sábado, 31 de diciembre de 2022

La vida musical de un campesino: don Noé Martínez Medrano


Don Noé Martínez creció con violín que era de su padre, don José Martínez Izquierdo, y que andaba rodando por su casa durante su infancia. Le sacó las primeras notas para “entretener” a una hermana menor. Su padre dejó la música “cuando llegaron los tocadiscos” a Tzitzio, en los años 50, y la gente prefería contratar para sus fiestas a los dueños de bocinas, quienes con sus aparatos Radson y su cajas de vinilos ponían canciones rancheras y piezas “tropicales” para bailar.
Los Martínez de los Balcones de Tzitzio son una familia musical, tal vez con más de 100 años de actividad. Su padre, don José, comenzó por aprender a tocar la guitarra, junto con sus hermanos, luego su tío Perfecto Martínez, de Copuyo, lo inició en el violín. La motivación era poder tocar con sus primos Ascensión, Ramón y José Martínez, hijos de Leonora Medrano Santoyo, hermana de doña Casimira, la mamá de don Noé.
Aproximadamente desde los 15 años don José Martínez se dedicó a la música, pero cuando nació don Noé, el 29 de agosto de 1950, “la música ya no valía”, así que se separó y sus primos incorporaron a don José Rubio, para seguir tocando.
Don Noé tenía 8 años cuando vio tocar un dueto formado por Othón Hernández violinista, quien tocaba con Melitón Piña, “con la guitarra tamborina”, en Poturio, un rancho como a media hora de Paso Ancho. La guitarra tamborina, es la guitarra tuá, o guitarra panzona que se tocaba en la música de la Tierra Caliente del Balsas; se le llamaba tamborina, porque tenía una función más percusiva que armónica y los redobles en los mánicos emulaban a los redobles de la tamborita, además de que sus aros muy anchos le daban un aspecto peculiar.
En esos años, los de su infancia que fueron los 60’s, don Noé recuerda que también había un conjunto musical en La Parotita. Lo formaban don Tiburcio Pérez, el violinista, con don Vidal Patiño, el “segundero”, su hermano José Patiño, en la guitarra tamborina y Meliton Castro, en la tamborita. Aunque su padre y otros músicos viejos le refirieron los bailes sobre la tabla, ese instrumento percusivo que los bailadores tocan con los pies, en los ranchos de Tzitzio, en los años 60, ya no se usaba y aunque se regara el piso con agua, al rato ya estaban “las polvaderonas”.
Don Noé nació en Charapeo, cerca de Queretanillo, pero iba a aprender con su tío Isabel Martínez, hijo de don Perfecto, el maestro y tío de su padre. Don Isabel era violinista y tocaba la guitarra “séptima”; pero nos dice don Noé que sólo de nombre, porque ya era una guitarra sexta de Paracho.
Igual que sucedió con su padre, don Noé se inició en la vida musical con un conjunto formado por sus primos, los hijo de don José Martínez, de Las Minas, tío suyo porque se casó con prima hermana de su mama. Sus hijos don Ricardo Martínez, su compadre, y primo segundo, segundo tocaba el violín; su hermano Agustín es prolijo pues toca la guitarra, el violín, y luego aprendió el acordeón. Don Agustín vivió en la Ciudad de México, en Apatzingán y en Estados Unidos, por lo que dejó la música tradicional de sus pueblos para dedicarse a la norteña.
Cuando don Noé se casó con su esposa, doña María Dolores Ávalos Celis, nacida en El Limón, en 1978, tocaron sus primos. Ricardo Martínez en el violín, Agustín Martínez en la guitarra y su primo segundo Abelino Villa, en el tololoche. Esos “Villa”, son una familia de músicos de Las Juntas, donde se juntan el río grande y el chico que forman el río Purungueo que desemboca en el Cutzmala. Don David Villa, tocaba la guitarra y la vihuela, y su hijo Samuel Villa, toca el tololoche con Los Carácuaros de Serafín Ibarra.
Hasta los años 40 las fiestas de bodas y “cuelgas” o cumpleaños, mantuvieron su carácter tradicional. Dependiendo del nivel económico se contrataban un número de grupos que podían ir de uno a 4, a cada uno le armaban una enramada y le ponían una banca para sentarse. Los novios iban a los pueblos a casarse a Copuyo, Tzitzio, Tafetán, y al regresar los salían a recibir con piezas; entonces, el grupo más reputado se sentaba y tocaba en un tono, el siguiente debía continuar en el mismo tono, repitiéndose la acción mientras hubiera grupos. El primer grupo podía cambiar de tono y entonces los demás debían tocar en el tono propuesto. Estos ciclos de tocar en tonos iban acordes con el tiempo de la fiesta; si había grupos de músicos buenos se alargaba, cuando algún conjunto ya no sabía y no podía, se rompía el ciclo de “contestadas” y se tocaba “ya como podían”. Usualmente los contratos eran de 6 hasta 12 horas y cobraban 20 pesos de 1950 por hora; pero don Noé recuerda que algunas veces llegó a tocar más de medio día.
Don Noé toca para los festejos de alegría, pero también para las funciones de los santos y los difuntos. Asegura que “tiene música” para tocar hasta 12 horas, iniciando con Las Mañanitas y de ahí valses, minuetes, sonecitos, alabanzas, pasos dobles y polkas “de pura música”. Sabe que en otros lugares hay “marchas fúnebres”, pero en los Balcones de Tzitzio no se resguardaron. Ahora el repertorio incluye piezas promovidas por el disco y el radio como “Te vas ángel mío”, “Cruz de olvido”, “Amor eterno”, con las cuales se suele iniciar, alternando el rezo del rosario con la música, las horas que se contraten, que pueden ser toda la noche. Después de un rato la familia del deudo comienza a pedir la música “que le gustaba al difunto” y ahí si ya hay libertad para tocar piezas que no son propias para la velación.
En esas fiestas las bebidas eran “calientes” con alcohol del 96, que compraban en latas, o mezcal que bajaban de la sierra de las vinatas de Marcelino Villa o de José Pérez, por El Salto. A partir de los años 50 la cerveza fue la bebida común para celebrar las fiestas.
En los años 70 comenzó a llegar la música norteña a Tzitzio y el gusto por la canción, el corrido y hasta la cumbia fueron desplazando a los géneros locales. Don Noé no es un tradicionalista que se oponga a los campos, porque a él le gusta saber un poco de todo.
Don Noé tocó con don Elpidio Valenzuela en el tololoche, primo hermano suyo, que sería luego su compadre; nativo del puerto de El Tigre. Pero luego lo jaló su primo don Agustín Martínez, el acordeonista, y con su hermano Anselmo Valenzuela, que tocaba el bajo sexto, formaron uno de los primeros conjunto norteño de la región.
En Tzitzio ha también un dueño norteño, formado por Miguel Coria en el bajo sexto y José Durán, en el acordeón. Un caso interesante es el de Juventino España, nativo de La Soledad, que tocaba la guitarra y el bajo quinto, cuya fotografía aparece en el libro de Jas Reuter, La música popular de México, publicada por Editorial Panorama en 1982. El hijo de don Juventino, Miguel España toca la guitarra y ha sido compañero de don Noé. En Copuyo, don José Magallanes, violinista, mayor de 80 años, es parte de un linaje de músicos que se han convertido en “versátiles”, con su equipo de sonido eléctrico, luces y escenario.
Un caso interesante es el de la fabricación de los instrumentos, pues si bien en la actualidad estos se compran en las casas de música de Morelia, y proceden generalmente de Paracho, guitarras, violines y tololoches; en el pasado hubo algunos músicos que construían sus propios instrumentos. Don Noé recuerda que su padre, José Martínez Izquierdo, construyó un violín, y que don Othon Hernández, que era violinista y fustero, también hizo algunos instrumentos.
La vida laboral de don Noé Martínez es amplia y diversa, apenas ayer reparó una cerca, buscó un burro que se le salió de su corral, cortó algunas cajas de ciruelas y se preparó para viajar a Morelia a tocar con sus nietos, que aprenden con él, el Día del Niño. Don Noé construye casas de “material” y de adobe, conoce plantas medicinales que hay en los cerros y barrancas, sin ningún problema sacrifica chivos, puercos y reses, hace carnitas, desmonta para sembrar el maíz y frijol que consume su familia, tiene terrenos propios y otros los trabaja a medias, siembra jamaica, mantiene sus ciruelos, planta magueyes para mezcal, atiende sus estanques con ranas toro, mueve su ganado con su macho, o anda en cuatrimoto. Aunque la música ocupa una parte importante de su vida es sólo una de las facetas de ser campesino en los Balcones de la Tierra Caliente.







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