Al igual que los Tavira, los Albarrán y Salanueva, los Monterrubio cambiaron su apellido, que los identificaba como indígenas, por uno distinto. En algunos lugares este proceso de “integración”, como en la Mixteca, ocurrió a fines del siglo XIX, cuando la desamortización y el reparto de propiedad comunal disgregó a los pueblos, por un lado, mientras la castellanización promovida por las instituciones del Estado, hacían su trabajo para que los propios sujetos buscaran “cambiar”, aceptar el modelo de lo “nacional” e incomodarse con sus prácticas e identidades sociales.
El origen familiar está con el abuelo Antonio Esteban Juan y Petra Cruz, quien tuvo a Roque y José Monterrubio, ambos músicos. Los Monterrubio, como los Salgado, los Salmerón, Arturo Villela, el propio Juan Reynoso, probaron suerte a la mitad del siglo XX en la ciudad de México, tocando para los paisanos que emigraban en busca de mejores oportunidades, los caciques que iban al centro económico y para los políticos regionales que buscaban ascender al gobierno federal. Ya sabemos que el mariachi tomaría primacía por factores diversos, en parte por haber iniciado estos procesos con anterioridad y porque la élite política, empresarial y cultural procedía del Occidente de México; sin embargo, hubo márgenes para que algunos individuos y grupos pudieran insertarse en el mundo del entretenimiento con mayor o menor éxito. Algunos llegaron a grabar algunos discos, presentarse en centros nocturnos, teatros de revista y estaciones radiales; pero la mayoría vivió modestamente anclados en restaurantes, bares y cantinas donde solían concurrir los paisanos. Es por ello que varios decidieron, o no les quedó de otra, regresar a la región, o nunca se animaron a irse a la aventura.
Los Monterrubio pudieron transitar por ambos caminos, Roque permaneció en el pueblo, en tanto José y su hijo Pedro Monterrubio formaron Alma Guerrerense, pudieron grabar algunos discos como dueto de guitarras, en un estilo que caracterizaría a la región, sobre todo a la zona serrana, con un requinto y una guitarra de acompañamiento, con el canto en dos voces; pero también, integrar el cuarteto Los Alegres del sur, integrando a violinistas de la región como: Bardomiano Flores, Filiberto Salmerón, Guadalupe Tavira, Alfonso Salgado y Natividad Leandro.
Don José Monterrubio nacido en 1892, se casó a los 20 años, con María Petra Abimael Palacios de 18años, nacida en 1894. Tuvieron varios hijos dedicados a la música: como Lorenzo, Roque y Pedro.
En 1930 vivían en la casa número 1 de la calle Independencia, Roque Monterrubio, entonces dice al empleado del Censo Nacional: tener 26 años, ser filarmónico, en unión libre con Emilia Fabián, de 25 años; con ellos estaba Juana Fabián, 50 años, viuda y abuela de la familia; con los niños Paula 12, Federico 7, Jequelia 6 años. Cuatro años mas tarde al nacer Bartolo, el Juez del Registro Civil, David Capuzano le toma las generales a don Roque Monterrubio dice tener 33 años de edad, soltero, católico, mexicano, filarmónico, y lo califica “de raza pura de indio”, su conyugue, Emilia Fabian, vuelve a decir que tiene 25 años de edad, soltera, y también es clasificada como “de raza pura de indio”. Por la firma sabemos que don Roque escribía muy bien, lo que implica paso por la escuela y uso con cierta constancia de la pluma.
El día 27 de enero del año de 1943, en San Miguel Totolapan, Federico Monterrubio, soltero, filarmónico, de 24 años de edad, hijo legítimo de Roque Monterrubio y Eusebia Fabián, decide unirse con Maximina Catalán, célibe de 19 años de edad, “con la profesión de su sexo”; en ése momento la pareja vivía en el pueblo del Cubo.
Entre los testigos está un joven que también sirvió de referencia para el matrimonio de Isidro Salanueva, se trata de Bricio Cruz, de 27 años, hijo de Severiano Cruz, viudo, filarmónico de 66 años; pero ésa es otra historia.
Regresemos a 1930, año del Censo Nacional, en la calle del Progreso, en la casa número 20, vivía José Monterrubio, de 35 años, “músico”, lo que nos indica que no sabía leer nota, casado con Abimael Palacios, de 30 años, con sus hijas e hijos: Santos, una jovencita de 14 años, Uberta de 12, Lorenzo de 8 años, todos “escolares”, Vicente de 4 y Pedro de un año, el futuro compañero de su padre.
Don Pedro, como suele suceder con los benjamines, tuvo gracia, era sociable, y tenía una habilidad con la guitarra y buena voz. Tocaba en un conjunto regional con su padre, don José, pero al iniciar los años 60, deciden migrar a la ciudad de México, llevando la música de la región a los paisanos que en éxodo masivo se afincaban en la capital; así que de los velorios, cortejos fúnebres, ramilletes, tamaleadas, atoleadas, shinuleadas, serenatas, mañanitas, nochecitas en el pueblo, pasó a los eventos culturales y políticos, o de los políticos en la región. El 25 de enero del año 2002 falleció en la ciudad de México.
Les dejo una versión de Zirándaro, que se convirtió en un objeto sentimental para los emigrados en la ciudad:
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