martes, 14 de abril de 2020

El verdadero aprendiz encuentra a su maestro


Estaba pensando en los rituales y su caracterización, porque la propuesta de hacer un ritual de ofrecimiento del mismo espacio que ahora debe llevar un nombre distinto y oficial parecía pertinente. De ahí me asaltaron las dudas de dónde comienza el rito y donde comienza el mito, y dónde la vida cotidiana, que no se pueden dar por hechas así como así; pero para las cuales las respuestas no siempre son verbales y racionales, pueden ser acciones y sentires; robándome la propuesta de mi maestro don Agustín Jacinto, la respuesta era tal vez prender una vela, o servirle una copita de mezcal a los "muertos", o mejor aún, ponerme las chanclas en la cabeza y gritar como chíscuaro.
Chíscuaro

      Un rito es una acción social que tiene sentido trascendental para quien lo realiza en el marco de una cultura; la lógica la provee el mito y la eficacia la reproducción social en el marco de la tradición.
      No quiero meterme en las honduras y resentimientos de la eficacia de los "fandangos urbanos multi-región" y mi opinión será traslúcida al hablar de lo que sucede en El Tecolote (v. g. oficialmente El Chíscuaro). Arcelia es un modelo de la situación que viven otras ciudades medias en México desde mediados de los años 70 del siglo XX, un crecimiento urbano desmedido y sin planificación, lo que lleva a la construcción de núcleos poblacionales sin servicios básicos y al impacto ambiental sobre el entorno; los arroyos desaparecen, las cañadas se vuelven basureros, no hay agua potable y los espacios verdes, de educación y cultura son nulos, o están fuertemente centralizados. Además, las ciudades medias de la Tierra Caliente sufren las presiones de la delincuencia organizada, que copta los bailes masivos, las fiestas patronales y barriales, que imponen grupos y formas musicales, y silencian a quien se les opone. Los gobiernos municipales de estas ciudades pequeñas no tienen el dinero suficiente para atender a su población y son, generalmente, el botín de los caciques locales y sus familias, quienes constantemente son designados "funcionarios" municipales aunque no tengan la más remota idea de qué deben hacer, cómo deben hacerlo o para qué; usualmente en el ramo de la cultura es un "profesor/a" cuya militancia política la coloca frente a una regiduría que incluye al "Turismo" y la posibilidad de dirigir la Casa de la Cultura; ello explica por qué todo los actos cívicos y "culturales" parecen festival de día de las madres.
      A diferencia de los pueblos, donde las tradiciones forman parte de la vida ritual y se mantienen ligadas al mito. En las ciudades medias hay propuestas "civilizatorias" que emanan de los modelos centrales y que constantemente desplazan a las formas locales de cultura: las "discos", los locales de "videojuegos" o de "internet", las "bodegas Aurrera" o soriana, las escuelas técnicas y las normales, generan necesidades "distintas" para los jóvenes, ¿dónde socializar, encontrar novi@, festejar, emborracharse, escuchar música, bailar? Esos lugares y prácticas no serán las de los pueblos pequeños, pero tampoco l@s de las grandes ciudades, con salas de cine, cafés, museos, restaurantes, bares con música especializada (culturantros), gimnasios, clubes de cosplay, filatelistas, gnósticos, etc., etc.
      En las ciudades medias, que representan una buena parte de la población urbana del país (unos 20 millones de personas), todavía es posible evidenciar el vínculo de la tradición, el mito y el rito como parte de una explicación del mundo a partir de una civilización (basada en Mesoamérica, o característica de la zona media del territorio actual de México) en donde los elementos externos, europeos, africanos, asiáticos y oceánicos se integraron , con elementos autóctonos diversos, pero con un sustrato común. El carácter agrario, de ciclo temporal y con predominancia del conjunto maíz, frijol, calabaza y chile, le dio características compartidas, pues aunque existen muchos tipos formas, colores, tamaños y sabores del maíz a sólo hay hay una forma de obtener su semilla y plantarlo para su reproducción. Esa dependencia que tiene el maíz del hombre, y los hombres que vivimos desde hace miles de años en el área central de México del maíz, es una característica que no podemos dejar de lado. Sembrar maíz no es redituable en la lógica económica imperante del sistema mundo en que vivimos; sin embargo, "...sembramos porque es costumbre; dijo un viejito al pasar" y porque comemos maíz. Allá los gringos, los rusos y los chinos si quieren sembrar maíz para darle de comer a los puercos, hacer azúcar, sacar aceite, nosotros sembramos para comerlo y hacerlo en lugares como los Balcones de la Tierra Caliente, o en general en las vertientes de las Sierras Madre Occidental, Oriental y los macizos del Núcleo Volcánico Transversal es tan difícil que la Coa, Tarecua, Enduño, bastón plantador, o como se llame localmente, se sigue utilizando. Ello implica la tumba, roza y quema, la preparación en declives a veces de increíbles 60 grados y la necesidad de "combatir" o realizar trabajo comunal, rotativo y no pagado, sino en especie (música y elotiza de por medio). De entrada, en zonas de temporales magros, aguas en tromba y secas en años, la racionalidad no impera, la lógica es la de la religión; con una fe "sui generis" donde el sexo no puede ser¿pararse del culto, ni de la vida cotidiana.
    Sembrar maíz implica la incertidumbre constante de que se logre la cosecha y ésta depende de un equilibrio que no se piensa terrenal sino mítico. En que el sol y la luna mantengan sus ciclos y que el viento traiga la lluvia y que esta no sea tal que ahogue a la planta que con cariño y cuidado el hombre a seleccionado, desgranado, guardado y vuelto a plantar, haciendo hoyos con sus manos y tapándolos con sus pies. Nada de tractores Juan Venado porque aquí no hay tecnología que valga a no ser la que el herrero hace abrazando el cobre o el hierro a la punta de una vara.
Igual podríamos decir de pastorear vacas o pescar, sembrar ajonjolí, sorgo, mango, sandía o melón, salvo que en algunas de ellas las agroindustrias transnacionales ya entraron al juego y rentan las tierras hasta dejarlas hechas un basurero químico a sus ejidatarios posesores.
Esos ritos de cosecha, petición, imploración, demanda, agradecimiento y súplica es posible verlos en las ciudades medias; es posible que los jóvenes hayan participado en ellos, aún cuando sean hijos de profesionistas liberales y hasta "librepensadores", como les decían los abuelos a los ateos. Limpiar ojos de agua, bendecir semillas y agua, misas para "animales" o para pedir por ellos, procesiones a los cerros, danzas y prácticas mágicas de añeja raíz que hablan de diosas antiguas y donde el maíz aparece como figura central forman parte de la literatura oral de las pequeñas ciudades y el escepticismo no los cuestiona abiertamente.
Es por ello que, centros culturales como El Tecolote, El Chíscuaro, La Parota, La Ziranda, El Astillero, El Naranjo, y tantos más que van creciendo por la Tierra Caliente, toman relevancia, porque se presentan como espacios de socialización para los jóvenes de los centros urbanos medios, quienes se reúnen para tener amig@s, novi@s, divertirse, bailar, cantar, tocar un instrumento y, tal vez, sin ser plenamente conscientes de su papel, como reproductores sociales de prácticas antiguas. Golpean con sus pies el tambor de parota y con ello llaman a la lluvia, le cantan a los pájaros y a los animales en un ciclo ritual que alterna al sol, el día, lo caliente, con la luna, lo oscuro y lo frío.
     A veces los mitos se hacen explícitos en la representación de las leyendas locales, a veces no, y éso me lleva a la pregunta ¿es necesario hacerles partícipes de la hermenéutica hermética que priva en la lógica del ritual y el mito? La respuesta no es sencilla, de entrada el conocimiento sólo se pone a disposición del iniciado que lo solicita con un fin que no es personal sino comunitario; luego, explicarlo no implica que su relevancia sea aquilatada y comprendida; el conocer las llaves que explican la tradición no necesariamente mejoran su práctica ni garantizan su "preservación"; finalmente, todo conocimiento es poder y responsabilidad, así que brindarlo "abiertamente" implica conocer a profundidad al nuevo depositario del mismo.
    Así que, hablar en aquella mesa, donde Los Plateados escuchaban, para mí fue gratificante, porque no se trataba de "enseñar" los contenidos de la tradición sino su lógica, la cual es caótica y subversiva: como es la risa, según Bajttin, y la risa de los pobres (los subalternos diría Gramsci) cuestiona al poder incluso como discurso "implícito" en y para los discursos dominantes (diría Scott). Cenar con frijoles, nopales, queso y mezcal; reírnos, comentar lo pasado durante los recientes eventos en la tabla, decir si tal o cual persona era oreja de Gobernación, atacar las relaciones sexuales establecidas, etc. fue una forma de hacer una reflexión "semi" concluyente, o concluyente; pero a la vez, con décimas, sextillas y coplas formó parte de la tradición, de ése ritual que se llama fandango, que encadena lo cotidiano, como cenar lo de todos los días, platicando lo extracotidiano, con el rito propiciatorio de la siembra del maíz, justo cuando se debe y hacían en los alrededores la preparación para sembrar la milpa y, Dios y San Isidro quieran, esperar las aguas.
 (28 de abril de 2016)

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