Aunque mi defensa del Museo como lugar de memoria y
de investigación del pasado pareciera el culto al objeto "per se",
por sí mismo, no hay tal. El objeto es un producto social, que descansa, como
el relato, en forma y función en los imaginarios compartidos de quién lo crea y
quién lo usa. A veces la oralidad es ilustrada, materializada en el objeto,
pero la condición material permite al objeto sobrevivir a su creador, a su
sociedad incluso. Por otro lado, cierto tipo de oralidad (el refrán, la copla)
sólo descansa en la memoria de las personas; mi admiración a quienes decidieron
atesorar lo que la generación que les precedió les otorgaba, sin por eso
renunciar a lo que les rodeaba; gracias a ellos, los que ahora estamos, hemos
podido saber a través de sus historias, de sus objetos y de los escritos,
detalles que a la generación intermedia, de nuestros padres y profesores, no
les importó conocer.... Pondré un ejemplo, donde intentaré mostrar que todo se
junta para reconstruir la historia de los de abajo, no la de los próceres, sino
la de la gente común y corriente, que fueron nuestros abuelos, y no por ello
prescindible.
Estoy bajando el Censo de 1930 del sitio de los Mormones, por él
puedo saber que en ése año Los Hermanos López, vivían en Undameo (a 5 minutos
de la ciudad de Morelia), aparecen como músicos, ellos enseñaron a don Jesús
Pérez, del mismo rumbo, los jarabes o uinumos de Acuitzio, que bajaban hasta
Etúcuaro, pero en San Diego Curucupatzeo ya no les gustaban (según don Joaquín
Pérez, hijo de don Jesús, ahora de 80 años). Oralidad y documento, me permiten
tener 20 de esas piezas grabadas en 1973 (por don Jesús con sus hijos Joaquín y
Aurelio), que probablemente nadie más recuerde; para compartir y que los amigos
folcloristas (zapateadores) tengan más "repertorio" para montar en
sus festivales, pero también, para que los niños de la ciudad y de su área
rural, sepan que semos jaraberos y de abolengo... pues en 1856, en la calle del
Santo Niño (y yo calculo que donde estaba El Huerto), mataron a un soldado
cuando el arpero, que era de Guadalajara, se fue a miar y le dejó el arpa a un
parroquiano para que le siguiera (según documento en el Archivo Histórico del
Poder Judicial de Michoacán); y que en 1813 el canónigo Martín García de
Carrasquedo, alentó en una boda a que se bailara el Jarabe, como es usual en
estas tierras, diciendo que no podía haber excomunión a una diversión popular.
Además, hay que celebrar que oralidad y materialidad se juntan en las varias
"armonías" (guitarras quintas de órdenes dobles) que tenemos, como
prueba de que en la ciudad se tocaron jarabes y otras músicas con esos objetos
de madera; uno en particular construido en los años 70 por los Negrete, familia
de Paracho, afincada en la calle de Nicolás Bravo, a dos cuadras del Santo Niño
(que debió ser bien jarabero) y quienes también aparecen en el censo de 1930
como "guitarreros". Esta historia de nuestro pasado artístico popular
está construyéndose y no sólo desde la oralidad, también desde el documento
escrito, el instrumento y espero, pronto, desde la imagen...todo...tod@s
cuentan fragmentos de nuestro pasado... a cada generación le corresponde la
difícil decisión de tomarlo, usarlo, preservarlo y ponerlo a disposición de la
nueva generación; o bien, no continuar...
Ante tal situación, algunos amigos
andamos buscando que se reconozca al Jarabe como patrimonio de los Balcones de
Michoacán, incluida la ciudad Morelia, de larga tradición en ello; pero además,
que se siga USANDO en las fiestas...porque como cantaba Chanita, versos de la
tradición:
Ah! Que bonito jarabe
han comenzado a tocar
pero quién sabe, quién
sabe?
Si lo sepan aquí bailar...
(4 de septiembre de 2018)
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