En el Caribe y América Latina sucedía algo semejante, pero las editoras estaban en Madrid y Barcelona, desde donde nos llegaban nuevas zarzuelas, tonadillas y formas de canto y baile que iban y regresaban, desde el siglo XVII; sin embargo, las independencias políticas de las jóvenes naciones permitieron conocer otras "formas musicales" e incorporarse a unas nacientes industrias culturales.
A nivel nacional, las ciudades capitales políticas y económicas crearon sus propias casas editoras, o bien, como en el caso mexicano, sus mercados fueron coptados y controlados por dependencias de Europa. Si bien existieron casas "nacionales" como Murguía, en la ciudad de México, o regionales, por ejemplo: Juan Buitrón y los Martínez Avilés en Morelia, los mercados nacionales fueron controlados por Wagner y Lieven, Niegel, alemanes, y por los españoles Dotesio, Romero, Salvat, Pujol.
Arrancando el siglo XX PHAM (Promotora Hispanoamericana de Música) y EMMI (Editora Mexicana de Música Internacional) fueron desplazando a las casas europeas y conformando un catálogo "nacional", que compraba música por América Latina y la revendía en ediciones impresas en México y distribuidas, por correo, por muchos lugares, incluso los más remotos.
Don Alberto Albarrán recibía por correo en 1917, publicaciones de la "Escuela Cultural", de la ciudad de México. Aunque la mayoría del archivo fue quemado, por una de sus hijas, podemos suponer que tuvo acceso a las publicaciones referidas, pues en su "Cuaderno de valses" aparecen transcritos muchos editados y de compositores reconocidos como Piglo de Perú, Valdespino de Cuba, Valverde de Guatemala, Mora, Barcelata, y Cárdenas de Mexico, cuyas ediciones se hicieron entre 1894 hasta 1941.
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