juan Reynoso, porque su actividad musical fue valorada por el Estado mexicano y pudo terminar sus días sin las premuras que otros tuvieron.
Entre los artistas tradicionales las más vulnerables son y han sido las mujeres. Doña Crescenciana Borja, vivía en una casita con techo de cartón y paredes de bajareque; salvo una grabadora y la máquina de coser la sobrina con la que vivía no poseía nada; ella tenía unos cuantos vestidos y el violín eran sus únicas posesiones materiales.
Doña Azucena nunca se casó, tuvo que mantener a una hermana mayor que duró como diez años postrada en cama. Un vival se apoderó de parte de su casa y ella tenía que salir por la ventana. Hacía pequeñas tareas para ganarse la comida y compartirla con su hermana. Como las gitanas y las mulatas de la Nueva España, se contrataba para ir a bailar a las fiestas, donde además podía comer y beber, y a veces, llevarse un taquito a su casa. En el pedazo de casa que tuvo, no tenía baño, así que tenía que hacer sus necesidades era un problema.
Afortunadamente, a partir del reconocimiento que promovió David Durán, fue convidada a homenajes, fiestas y festivales. Pudo sentir el cariño, y en parte la retribución económica que le era tan necesaria.
Lamentablemente, como sucede a tantos ancianos, murió sola, sabrá dios si comió o fue de hambre; se le encontró, como suele suceder, cuando los vecinos, incluido el ingrato, consideraron que los aromas ya no eran los habituales.
Hoy, día del maestro, se le rindió el último de los homenajes que le harán las autoridades; quienes irán en pos de la siguiente figura que les ayude mediáticamente.
Mañana vivirá en el recuerdo, e incluso entre quienes no la conocieron, cada vez que alguien enseñe su paso, descanse en paz: ¡Pobre iguanita!
Unos cuantos maestros ha podido superar esa pobreza, más porque sus hijos se fueron al norte o estudiaron. Uno sólo, don Juan Reynoso, porque su actividad musical fue valorada por el Estado mexicano y pudo terminar sus días sin las premuras que otros tuvieron.
Entre los artistas tradicionales las más vulnerables son y han sido las mujeres. Doña Crescenciana Borja, vivía en una casita con techo de cartón y paredes de bajareque; salvo una grabadora y la máquina de coser la sobrina con la que vivía no poseía nada; ella tenía unos cuantos vestidos y el violín eran sus únicas posesiones materiales.
Doña Azucena nunca se casó, tuvo que mantener a una hermana mayor que duró como diez años postrada en cama. Un vival se apoderó de parte de su casa y ella tenía que salir por la ventana. Hacía pequeñas tareas para ganarse la comida y compartirla con su hermana. Como las gitanas y las mulatas de la Nueva España, se contrataba para ir a bailar a las fiestas, donde además podía comer y beber, y a veces, llevarse un taquito a su casa. En el pedazo de casa que tuvo, no tenía baño, así que tenía que hacer sus necesidades era un problema.
Azucena Galván (+) |
Afortunadamente, a partir del reconocimiento que promovió David Durán, fue convidada a homenajes, fiestas y festivales. Pudo sentir el cariño, y en parte la retribución económica que le era tan necesaria.
Lamentablemente, como sucede a tantos ancianos, murió sola, sabrá dios si comió o fue de hambre; se le encontró, como suele suceder, cuando los vecinos, incluido el ingrato, consideraron que los aromas ya no eran los habituales.
Hoy, día del maestro, se le rindió el último de los homenajes que le harán las autoridades; quienes irán en pos de la siguiente figura que les ayude mediáticamente.
Mañana vivirá en el recuerdo, e incluso entre quienes no la conocieron, cada vez que alguien enseñe su paso, descanse en paz: ¡Pobre iguanita!
(15 de mayo
de 2016)
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