miércoles, 29 de septiembre de 2021

El Censo de 1930 y los músicos en la Tierra Caliente.

 A diferencia de muchos lugares de la Tierra Caliente donde hubo músicos tradicionales que no fueron censados como tales, en Ajuchitlán hay varios filarmónicos registrados como: Felipe González, 45 años casado; Máximo Justo de 40 años y Juan Rayo, de 18. Usualmente se designa como "filarmónico" a los que saben leer nota y dirigen orquestas, la capilla de la Iglesia o la banda municipal.

Los designados como "músicos" usualmente son instrumentistas que pueden o no leer música. En el censo se enuncian Taide Leandro de 45 años, Santana Salazar 17 años, Vicente Escalante, 35 años, Tomas González de 16 años, todos como músicos.
Hay un tercer caso que es bien interesante, los que aparecen con otro oficio y tienen tachado "músico", tal vez porque el ejercicio primordial no era la música; en Ajuchitlán están Alfonso Alonso de 38 años, y Alberto Tavira de 40 años, aparecen como Alfareros y tienen tachado Músico, pero sabemos que si ejercieron como tales.



Industrias culturales y músicas tradicionales

 Desde mediados del siglo XIX en E. U., en Tin Pan Alley, en Nueva York y en Nueva Orleans se establecieron casas editoras de música que compraban los derechos de música producida continua y constantemente para abastecer los programas de los teatros norteamericanos.

En el Caribe y América Latina sucedía algo semejante, pero las editoras estaban en Madrid y Barcelona, desde donde nos llegaban nuevas zarzuelas, tonadillas y formas de canto y baile que iban y regresaban, desde el siglo XVII; sin embargo, las independencias políticas de las jóvenes naciones permitieron conocer otras "formas musicales" e incorporarse a unas nacientes industrias culturales.
A nivel nacional, las ciudades capitales políticas y económicas crearon sus propias casas editoras, o bien, como en el caso mexicano, sus mercados fueron coptados y controlados por dependencias de Europa. Si bien existieron casas "nacionales" como Murguía, en la ciudad de México, o regionales, por ejemplo: Juan Buitrón y los Martínez Avilés en Morelia, los mercados nacionales fueron controlados por Wagner y Lieven, Niegel, alemanes, y por los españoles Dotesio, Romero, Salvat, Pujol.
Arrancando el siglo XX PHAM (Promotora Hispanoamericana de Música) y EMMI (Editora Mexicana de Música Internacional) fueron desplazando a las casas europeas y conformando un catálogo "nacional", que compraba música por América Latina y la revendía en ediciones impresas en México y distribuidas, por correo, por muchos lugares, incluso los más remotos.
Don Alberto Albarrán recibía por correo en 1917, publicaciones de la "Escuela Cultural", de la ciudad de México. Aunque la mayoría del archivo fue quemado, por una de sus hijas, podemos suponer que tuvo acceso a las publicaciones referidas, pues en su "Cuaderno de valses" aparecen transcritos muchos editados y de compositores reconocidos como Piglo de Perú, Valdespino de Cuba, Valverde de Guatemala, Mora, Barcelata, y Cárdenas de Mexico, cuyas ediciones se hicieron entre 1894 hasta 1941.

Breves disquisiciones sobre el estudio de los instrumentos musicales

Breves disquisiciones sobre el estudio de los instrumentos musicales del pasado "temprano virreinal", de la necesidad de combinar fuentes y no arriesgar nada, si no quiere uno ser señalado por el dedo flamígero de los "iconografistas" (qu sólo se leen ellos).....
Lo que yo creo, es que en la Nueva España de fines del siglo XVI y principios del XVII la experimentación musical (que en Europa viene desde el siglo anterior) va en distintos órdenes y niveles, centrémonos en la construcción de los objetos sonoros. En Europa se desarrollan "familias" de instrumentos que usualmente van por tamaños y rangos de posibilidad tonal, del Bajo al Tenor/Sopranino, que quedan marcadas en nuestras "jaranas jarochas", y menos conocida, en las guitarras michoacanas de los p'urhépecha.
A los "punteados" con plectro se les ponen arcos, y los que hacían "melodía" se ponen a tocar la "armonía", las famosas "violas de gamba", que marcan la técnica de ejecución del violonchelo p'urhépecha (de "serrucho"), que hacía la "armonía" en las orquestas de la Meseta Tarasca, y en los Balcones de la Tierra Caliente (menos conocido aún); en ambos casos la vihuela mariachera "unificadora" y masiva los ha ido llevando a la tumba. Las cajas de resonancia se escarban, se ensamblan y se escarban y ensamblan; aunque algunos suponen/proponen identificar escarbado con "popular" y "ensamblado" con "culto", creo que no hay tal. Las bocas armónicas de los instrumentos también se usan para experimentar; van de círculos a cuadrados, en f, en c, en distintos lugares de la tapa armónica; y uno lo puede ver en nuestras arpas tradicionales de la Huasteca y la Jarabera del Bajío.
Además, como diría la Roubina, está la "imaginación" del imaginero que representan a los músicos e instrumentos, con una "intensión", más o menos "realista", pero aquí disciento y por ello puse en otra publicación la trompeta tocada con el culo en el pergamino medieval; si bien puede ser tomada como una "broma", lo cierto es que un objeto puede ser tocado de diferentes maneras, tomándolo de muchas formas, aunque unas pueden ser "mas correctas" que otras, verbi gracia, el violín ¿cómo se toca? Ojalá no responda un "estudiao", de esos que tienen el cerebro en el oído.
Afirmar que algo es una "guitarra" o "una vihuela" por su apariencia es difícil; también lo es "imaginar" un instrumento a partir de una palabra en un documento, y peor si es una "traducción"/neologismo creado para los nativos por los frailes de diversos orígenes; aquí cité a Gilberti, que a pesar de su apellido era "francés", de Poitiers, digamos con ascendencia "italiana" (que en realidad eran una serie de reinos, ducados, condados y estados papales, donde ni siquiera se hablaba el mismo "idioma", sino una serie de dialectos... y por el otro a Alonso de Molina, extremeño, toledano, guadalajareño, incluso de Jaen, lo que es cierto es que venía de una región con presencia judía y mora. ¿A qué se refieren cuando hablan de "vihuela"? o ¿"cuerda" para esos instrumentos? Tlaluamecatl le llama Molina y luego lo sigue Gilberti; o "viuela" como "mecaueuetl"....



Isauro Salanueva... violinista.

 Isauro Salanueva fue un violinista oriundo de San Miguel Totolapan, cuando el empleado municipal tocó a su puerta para registrarlo en el Censo Nacional de 1930, vivía en la casa marcada con el número 20 de la calle Ignacio Zaragoza, en ése momento dijo que tenía 30 años, era filarmónico, es decir, sabía leer nota, estaba casado con Emeteria Araujo de 27 años y ya tenían sus hijos: Filiberto de 8 años, Eloisa 7, Isabel 6, Reynaldo de dos años.

Don Isauro era bastante “cariñoso”, pues poco antes de que viera la luz primera su hijo Filiberto, el 27 de abril de 1923, nació su hijo Juan Popoca, que lo tuvo con Ma. Guadalupe Popoca de 58 años, residente en Iguala, Guerrero. En el acta dice que tiene 45 años, es filarmónico y reside en Otatlán. Luego en 1934 tuvo un hijo Ernestina Camargo de 23 años de edad, soltera, de San Nicolás del Oro, que registraron como: Isauro Salanueva, al que seguirían Ariel y otra criatura que no hemos encontrado aún.
Cuando nació Filiberto el 15 de mayo de 1923, el Regidor Primero y Presidente del Honorable Ayuntamiento Gil G. Heredia, dijo que la Señora Emeteria Araujo era “de raza indígena pura”. Sus abuelos fueron registrados como: Pascual Esteban y Eligia Gerónimo, que vivían en ése año, por el padre, y en línea materna los señores Bacilio Juan de Dios y Eduarda Araujo, ya difunta. En las actas subsecuentes dirán de doña Emetaria que es indígena y que el es “de raza mezclada con blanca”, pero también “de raza pura indio originario de esta población”.
Los apellidos de Isauro deberían ser Esteban o Gerónimo; sin embargo, aparece como “Salanueva”. Hay aquí entonces un proceso que me parece coincide con varios músicos, como los Albarrán y los Tavira, que siendo indígenas cambian sus apellidos para adscribirse como mestizos.
Es interesante también resaltar que, es en estos años los 20s, cuando se vuelve a registrar el origen étnico de las personas en la Tierra Caliente y en otros lugares, como El Bajío.
La ocupación laboral de don Isauro cambió con el tiempo, pues al principio si aparece como “filarmónico”, luego como “matador” (es decir “matancero”), “jornalero” y al final de su vida como “agricultor”. También cambió varias veces su residencia: San Miguel Totolapan, Otatlán, San Bartolo, San Nicolás del Oro, San Miguel, buscando el sustento para sus varias familias.
Es probable que Filiberto Salanueva siguiera el oficio paterno, pues al contraer matrimonio a los 23 años con María Taide Reyes, el 19 de enero de 1946, aparece como su testigo: Bricio Cruz, de 35 años, casado, filarmónico, con domicilio conocido y sin parentesco con la pareja. Es decir, que uno de los convidados importantes y más próximo a su edad, que a la de su padre, era también músico.

Juan Fabián


El Censo Nacional de 1930 registró en San Juan Chamacua, no confundir el de “Los Bonitos” con el de “Los Feos”, a don Juan Fabián, de 40 años, músico, casado con Agustina o "Agapita" García de 38 años, viviendo con sus hijos: Daría de 4 años, J. Consuelo hijo de 2 años y J. Santos Fabián de 2 meses.
A estos siguieron, Daniel, nacido el 20 de diciembre de 1938, pero que no vivió mucho; pues en 1946 nació Angelita, y ahí se registra que es la cuarta hija. Don Juan aparece como agricultor.
Un año después, la hija mayor, Daría, se casa con Efrén Hernández Vera, entonces ambos viven en La Quesería. Los testigos son Adolfo Echeverría, de 45 años, y José Echeverría, de 35 años, casados, agricultores, vecinos de San José, de La Quesería.
A los 20 años, el 23 de septiembre de 1950, aunque en el acta dice que tenía “27 años”, J. Santos se casó con Felipa Pineda, de 14 años, vecina también de La Quesería.
El 15 de abril de 1958, su hijo Santos, que entonces tenía 28 años, comparece ante el Juez del Registro Civil para dar a conocer la muerte de don Juan Fabián Orgaz fue hijo de Rafael Fabián y Nicolasa Orgaz, murió de fiebre a los 58 años.
Don Juan es un ejemplo de estos músicos que no llegarían a ser "famosos" ni referidos por otros músicos; pero que, como practicantes del oficio, necesariamente contribuyeron a su difusión, preservación e innovación.
Si conoce a los descendientes de don Juan Fabián, de San Juan Chamacua, fallecido hacia 1958, o de don Santos Fabián, y tienen una foto, les agradecería la compartieran...

Los Monterrubio


Al igual que los Tavira, los Albarrán y Salanueva, los Monterrubio cambiaron su apellido, que los identificaba como indígenas, por uno distinto. En algunos lugares este proceso de “integración”, como en la Mixteca, ocurrió a fines del siglo XIX, cuando la desamortización y el reparto de propiedad comunal disgregó a los pueblos, por un lado, mientras la castellanización promovida por las instituciones del Estado, hacían su trabajo para que los propios sujetos buscaran “cambiar”, aceptar el modelo de lo “nacional” e incomodarse con sus prácticas e identidades sociales.

El origen familiar está con el abuelo Antonio Esteban Juan y Petra Cruz, quien tuvo a Roque y José Monterrubio, ambos músicos. Los Monterrubio, como los Salgado, los Salmerón, Arturo Villela, el propio Juan Reynoso, probaron suerte a la mitad del siglo XX en la ciudad de México, tocando para los paisanos que emigraban en busca de mejores oportunidades, los caciques que iban al centro económico y para los políticos regionales que buscaban ascender al gobierno federal. Ya sabemos que el mariachi tomaría primacía por factores diversos, en parte por haber iniciado estos procesos con anterioridad y porque la élite política, empresarial y cultural procedía del Occidente de México; sin embargo, hubo márgenes para que algunos individuos y grupos pudieran insertarse en el mundo del entretenimiento con mayor o menor éxito. Algunos llegaron a grabar algunos discos, presentarse en centros nocturnos, teatros de revista y estaciones radiales; pero la mayoría vivió modestamente anclados en restaurantes, bares y cantinas donde solían concurrir los paisanos. Es por ello que varios decidieron, o no les quedó de otra, regresar a la región, o nunca se animaron a irse a la aventura.
Los Monterrubio pudieron transitar por ambos caminos, Roque permaneció en el pueblo, en tanto José y su hijo Pedro Monterrubio formaron Alma Guerrerense, pudieron grabar algunos discos como dueto de guitarras, en un estilo que caracterizaría a la región, sobre todo a la zona serrana, con un requinto y una guitarra de acompañamiento, con el canto en dos voces; pero también, integrar el cuarteto Los Alegres del sur, integrando a violinistas de la región como: Bardomiano Flores, Filiberto Salmerón, Guadalupe Tavira, Alfonso Salgado y Natividad Leandro.
Don José Monterrubio nacido en 1892, se casó a los 20 años, con María Petra Abimael Palacios de 18años, nacida en 1894. Tuvieron varios hijos dedicados a la música: como Lorenzo, Roque y Pedro.
En 1930 vivían en la casa número 1 de la calle Independencia, Roque Monterrubio, entonces dice al empleado del Censo Nacional: tener 26 años, ser filarmónico, en unión libre con Emilia Fabián, de 25 años; con ellos estaba Juana Fabián, 50 años, viuda y abuela de la familia; con los niños Paula 12, Federico 7, Jequelia 6 años. Cuatro años mas tarde al nacer Bartolo, el Juez del Registro Civil, David Capuzano le toma las generales a don Roque Monterrubio dice tener 33 años de edad, soltero, católico, mexicano, filarmónico, y lo califica “de raza pura de indio”, su conyugue, Emilia Fabian, vuelve a decir que tiene 25 años de edad, soltera, y también es clasificada como “de raza pura de indio”. Por la firma sabemos que don Roque escribía muy bien, lo que implica paso por la escuela y uso con cierta constancia de la pluma.
El día 27 de enero del año de 1943, en San Miguel Totolapan, Federico Monterrubio, soltero, filarmónico, de 24 años de edad, hijo legítimo de Roque Monterrubio y Eusebia Fabián, decide unirse con Maximina Catalán, célibe de 19 años de edad, “con la profesión de su sexo”; en ése momento la pareja vivía en el pueblo del Cubo.
Entre los testigos está un joven que también sirvió de referencia para el matrimonio de Isidro Salanueva, se trata de Bricio Cruz, de 27 años, hijo de Severiano Cruz, viudo, filarmónico de 66 años; pero ésa es otra historia.
Regresemos a 1930, año del Censo Nacional, en la calle del Progreso, en la casa número 20, vivía José Monterrubio, de 35 años, “músico”, lo que nos indica que no sabía leer nota, casado con Abimael Palacios, de 30 años, con sus hijas e hijos: Santos, una jovencita de 14 años, Uberta de 12, Lorenzo de 8 años, todos “escolares”, Vicente de 4 y Pedro de un año, el futuro compañero de su padre.
Don Pedro, como suele suceder con los benjamines, tuvo gracia, era sociable, y tenía una habilidad con la guitarra y buena voz. Tocaba en un conjunto regional con su padre, don José, pero al iniciar los años 60, deciden migrar a la ciudad de México, llevando la música de la región a los paisanos que en éxodo masivo se afincaban en la capital; así que de los velorios, cortejos fúnebres, ramilletes, tamaleadas, atoleadas, shinuleadas, serenatas, mañanitas, nochecitas en el pueblo, pasó a los eventos culturales y políticos, o de los políticos en la región. El 25 de enero del año 2002 falleció en la ciudad de México.
Les dejo una versión de Zirándaro, que se convirtió en un objeto sentimental para los emigrados en la ciudad:

Un repertorio diverso y compartido

Aunque se reconoce la influencia de las músicas populares mediáticas en el repertorio de la Tierra Caliente, todavía no hemos determinado de manera concreta aquél que fue incorporado mediante el disco y la radio nacional. Hay una tendencia nada sana a atribuir la autoría de piezas a músicos tradicionales “emblemáticos” (cuando menos para algunos grupos sociales locales), como Isaías Salmerón o Juan Bartolo Tavira, costumbre que ahora se realiza con Juan Reynoso. Aunque pudieron componer algunas piezas, no es probable que lo hicieran con la mayoría del repertorio. La libreta de coplas de don Alberto Albarrán nos puede ayudar a entender esos procesos de apropiación de piezas distintas a la tradición; ahí podemos encontrar un “gusto menor”, es decir en tono menor, atribuido mediante la preposición “de” a un tal “Navarro”.
Gusto menor de Navarro
(Gusto menor)
Corrido:
Si supieras lo mucho que he sufrido,
si tu vieras lo mucho que he llorado;
nunca más volverías de nuevo al nido
que una vez ya dejaste abandonado.
Corrido:
Besos que dieron un tiempo placer y dicha,
besos que consiguieron dejar resabios,
fue un veneno para mis dichas
que por besarlos mordí mis labios.
He sentido tu ausencia intensamente;
pues jamás te creí tan ruin y falsa;
solitario he sufrido amargamente
evocando los besos que tu me dabas.
**El mismo corrido .
¿No te acuerdas jamás de aquella tarde,
ni recuerdas que un día te he querido?
Me da pena mirarte ¿Di por qué lloras?
Vete ya por piedad ¿por qué has venido?
Fin
Una lectura podría ser que hay un músico de apellido Navarro, contemporáneo de don Alberto, o antecesor, que sería el “compositor”, o autor de la pieza; pero con los recursos electrónicos, en los sitios de Internet especializados en líricas de canciones, pudimos comprobar que el “gusto” es en realidad una “canción yucateca” registrada por Luis Martínez Serrano, quien no era yucateco, sino catalán, quien pasó su infancia y juventud en Argentina, donde fue pianista y arreglista; llegó a México en varias ocasiones desde 1921, pero se asentó definitivamente en 1943 para asumir la presidencia de PHAM (Promotora Hispano Americana de Música), desde donde desarrolló una labor de compra de composiciones musicales para su reproducción impresa,fonográfica y cinematográfica; es cierto que desde ahí se atribuyó la autoría de piezas tradicionales o sus “arreglos” como: La Bamba, La Llorona, La Barca de Oro, Rosita Alvírez, El Hijo Desobediente y La Adelita, por poner algunos ejemplos de estas prácticas poco éticas que han sido el pan de cada día cuando la música tradicional se encuentra con las industrias culturales de la edición impresa de partituras, el disco, la radiofonía o el cine. A sí que no podemos “asegurar” que éste personaje fuera el autor, si acaso el “arreglista”.
La canción algunos la titulan ¿A qué has venido?, aparece grabada para el sello Brunswick 40237-B, con “Juan Pulido and The Castilians” (Juan Pulido y los Castellanos), en un disco de 78 rpm. El género es “canción yucateca” y el autor registrado es Luis Martínez Serrano; fue grabada en 1927. Martínez se afincó en 1921 en la ciudad de México, momento en que se está cultivando ampliamente la composición en la península y por sus trovadores en la ciudad de México, Guty Cárdenas estudia en la capital, en ésos años Palmerín compone por encargo “Peregrina”.
La primera grabación fue realizada por el barítono español Juan Pulido Rodríguez, nacido en Canarias, pero hizo su carrera profesional y murió en México. Hay una versión en dueto con el famoso tenor Dr. Alfonso Ortiz Tirado y su hermana Sarah Ortiz Tirado, una cantante mezzo soprano y pianista; ambos debutaron en 1930 y la grabación es para el sello Brunswick 40375-B.
El primer intérprete, Juan Pulido, tenía éxito a través de sus grabaciones de tangos para la marca Columbia, realizadas hacia 1926, anunciados en El Informador, periódico diario de Guadalajara. El barítono se vinculó con la casa alemana Bayer, y su producto cafiaspirina, para dar vida a “Don Pancho”, un personaje usado para la mercadotecnia equivalente al famoso “Don Chema” de Sal de Uvas Picot; se trataba de un personaje campirano que sufre un dolor de cabeza y que, gracias a Cafiaspirina, logra aliviarlo. La publicidad no paró ahí, Juan Pulido grabó un disco con un fox, llamado “Don Pancho”, que se comenzó a regalar en 1927, también un poema repartido en volantes, y en 1930 protagonizó “Las Aventuras de don Pancho”, una película que se iba exhibiendo de manera libre en las plazas, mercados y calles de México; y en algunos casos se presentaba acompañado con la Marimba Centroamericana, en el “Cine Parlante Bayer”, que también era itinerante. Así que Juan Pulido, además de sus dotes como intérprete de tangos, era una figura popular en México, en los años 30 del siglo XX.
En la versión de La libreta de coplas de don Alberto Albarrán, faltan dos coplas, que si aparecen en las versiones grabadas como canción yucateca y por otros músicos de la Tierra Caliente del Balsas:
He llorado en silencio cual llora un niño
el día que tú dejaste mi hogar querido
Todo se ha muerto junto con mi cariño,
Mi dulce ensueño de oro desvanecido
Vuelves arrepentida de nuevo al nido,
Pero tanto he luchado por olvidarte
Que tras mucho pedirlo logré el olvido,
De mi mente por siempre pude alejarte.
En otro espacio ya he escrito sobre el Curripipí, son tradicional del Sotavento, pero con orígenes comunes con las penínsulas, de Yucatán y España, donde coexistió o tuvo un origen común con el Churrimpamplí, otra pieza musical bailable. Al Curripipí, nombre que también se da a un pájaro, lo encontramos como pieza bailable en Salta, Argentina, en 1805, y grabado en la década de los años 30 por Guty Cárdenas, de donde pudo tomar la música Juan Reynoso para re-elaborar, o sintetizar “El toro sin caporal”.
No sería raro que “Navarro” hubiese sido el primer músico de la región que escuchó la canción, ya sea en un disco tocado en vitrola, en una carpa de la empresa Bayer, ejecutada por Juan Pulido, o por una orquesta de las villas de Los Balcones de Tierra Caliente, y que se la haya apropiado, pasado a la forma “gusto”, ejecutando y enseñando la a los músicos de la región. En todo caso, aunque ahora para nosotros es fácil hacer una genealogía del origen de la piezas de música de la región, para los músicos de los valles del Balsas medio, sin comunicación eficiente fuera de la región, este conocimiento era de difícil acceso; pero, además, venían de una cultura donde la “propiedad intelectual”, la “autoría” de una pieza musical no necesariamente era conocida, y no era necesario “saberlo” para poder tocarla. Navarro trajo una canción yucateca a la región, la transformó en “gusto” y a él se le atribuye.
Un ejemplo con Juan Pulido:

El combate de flores y cantos


La música que transcribió don Alberto Albarrán Palacios en Los Cuadernos de Música responde a dos momentos: la fiesta de carácter profano, en el “salón” de una familia de clase media o acaudalada de la región y en ritual mortuorio acostumbrado entre ricos y pobres, pues como dijo el poeta, “la muerte nos iguala”.

La música popular registrada por el señor Albarrán era música de “moda”, que había salido en el cine y los discos, y que tal vez por éso necesitaba transcribir, para recordarla porque era reciente. Es música que en otros lugares de la Tierra Caliente se conoce como “música de sala”, o su equivalente decimonónico: música de salón; la cual se ejecutaba en tertulias y fiestas de la élite local, la que tenía acceso a ella mediante discos o los aparatos de radio. Es música bailable en una modalidad nueva en la región, el entrelazamiento entre parejas de sexos opuestos, lo cual atrajo la censura eclesiástica y de las posturas más conservadoras en los espacios urbanos y rurales.
La mayoría de las piezas en ambos cuadernos son valses, 11 en el primer cuaderno y 8 en el segundo; se comparten en ambos cuadernos: María Elena, Reír llorando, Angelina, Todo para ti mi reina, Rizos de oro, Florecitas del recuerdo. Los que pertenecen al ámbito del baile son: Alejandra, Elena, Morir por ti mi amor, Noche de luna, Venganzas, tal vez por el título, que se refieren al amor, la venganza y la mujer, no se interpretaban en los eventos rituales.
Hay tres piezas clasificadas por el señor Albarrán como “fox trot”: Corrido de Monterrey, Jalisco nunca pierde, Mis labios encantadores; un one step: 30-30, que nosotros identificamos como “canciones rancheras” y casi todas vinculadas a la cinematografía. En los Cuadernos hay dos boleros: Número 100 y Solamente una vez; dos marchas: América Inmortal y Emilio Portes Gil; un paso doble: Chayito y el danzón: Negra.
La música fúnebre era usada par el acompañamiento que los conocidos, amigos y vecinos hacen a la familia de un difunto en cada una de las etapas del rito mortuorio: la velación, la marcha al panteón con el difunto, su sepultura y despedida, que se realiza el día de la muerte y al siguiente; pero también al terminar el Novenario (al noveno día de rezar el Rosario por el alma del difunto), momento en que se lleva la cruz al panteón y se coloca en la tumba, e incluso al “Cabo de año”, cuando se cumple el primer año del fallecimiento; y en algunos lugares también los primeros días de Todos Santos, en la noche del primero de Noviembre y la mañana del dos.
Hemos visto que se comparten con los festejos seculares seis valses; pero hay tres que eran usados para el ritual mortuorio, tal vez por sus títulos: Para siempre adiós, Lucrecia, Sin calma mi hogar. Además hay música fúnebre que parece proceder de la tradición regional: una Introducción fúnebre, una Elegía y 8 marchas fúnebres reconocibles por un número progresivo.
Me parece que ambos cuadernillos servían más para hacer la “escoleta” con los compañeros músicos, sobre todo aquellos que no sabían leer pauta, que para llevarlos a los eventos y lugares dónde eran contratados y realizar la lectura “in situ”. Estas reuniones para ensayar, que desde el periodo colonial se conoce como “Escoleta”, se realizaban periódicamente, sobre todo cuando en un fandango, baile de tabla o de sala iban a tocar varios grupos de música, pues se establecería una “competencia musical” en donde habría que mostrar las habilidades para cambiar de tono las piezas, improvisar “versos”, hacer los “desafinados” en el violín, modificando la altura de una o más cuerdas y no tocar sólo con la afinación usual por quintas. Esta práctica tiene un posible origen colonial e incluso podría ser anterior; pues además de ser usual en la Tierra Caliente del Balsas, lo era en los Balcones de la Tierra Caliente y sigue en práctica entre los p’urhépecha de la actualidad, la famosa “jupiperakua”, la “guerra de los sones” como la tradujo Arturo Chamorro en su estudio sobre la música en la Meseta Tarasca.
Hay que tener en cuenta que el vals llegó desde fines del periodo colonial, que "estuvo prohibido", pero tocado a "escondidas". Me parece que ahí hay varios cruces, y que mi reflexión tiene que afinarse, porque son varios procesos los que suceden. Pienso en Oaxaca y como, según propone Navarrete, la extinción de las Cofradías obligó a las comunidades y a los músicos a invertir en bandas de viento.
Los procesos de "modernización" porfirista tuvieron impacto en la "ladinización", o transformación de las comunidades, y con ello aparecieron nuevos elementos. Aunque en los libros de cuentas de San Cristóbal, don Alberto Albarrán, registra el pago "al cantor" en las misas, ya no son los tres que se necesitan para celebrar una misa en las formas de la reforma de Pío IX (según me parece y su Motu proprio) que justo intenta volver a la "magnificencia" del canto gregoríano y al órgano.
Me parece que los músicos y cantores, expulsados por la secularización de la vida comunitaria, se refugian en la fiesta profana, y de manera curiosa, el vals, pasado de "moda", se introduce con el tiempo, al olvidarse su pasado "inmoral", al templo; así que más que una "sacralización" del salón, yo hablaría de lo que se quejan mucho los obispos desde el siglo XVIII, una "teatralización" del templo, que el Concilio Vaticano segundo sólo "ratificó"; pues continuamente se están quejando de que la música del "teatro" se oye en el templo.
Me parece que Ajuchitlán y Totolapan resitieron mejor por varias razones, por ser el centro de la comunidad Cuitlateca, cuyos vecinos mestizos, purepecha y nahuas, los obligaron a "autoafirmarse" como indígenas ante las presiones sobre sus territorios y recursos (hay un monton de pleitos por ojos de agua, salinas, "minas" de mercurio y plata desde el siglo XVIII hasta la primera mitad del XIX), y su proceso de desplazamiento lingüístico fue menor, "paradójicamente" aunque su idioma era difícil para los sacerdotes que administraban la parroquia en las dos lenguas de los grandes Estados mesoamericanos, tarasco y náhuatl. Su importancia económica y política inició su debacle hasta la segunda mitad del XIX, frente a Coyuca, y con la erección del obispado en Pungarabato aún más; por ello, todavía vemos muchos elementos de la organización comunitaria en las fiestas.
Así que esa "secularización" de la vida comunitaria indígena, y la desaparición de la capilla musical se desplazó y no ocurríió en 1856, con los procesos sabidos, me parece que, en cierta medida, sigue muy viva, y por lo que veo en esos cuadernos de cuentas de Albarrán, la organización por medio de las "cofradías", ya no formales, reconocidas por la Iglesia, continuaba (y continúa) mediante otras formas (las famosas "mayordomías", o sistemas de "cargos") vinculadas al gobierno "tradicional". Al no estar ya "regidas" formalmente por la Iglesia, las músicas "prohibidas", pueden entrar (si es que no lo habían hecho antes) al ritual; los curas iban (y van) dicen la misa y lo que ocurre en la capilla, antes y después, queda en manos de los "rezanderos", "mayordomos" y "sacristanes". Digamos que la pérdida de influencia de la Iglesia, lo que hizo fue una "desecularización" a medias, pues fortaleció las prácticas religiosas populares.

El Archivo de don Alberto Albarrán, en posesión de su nieto don Dunstano, San Cristóbal, Ajuchitlán, Guerrero

 El Archivo Particular "Alberto Albarrán", compilado entre 1909 y 1960 contiene evidencias de la circulación de las músicas tradicionales en la Tierra Caliente oriental, la del Balsas Medio. Aunque tres descendientes de famosos violinistas de Tlapehuala y Ajuchitlán han escrito libros para exaltar la figura de sus familiares; tendremos que decir que es difícil asegurar "paternidades" atribuídas y que el señor Dominio Público y don Autor Anónimo son prolijos...

En la foto, una muestra de "regalo" (cite la fuente, APAA) de algo que sucedió entre los músicos de la región, la compilación de archivos musicales, de lírica y personales...
Algunas de las coplas se cantaban con "La Chinampa"... de la versión de Rafael Ramírez, radicado en Huetamo pero oriundo de Turicato. Él la cantaba como "La Chinampera", y tenía versos sobre "Chinapa" (Tzinapa, obsidiana) , un paso por el Río de Purungueo a la altura de Tafetán; así que pueden ser parte de una canción popular de principios de siglo que se arraigó en la región...
Luego "Las Guacamayas", que se tocan en el Sotavento y también en la Sierra Madre del sur en Arteaga, y que fue popular durante la intervención francesa, poniéndole versos republicanos..
Quiero destacar que don Alberto Albarrán anota "corrido", pero no para referirse al género musical, sino para lo que llamamos: estribillo.



Isauro Salanueva...

 Isauro Salanueva fue un violinista oriundo de San Miguel Totolapan, cuando el empleado municipal tocó a su puerta para registrarlo en el Censo Nacional de 1930, vivía en la casa marcada con el número 20 de la calle Ignacio Zaragoza, en ése momento dijo que tenía 30 años, era filarmónico, es decir, sabía leer nota, estaba casado con Emeteria Araujo de 27 años y ya tenían sus hijos: Filiberto de 8 años, Eloisa 7, Isabel 6, Reynaldo de dos años.

Don Isauro era bastante “cariñoso”, pues poco antes de que viera la luz primera su hijo Filiberto, el 27 de abril de 1923, nació su hijo Juan Popoca, que lo tuvo con Ma. Guadalupe Popoca de 58 años, residente en Iguala, Guerrero. En el acta dice que tiene 45 años, es filarmónico y reside en Otatlán. Luego en 1934 tuvo un hijo Ernestina Camargo de 23 años de edad, soltera, de San Nicolás del Oro, que registraron como: Isauro Salanueva, al que seguirían Ariel y otra criatura que no hemos encontrado aún.
Cuando nació Filiberto el 15 de mayo de 1923, el Regidor Primero y Presidente del Honorable Ayuntamiento Gil G. Heredia, dijo que la Señora Emeteria Araujo era “de raza indígena pura”. Sus abuelos fueron registrados como: Pascual Esteban y Eligia Gerónimo, que vivían en ése año, por el padre, y en línea materna los señores Bacilio Juan de Dios y Eduarda Araujo, ya difunta. En las actas subsecuentes dirán de doña Emetaria que es indígena y que el es “de raza mezclada con blanca”, pero también “de raza pura indio originario de esta población”.
Los apellidos de Isauro deberían ser Esteban o Gerónimo; sin embargo, aparece como “Salanueva”. Hay aquí entonces un proceso que me parece coincide con varios músicos, como los Albarrán y los Tavira, que siendo indígenas cambian sus apellidos para adscribirse como mestizos.
Es interesante también resaltar que, es en estos años los 20s, cuando se vuelve a registrar el origen étnico de las personas en la Tierra Caliente y en otros lugares, como El Bajío.
La ocupación laboral de don Isauro cambió con el tiempo, pues al principio si aparece como “filarmónico”, luego como “matador” (es decir “matancero”), “jornalero” y al final de su vida como “agricultor”. También cambió varias veces su residencia: San Miguel Totolapan, Otatlán, San Bartolo, San Nicolás del Oro, San Miguel, buscando el sustento para sus varias familias.
Es probable que Filiberto Salanueva siguiera el oficio paterno, pues al contraer matrimonio a los 23 años con María Taide Reyes, el 19 de enero de 1946, aparece como su testigo: Bricio Cruz, de 35 años, casado, filarmónico, con domicilio conocido y sin parentesco con la pareja. Es decir, que uno de los convidados importantes y más próximo a su edad, que a la de su padre, era también músico.

Bricio Cruz....tocaba la guitarra panzona....

 En 1930 vivía en la calle 16 de Septiembre de San Miguel Totolapan varios músicos, en el número uno don Roque Monterrubio, y el 56 la familia Cruz, con don Severiano Cruz, de 53 años, filarmónico, y casado con Hilaria Álvarez que dijo tener 26 años, pero su hijo Bricio Cruz de 14, muestra que su madre no tendría 26 años, sigue Adelfa de 11, Alejandrina de 10, Paula de 7, Román de 5 y María Asunción de 2 años.

Bricio Cruz contrajo matrimonio eclesiástico con Emilia Diaz, en 1939, presentaron a su segundo hijo, llamado Roberto, nacido el 13 de mayo, “nació en alumbramiento simple”.
En 1943 la familia Cruz celebró el nacimiento de María Dolores, nacida el 22 de diiembre, y el filarmónico Cruz, presentó como testigo a Filiberto Salanueva, también miembro de una familia de músicos.
El día 27 de enero de 1945 nació su hijo Miguel Bricio, presentado vivo por el señor Bricio Cruz, casado, filarmónico, de 31 de edad; ara entonces sus abuelos parternos Severiano Cruz, e Hilaria Álvarez, ya eran finados. Como testigos invitó a Selerino Pedraza, 28 años, jornalero y a de nuevo a su amigo Filiberto Salanueva, 24 años, que aunque fue registrado como jornalero, pertenecía a una familia de músicos. Lamentablemente Miguel no vivió mucho, murió a los 5 años el 23 de mayo de Sarampión, apenas dos días despu{es de que su hermano Delfino, de 6 meses, muriera “de fiebre”. El sarampión era una enfermedad que en las regiones rurales del país causaba pesares y no sería hasta mediados de los 60, con el desarrollo de la vacuna, que comenzaría a controlarse.
A fines del año 45, la familia Cruz se recuperó un poco de los sinsabores con la llegada al mundo de Silvino, nacido el 2 de diciembre, pero registrado hasta el 28 de noviembre de 1946, por razones obvias. En el acta aparece Bricio como “agricultor” y de testigos: Filiberto Salmerón, miembro de otra dinastía musical.

Bricio tocó con el grupo de Nicho Pascual y de Hilario Salgado. Era ejecutante de la guitarra panzona, un instrumento muy interesante del que ya hemos escrito. He recortado la foto (que aparece en el sitio electrónico "Enciclopedia de Guerrero") para darle notoriedad. Usualmente las crónicas sobre la música terracalenteña exaltan a los violinistas; el mito del “paganinni” ha opacado no sólo a los otros ejecutantes del arco, sino ha dejado en las sombras a los tamboreros, en quienes centraremos en el futuro próximo nuestras breves genealogías.
Es nuestra intención abrir el panorama sobre la música en la Tierra Caliente y mostrar que la práctica musical estuvo extendida por toda la región, aunque por el momento nos centramos en los valles centrales del Balsas. Hubo muchas familias de músicos, con ejecutantes notables, compositores y repentistas; pero los mitos de “origen” centrados en dos grupos familiares, los Salmerón y los Tavira, han desvirtuado el origen colectivo de estas artes, tiñéndolas de interpretaciones descartadas por los estudios sociales desde hace mucho tiempo: la idea del “genio musical”, que autores como Howard Becker han descartado al estudiar al arte como una red en interacción colectiva. Estos mitos han usurpado de manera errónea los repertorios y habilidades que pertenecen a un colectivo, para algunas figuras a las que se les atribuyen, sin ninguna base empírica sino únicamente afectiva, la “creación” de las prácticas artísticas de la Tierra Caliente.
Un claro ejemplo de lo anterior es “El San Agustín”, atribuida a Juan Bartolo Tavira, que no es una pieza, sino como lo ha mostrado el Dr. Juan José Atilano Flores, un género, pues tiene varias piezas registradas en distintos tiempos y espacios. El San Agustín, o de forma correcta, Los San Agustines, tienen un origen en prácticas económicas y sociales, que se mezclan con la cultura. Hay un origen en los cantos de arreo y trabajo que se hacían en las “recogidas” de las haciendas ganaderas, como El Cubo, por ejemplo, cercana a San Miguel Totolapan, o las de El Potrero y la Tecomatlán, en Tlalchapa, por mencionar las que he estado trabajando en estos días; en la evangelización que hicieron en el siglo XVI los agustinos en la región, y en los “corridos de enumeración” y “disparates” que se vuelven comunes en el siglo XIX. Aquí para mi argumento y les dejo un texto breve, pero sustancioso del Dr. Atilano: “San Agustín victorioso: cantares y coplas de los santos ganaderos en la Tierra Caliente”, en "Dimensión Antropológica", Núm. México, INAH, 2014, pp. 61-73.
Ejemplo: Disco Sones y gusto de la Tierra Caliente, INAH

y una parodia, "declamada" por Cástulo Benitez de la Paz (no sé por qué?). Está atribuido a Salmerón, pero....



Don Vicente Escalante

Vicente Escalante, violinista, fue maestro de El Palillo e hijo de un violinista destacado también, don Juan Escalante, y de doña María Efren Rayo. Aunque nació en San Cristóbal hacia 1897, vivió en Ajuchitlán. Murió el 9 de mayo de 1955 de pulmonía, lo fue a declarar su hermana María Jesús Escalante, viuda de 55 años, y presentó por testigos a don Anselmo Leandro, de 46 años, que era violinista (pero no lo declara el acta), y Rafael Leandro, de 72 años, ambos agricultores de Ajuchitlán y sin parentesco. En el acta de defunción si dice que don Vicente Escalante era “filarmónico”, que como hemos dicho con anterioridad, se refiere a los músicos que leen nota y generalmente tocan en orquestas o en la Iglesia; pero de ello habrá duda.
A lo largo de su vida, don Vicente tuvo varias relaciones conyugales. La primera con Elodia de la Puente, de Ajuchitlán, que entonces tenía 25 años, con quien procreó a su hijo Carmen Escalante, que nació el 16 de julio de 1925, aunque lo registró como “natural”.
Un lustro después, vivía en la Avenida 16 de Septiembre, sin número, de Ajuchitlán, dijo tener 35 años, ser músico, y casado por la Iglesia con Felipa Costilla, de 50 años. Quedó registrado que, entonces, “no sabía leer ni escribir”, en cambio su esposa si. En la hoja del Censo de 1930, aparecen sus hijos: Crescencio de 16 años, y Encarnación, mujer de 14 años; vive con su hermana Jesús Escalante, viuda, 35 años, y Mariano Hernández, soltero de 25, aunque no queda claro el parentesco con él.
En 1934, el 8 de junio para ser exactos, se dio la presentación matrimonial de Crescencio Escalante, de 20 años, soltero, jornalero, católico, mexicano, originario y vecino de esta villa (nacido hacia 1916), hijo natural de Vicente Escalante, que vive, y de Felipa Castilla, ya finada; para casarse con Columba Hernández, de 15 años, célibe, católica, mexicana, originaria y vecina de esta Villa, (nacida hacia 1921), hija natural de Jesús Hernández y Sofia Vázquez difuntos. Fueron testigos Reynaldo Arellano, que aunque no lo aclara el acta, por otras fuentes sabemos que fue músico, y Amador González mayores de edad y de este domicilio.
Puesto que, su segunda mujer ya había fallecido, se casó el 14 de octubre de 1939 en Ajuchitlán, con Leonila López, de 29 años, nacida hacia 1910, hija de Virginia López. Dice entonces tener 40 años, aunque en realidad tenía 43, ser “agricultor”. No firma, por lo que, al parecer, sigue sin saber leer y escribir.
No sería raro que leyera música, pero no supiera leer y escribir; o bien, que por su papel relevante en la localidad como músico no sólo de fandangos sino también de velaciones, angelitos y funciones, se le considerara: “filarmónico”.
El grabado es de Alberto Beltrán, y está en el libro de Celedonio Serrano Martínez, "Coplas de Guerrero".



Ponciano Arines...

Según el testimonio de don José María Arteaga, recordando los músicos que conoció a lo largo de su vida, en San Cristóbal hubo un músico, no dice el instrumento que tocaba, llamado Ponciano Arines. Buscando en los registros de la Parroquia y del Registro Civil pudimos reconstruir una breve genealogía; sin embargo, hasta el momento no tenemos constancia de que haya ejercido el oficio de músico, como si aparece en la mayoría de los otros casos.

El 19 de septiembre de 1903 compareció en Ajuchitlán el ciudadano Ponciano Arines de 25 años de edad, soltero, jornalero, natural de este municipio con habitación en el pueblo de San Cristóbal y presentó un niño vivo que nació a las 6 de la mañana del 12 Septiembre en 1903, a quien puso por nombre Alfonso Romero, hijo natural la señora Pascuala Romero, de 20 años, soltera. En ése momento aquellas parejas que estaban enlazadas por la Iglesia, pero no por el Estado, registraban a sus hijos como “naturales” con el nombre de la esposa, o bien, con el nombre del padre, sin el de la esposa. Son Ponciano coloca su rúbrica.
A los dos años la pareja registró a Eliseo, que nació el 15 de junio, hijo “legítimo” de Ponciano, que dice tener “20 años”, ser jornalero, casado con María Pascuala. El niño presentado es nieto por linea paterna de los finados Nicolás Arines y María Rayo, y por la materna de los finados José Cipriano y Julia María.
La pareja mantuvo el ritmo y el 19 de noviembre de 1907 registró a Dina Romero, como “hija natural de Pascuala Romero, de 23 años de edad, soltera”.
En 1911 nació Teresa Pudenciana, el 19 de mayo, el dice tener 39 años de edad, soltero, jornalero, originario y vecino del pueblo de San Cristóbal, la presentó como “hija natural de la señora de 28 años, soltera”, pero no dice el nombre de su esposa; por lo que los criterios de “legitimidad” y “natural” no eran plenamente comprendidos por los Jueces del registro civil.
El 21 de diciembre de 1918, en Ajuchitlán del Progreso, se presentó para contraer matrimonio Panfílo Olmedo, 40 años, nacido hacia 1878, viudo, labrador, con habitación en el pueblo de San Cristóbal, hijo legítimo de los finados Alejandro Felipe y Magdalena Mondragón; quien por cierto, había sido testigo en varios nacimientos de la familia Arines Romero. Su desposada fue María Luz Arines, de 18 años, nacida hacia 1900, hija natural de Ponciano Arines, de 42 años y Pascuala Romero, 30 de edad, que viven en la casa designada por su hija. En ése momento es el Juez del Registro Civil Pedro Arellano, regidor 2o del H Ayuntamiento.
Un año después, el día 16 de agosto de 1919, se presenta Agustín Iriarte de 25 años, casado con una hija de Arines, jornalero, de San Cristóbal, para manifestar que falleció en su propia casa de disentería el niño Ponciano Arines, de 12 años de edad asistido de su familia, hijo natural de la señora Pascuala Romero de 32, soltera.
El 25 de mayo de 1928, yo Silvestre Villalobos, cura párroco de Arcelia bautizó a un niño a quien puse por nombre Pedro Antioco, hijo natural de Antonia Flores, quien nació en Tiringueo el 22 de febrero de 1926, y fueron sus padrinos Ponciano Arines y Amalia Hernández.
En 1930 la familia Arines Romero vivía en la calle Francisco y Madero, número 4, de Arcelia. Don Ponciano Arines 50 años, agricultor 50 años, casado por la Iglesia con Paz Romero de 40 años, sus hijos Luz de 25, Alfonso de 20, Amparo de 16, Juana de 15, Agustín Iriarte de 30 casado con Ninfa Arines de 25 años.
Una década después, el 28 julio 1940, en Ajuchitlán, comparece Celerino Romero de 53 años, viudo, jornalero, originario y vecino de San Cristóbal, para dar a conocer a la autoridad que el día 27, a las 18 horas falleció de ictericia el señor Ponciano Arines, 65 años, soltero, jornalero, nacido hacia 1875, hijo legítimo de los finados Sebastian Arines y Juana Varona.

viernes, 10 de septiembre de 2021

La libreta de coplas de don Alberto

 Don Alberto Albarrán, violinista, miembro de la comunidad indígena de San Cristóbal, municipio de Ajuchitlán del Progreso, vinculado a la Iglesia (todavía no me queda claro cómo), suscrito a publicaciones periódicas de índole cultural que llegaban por correo, empezó a compilar coplas en un cuaderno de cargo y data, de contabilidad, con el fin de legarlas a sus hijos, "al que sea del gusto", aclaró.


La Libreta de Coplas de don Alberto Albarrán es un muestrario no sólo de la cantidad y "calidad" de coplas sabidas que había en la Tierra Caliente del Balsas, hacia el primer tercio del siglo XX, es una muestra de los valores asumidos por la sociedad local, de sus lógicas, relaciones de poder, desigualdades y exclusiones.
Aunque su compilador es un individuo, expresa valores compartidos socialmente; pues entre los versos podemos encontrar muchos que forman parte del repertorio actual de los conjuntos de tamborita, lo que nos muestra una continuidad en aspectos concretos del imaginario regional expresados en versos. En los siguientes párrafos les coloco un "análisis" preeliminar de lo que hemos encontrado en los textos, nada es definitivo y es con el afán de abrir debate.
Voy a ponerles mi visión, de un ego masculino, "heterosexual" (absoluto que puede ser cuestionado), afrodescendiente, abajeño, moreliano, plaximarxista de closet, reacio al diálogo, abierto a la confrontación, iconoclasta extremo, antinacionalista, antieclesiástico, matriota, chaparro, gordo y feo, nunca taxi. Este yo corporeizado y miope ha dejado escapar muchos elementos que será necesario cuestionar y reflexionar sobre la pertinencia de "legar" a las generaciones que nos siguen.
Voy a mostrarles estas afirmaciones parciales, pero quiero que las lean y luego, comenten sobre lo que pondré al final.
Además del gusto, el sentimiento terracalenteño se expresó en el lirismo en las “zambas”, el corrido y la canción. En las formas que podemos ver en la libreta son comunes expresiones estereotipadas usuales en las formas líricas mexicanas del siglo XIX, a partir de una voz masculina que se refiere a la mujer como: “¡Mi alma!”, “¡Mi vida!”, “mi bien”, “bien de mi vida”, “prenda adorada”, “prenda querida”, “prenda idolatrada”, “niña”, “dama”, “jovencita”; muchas veces mediante metáforas de aves, frecuentemente “paloma”, “palomita”; o flores: “azucena”, “malva rosa”, “flor”, “flor hermosa”.
El fin de la poesía lírica terracalenteña, y en muchas otras culturas, es despertar el afecto en la persona referida en los versos, y este proceso tiene fases. La súplica de la voz poética: “ten compasión”, “consuela mi corazón”, “no me hagas desprecio”, “no me hagas padecer”, a veces en un imperativo “quiéreme”, “dame un consuelo”, que develan los motivos ocultos.
Las referencias a sentimientos negativos se hacen en verbos en infinitivo, que dan un sentido temporal de continuidad “interminable", se siente “dolor”, no se para de “sufrir”, “llorar”, “nadie me ha de consolar”.
En ése momento el poder aparente en la relación de "pareja" lo ejerce la parte femenina que rara vez tiene voz en la lírica tradicional festiva y publica; pues se “reserva”, o se le constriñe a los espacios íntimos y cotidianos. Las mujeres cantaban cuando iban a lavar al río, ocasión que les permitía hacerlo a “capela” sin acompañamiento y a varias voces, porque sus manos estaban ocupadas en restregar ropa, niños y hasta perros. Las mujeres de la Tierra Caliente cantaban en otros momentos de la vida cotidiana, en los templos católicos y evangélicos de la región, en las procesiones, rogativas, velorios y velaciones, en los actos cívicos el Himno Nacional, himnos y marchas cívicas en los programas "sociales" impulsadas por las escuelas del Estado; pero hasta el momento, yo no me había preguntado si además de cantar ¿tocaban? ¿Qué tocaban, dónde, en qué momentos? En otras regiones, incluso en localidades del occidente de la misma Tierra Caliente, hubo mujeres con una actividad profesional en la música tradicional; pero hasta el momento, parece ser que la ejecución pública de la música era un “atributo” impulsado y “destinado” a los varones. Ello explica mucho de lo que sucede con los contenidos de las formas líricas.
El fin de una relación que se va estableciendo paulatinamente en una pareja, cuando menos en la canción tradicional terracalenteña, era llegar a la “apropiación” de la persona: “seré tu dueño”, “gozaré de tus amores”, “tu amor es para mí”, “les juro que es mía”, con un fin sexual que se vale, de nuevo, de la red semántica de la flor para insinuar el acto sexual con fines reproductivos: “sembrar en tu macetita”; acordes con la "doctrina cristiana", y que sugieren que el sexo debe darse dentro del matrimonio y sólo entre parejas heterosexuales con el fin de la reproducción social familiar.
En la lírica terracalenteña la reunión de los enamorados se expresa con felicidad: “que gusto tengo, ora que llegó mi amor”, “tu has de ser la consentida”, “tu serás la consentida”, en un sentido de futuro inmediato condicionado, “tu serás”, si...
Aunque pareciera que todo culmina con el amor de la pareja, surge entonces como tópico el problema del olvido tras la separación, casi siempre a lejana tierra “te vas a embarcar”, “adiós mi bella azucena”, por ello es menester, “no me olvides”, “tienes que acordarte”, de nuevo la voz masculina en imperativo, exigiendo la “fidelidad” en y de la memoria de la otra parte.
Ante la fragilidad de la memoria hay que recurrir a objetos que evoquen a la persona amada: “tu retrato quiero”, “te llevo en mi corazón grabada”, “te traigo en mi pensamiento” y mantengan el contacto simbólico en la distancia.
La separación y el tiempo traen el conflicto, esgrimido mediante el reproche: “¿Cómo has podido olvidarme?”, y de nuevo se exige: “no me pagues así”.
Entonces el objeto del deseo masculino se transforma en mediante el uso de antónimos que tratan a la mujer como: “ingrata”, “traicionera”, “pérfida”, “traidora”, “mancornadora”.
Esos tópicos y frases estereotípicas se combinan en la lírica tradicional. Aunque algunos están desde el periodo colonial, la tendencia al lirismo que “sufre” la canción romántica europea impulsa una expresión de los sentimientos en estilos nacionales latinoamericanos, surgen el “bolero”, la “colombiana”, “el bambuco”, la “canción criolla” en distintos países del ámbito caribeño y también en México, como la canción yucateca, la canción abajeña que perfilan unas formas a la “mexicana” en las diversas regiones del país; entre ellas, la Tierra Caliente.
Los gustos compuestos en los años 20 y 30 del siglo XX no van a escapar a esa tendencia, así que los tópicos y frases estereotípicas van a aparecer en ellos de manera clara y constante. El ejemplo más evidente de estos procesos fijados en el papel de La Libreta de Coplas se revela en el “Gusto del Tecolote”, una pieza tradicional que en sus coplas se refiere al tecolote y usa al animal como una metáfora de los desvelos de amor que sufre el poeta; pero en la versión compilada por don Alberto Albarrán, no aparece nunca nombrado el “animal”, las coplas se construyen con preguntas retóricas a la mujer deseada por no otorgar el amor, por la condiciones para ser amado, para quién se destina su amor, debido a que, ya se tiene un nuevo pretendiente, o amante, y ya no se quiere al poeta. Es más una canción lírica, en el sentido romántico del repertorio para salón del siglo XIX, que las bucólicas metáforas del fin del periodo colonial.
La Libreta de Coplas de don Alberto Albarrán es pues un documento invaluable para estudiar al corpus poético de la Tierra Caliente como una tradición viva, que se nutre de la oraliteratura de fines del siglo XVIII de la región, transita por el romaticismo imperante en los salones de la élite mexicana del siglo XIX, y llega a la popularización del gusto “culto” y su apropiación por los sectores subalternos. Así el género popular, sea gusto, son, zamba, o canción expresa, con cierto desfase temporal, las modas imperantes en la poesía de las élites en el periodo anterior.
En estos procesos fue fundamental el contacto con la literatura escrita popular, las hojas volantes, los cancioneros; pero también la propia práctica musical de los conjuntos de arrastre en los espacios festivos donde trabajaban para la élite de comerciantes, mineros y propietarios que traían a orquestas y bandas de viento para sus celebraciones desde Toluca, principalmente, y las villas de los Balcones de Tierra Caliente: Zitácuaro, Villa Victoria e Iguala. Las anécdotas de músicos campesinos analfabetas pero virtuosos, que “impresionan” con su memoria y habilidad a los “filarmónicos” que saben leer nota y han “estudiado” son bastante comunes; reflejan mucho del interés que tenía el músico de la tradición de “modernizarse” y “nacionalizarse”, coincidente con los procesos políticos que hemos sugerido que vivían en lo general en la región, como la ladinización e imposición cultural.
Hasta aquí todo iba “bien” hasta que mi hermana Sara me hizo notar que gustos “tradicionales” como El Petróleo, donde se propone, primero “quemar a todas las mujeres”, para luego sugerir “dejar algunas que sirvan” deberían revisarse y reflexionarse con detenimiento para proponer deconstruir y releer a la poesía tradicional. Ello me llevó a ver que, éste proyecto había sido impulsado, pensado, ofrecido, invitado a colaborar a puros varones.
Les compartí mis “avances” para que vieran que justo no había preguntado ¿por qué no aparecen las mujeres músicas en los relatos sobre la práctica musical en los valles del Balsas medio? ¿Por qué no pensé en invitar a mujeres a colaborar en la transcripción, el análisis musical, el análisis lírico y la historia regional “introductoria”? Ello me está orillando, después de aceptar que soy un machito de closet, hacer un “mea culpa” y ofrecer a las interesadas en colaborar un espacio. Hay varios problemas, no hay pagas, no hay muchas fuentes, es para ayer, pues el borrador pretendemos tenerlo en los primeros días de noviembre, para poder editarlo y tenerlo como regalo Navideño. Estoy consciente de los inconvenientes y de que no otorgo nada, nada, salvo satisfacciones a mediano plazo y bastante cuestionables.
Aquí viene la parte que me gustaría debatir con las posibles lectoras y potenciales colaboradoras ¿Qué hacemos con estos gustos, con estas coplas, con estos versos? Retomo el lugar común, “dejemos de romantizar... a la tradición” como algo inherentemente positivo, que necesita “preservarse”, “tal cual”, hay cosas que no pueden ni deben “dejarse pasar”, disculpar porque “así era la época”, “así era el contexto”, “así eran las costumbres”, “así eran las mujeres/hombres”. Hay cosas que no deben seguir..
Lo anterior esta vinculado con los procesos de fortalecimiento de las prácticas musicales en la región, pero donde, de nuevo, las niñas y jovencitas tienen una participación marginal, como “bailadoras” o ejecutantes de instrumentos considerados “menores”, como la tamborita. Hay ejemplos de niñas y mujeres jóvenes violinistas, ejecutantes de la guitarra, y claro, de la tamborita, pero siguen siendo pocas, desalentadas y “raras”. ¿Cómo las alentamos a seguir, y qué les proponemos "aprender", para qué, y claro, cómo?
El texto estuvo pensado en apoyar estos procesos de incorporación de las generaciones más recientes a las prácticas artísticas tradicionales de la región; pero con una visión social más amplia, lejos de los mitos del “genio”, del autor único, del usufructo sesgado de las “autorías”, de evidenciar los procesos mundiales y nacionales que inciden en la región y en los espacios sociales más pequeños, hasta la intimidad de la familia. Ahora lo pienso mejor y digo, llevo más de 100 páginas escritas, transcritas y apenas me obligaron a mirar que no están las mujeres, que había cometido, de nuevo, el error de “olvidarlas”, excluirlas, borrarlas de mis historias, de hacer genealogías por la línea masculina, y nunca haber preguntado ¿y su mamá tocaba, cantaba, bailaba? A esas alturas del texto la “tentación” de poner una “disculpa” y continuar es tentadora, porque “salva”, para mi solamente, un trabajo de campo mal hecho desde el principio; luego de meses de desveladas, quiero “dejarlo”; pero eso sería injusto para más del 50% de la población de la Tierra Caliente, que vive y ha vivido ahí; sería una afrenta para las señoras que nos alimentan, cuidan, guían, cada vez que vamos, que de manera discreta, calladas y humildes porque las hemos obligado a serlo, nos ayudan de múltiples maneras, explicando las preguntas a sus maridos sordos, complementando las anécdotas, revelando su propia prosapia genealógica artística y a las que no vimos, no oímos, y no preguntamos.
No quiero abandonar, pero quiero corregir, aunque sea en parte este error. Lo que se me ocurre es restablecer el equilibrio, en parte, construyendo los análisis de manera conjunta, necesitamos, un análisis musical de 30 piezas musicales compiladas en un par de cuadernillos pautados y que se están terminando de transcribir; un análisis de la lírica de la Libreta de Coplas de don Alberto Albarrán que también está en proceso de transcripción y edición; la realización de genealogías de familias y músicos (linajes musicales) de, al menos 50 personas (usando el sitio de family search); la investigación y redacción de una historia regional con centro en Ajuchitlán a partir de las fuentes electrónicas disponibles (los archivos siguen cerrados); la ilustración a tinta negra y papel, de los individuos de los que podamos obtener una imagen fotográfica. Los insumos documentales que podemos compartir son (imágenes de los textos musicales y líricos), las referencias trabajadas en family search y otros repositorios digitales disponibles, las imágenes de las anotaciones de mi diario de campo y una entrevista a don Dunstano Albarrán que hicimos para conocer el origen de su archivo particular, todo ello lo puedo compartir. Las fechas tentativas para el armado son la tercera semana de agosto, momento en que planeamos un viaje de campo a Ajuchitlán para buscar “faltantes” en la información y entregar un primer borrador del texto a algunos de de los dialogantes, con el fin de construir un texto más o menos consensado, que podría redactarse e iniciar los trabajos de edición editorial hacia principios del mes de noviembre para lanzarlo a la burocracia universitaria y conseguir los dictámenes, permisos y correcciones necesarias que lo deje en fila de espera de edición física; correr para llegar a formarse y esperar “techo financiero”, “mecenas”, “venta por adelantado”, “un milagro navideño”...¿Quién se interesa?