A los folcloristas conscientes:
Amigos de la tradición, como saben, de un tiempo para acá, hemos un grupo de fuereños interesados en la música de Tierra Caliente nos hemos acercado a la música y las personas de la región, tocando "su" música, que de rebote y es también "nuestra" música. Con ánimo de difundirla se creó un grupo de arpa grande de vida breve, con los primeros integrantes y de existencia futura larga; pues siendo arpero, y como la tradición manda, el nombre del grupo es del arpero, mientras yo viva, vivirán Los zorreros. Aclaro que músicos "zorreros" son aquellos que "roban música", que sin que un maestro les otorgue el conocimiento y el derecho a ejecutarla la toca; por eso, en muchos sentidos todo músico es "zorrero", aunque como diría don Rafa(el Ramírez Torres), unos más que otros.
Ese grupo comenzó a tocar en las fiestas de La Huacana, en las inmediaciones de El Lindero (la antigua Sinahua), entre Huacana y Churumuco, porque ya no se puede armar un grupo completo con los músicos que quedan, y si se arma, no hay quien pueda cantar los jananeos altos del mal llamado "Estilo Zicuirán"; que en realidad corresponde a una región del son terracalenteño intermedia, donde se unen las cuencas de El Balsas y el Tepalcatepec, y que corresponde a los municipios de La Huacana y Churumuco (y probablemente algunos puntos de Coahuayutla en Gro.), una "cultura", "región", "género", como se le considere, diferenciada de la música de arpa grande del Plan, Valle, del Tepalcatepec, y de la música de tamborita, de la cuenca del Balsas medio.
Esta cultura musical, inmersa en medio de una región con fuerte presencia del narco, estuvo bastante olvidada, no obstante, algunas personas empezaron a ejecutar algunos sones de su repertorio, por su atractiva belleza. Al llegar un grupo más grande en donde había: folcloristas que querían "aprender" un poco de repertorio para incluirlo en sus grupos citadinos, aprendices de antropología que querían hacer tesis, profesores de ballet folclórico que encontraron empatía con las nuevas generaciones, hippies iniciados en el son jarocho, y un largo etcétera que han ido claudicando o incorporándose de otras maneras y lógicas al proceso.
La llegada de jóvenes y no tan jóvenes interesados en la música que cada vez menos escuchaban en sus fiestas, trajo la simpatía de los músicos, bailadores y pobladores de la región. La persistencia de algunos de los llegados, causó interés incluso entre los jóvenes hijos y nietos de los artistas tradicionales. En muchos sentidos, la inevitable quema de marihuana de algunos, o las borracheras de otros (entre los que me incluyo), fueron el indicio de que los folcloristas habían llegado y no bailando chachachá, transformando las relaciones en ese mundo que había visto la llegada de los compiladores del sonido tradicional (Hellmer, Macías), los iniciadores de peñas y grupos de música “mexicana” (Contreras, Villanueva), nos vio llegar con desconfianza, primero, y al regresar con esperanza. A los trabajos de investigación y de talleres con niñas y niños algunos herederos de los “peñeros” de la música mexicana respondieron con iracunda reacción; sin embargo, no hubo la respuesta que esperaban, sino con más trabajo.
En cierto momento, se dejó de ir sólo a tocar por gusto y hubo una “retribución”, que si bien no es “grande” para los músicos, si es pesada para los fandangueros. Ante los compromisos académicos, dos de los zorreros “originales” dejamos de ir y los restantes, decidieron que ellos no eran “zorreros” ni lo querían ser; pero en lugar ponerse un nombre de evidente carácter folclorista como “Son de La Huacana”, o “Los arrieros de Zicuirán”, decidieron tocar como “El Lindero”, usando con “permiso” el nombre emblemático del último grupo de la región, que poseía don Alfonso Peñaloza, arpero de ahí, gracias a que un hijo de él, don Abel, el mismo, arpero, no vio mal el que se usara; sin embargo, debo aclarar que por tradición el dueño del nombre es él, y que su uso es válido cuando se encuentre presente; sin embargo, demostrando que son mas “zorreros” que su servidor, el nuevo grupo ha empleado el nombre: que es digno de respeto, porque representa a una tradición a punto de desaparecer, o para ser más coherentes, a punto de ser transformada en una nueva: urbana, estetizante y escrita; sin recato, asumiendo que porque van a tocar a La Huacana y porque tocan “parecido” a como se toca en los discos y han obtenido algunos “tips” de maestros vivos (y muertos) ahora tienen el derecho a usar un nombre que exige una de las primeras cualidades que deben tener los músicos tradicionales, que es el respeto. Aclaro que los músicos que se han incorporado no tienen por qué saber las reglas básicas de la tradición que suplantan, y que pueden argüir que la tradición debe “modernizarse”; sin embargo, para ser coherentes con la cultura que usurpan y que pretenden ayudar a “revitalizar” con presentaciones fuera de los ámbitos de la tradición, lo primero es el respeto a los maestros muertos.
Aclarar que hay un grupo de folclóricos, folcloristas que usurpan un nombre que debe ser usado por personas de La Huacana, o de apellido Peñaloza, que toquen música de arpa grande es relevante ahora que inicia el boom , que espero crezca, de la música de la Tierra Caliente, incluida la del mariachi, para que las nuevas generaciones sepan que no importa que tan diestros o hábiles sean, sino que elijan el “destino”, acatando el respeto al maestro como primera regla.
Saludos a los folcloristas que lo son de corazón y no suplantan a los músicos tradicionales
El negro mas zorrero del Occidente
Jorge Amós
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