domingo, 6 de agosto de 2023

Árbol genealógico de los Mendoza, de Cutzato.


La familia Mendoza, del rancho de Cutzato, en el municipio de Uruapan, fue un linaje de músicos de arpa grande, que formaron un conjunto. La familia la formaron don Florentino Mendoza Fernández y Feliciana Mendoza Estrada. Trabajadores del campo por paga, “jornaleros”, que circulaban por las cañada del río Marqués y del Parácuaro; desde la zona alta, en los ranchos del la Tenencia de Jucutacato, hasta las haciendas de Tierra Caliente, Los Bancos, en Parácuaro, Lombardía y Nueva Italia, en Múgica.
El 16 de marzo de 1895 falleció de gripe María Mendoza, de tres años. Era hija de don Florentina y Feliciana, el de 24 y ella de 27 años de edad. La niña había nacido en Parácuaro, y fue enterrada en el panteón de Jucutacato, según los testigos Ángel y Delfino Estrada, mayores de edad, casados, y jornaleros.
La pareja tuvo al niño Florentino el 12 de marzo de 1890, en Cútzato, y fue registrado en la ciudad de Uruapan el 28 de octubre de 1900. El niño era nieto por línea paterna de Francisco Mendoza, vivo entonces, y de María Dolores Fernández, finada; por la materna de Benito Mendoza y de Margarita Estrada, ambos finados.
El jóven Florentino, junior, se unió a Teresa Valladares, y tuvieron varios hijos. El 19 de agosto de 1907, Florentino Mendoza presentó a su hijo Rubén.
La pareja se casó el 8 de febrero de 1918, en la casa número 10 de la segunda calle de La Trinidad; el tenía 27 años y ella 18. Fueron testigos Ezequiel Gómez, Isidro Alfaro y Florentino Mendoza, todos mayores de edad, casados el primero y el último, y soltero el segundo, comerciante el primero y jornaleros los demás, de este domicilio, sin parentezco los dos primeros con los contrayentes y padre del pretendiente este último. Firmaron los novios, que sabían leer y escribir.
En 1924 se realizó la “Fiesta de la Canción y la Danza” en Paracho, organizada por Carlos González, pintor, y Francisco Domínguez, músico, y los profesores de la Misión Cultural. Don Florentino senior tocaba el violín y el arpa grande. Su hijo Florentino Mendoza, junior, también lo hacía; pero afortunadamente fue registrada su ejecución del arpa grande solista por el maestro Francisco Domínguez, cuya transcripción para piano quedó en el Album musical de Michoacán (1941).
El 25 de abril de 1928 bautizaron a Roberto, en la iglesia parroquial de Uruapan, perteneciente al obispado de Zamora, apadrinado por Antonio Armas y Luz García.
En 1930 residían en el rancho de Cutzato, del municipio de Uruapan, don Florentino Mendoza, senior, jefe de familia, de 65 años, que sabe leer y escribir, su esposa doña Feliciana Mendoza de Mendoza, 40 años, casados por la Iglesia. En la casa estaban su hija Cleofas Mendoza, 28 años, soltera; Modesta Solis, casada, 60 años; Justina Hernández, soltera de 46 años; Maximiliano Hernández, viudo de 23 años.
Ese año de 1930, su hijo Florentino vivía en la calle de Manuel Ocaranza Ocaranza, número 45, de la ciudad de Uruapan: tenía 40 años, casado por las dos leyes con Teresa Valladares de 28 años, su hija Angus Mendoza, de 12 años, Abigay (sic.) niña de 10 años, Ruben Mendoza, de 8 años, escolares, y los pequeños Francisco Mendoza de 6 años, y Roberto Mendoza de 4 años.

domingo, 30 de julio de 2023

Ismael García


Ismael García, de El Potrero de Tlalchapa, ahora Villa Guerrero, fue un guitarrista y saxofonista que acompañó a Juan Reynoso en su juventud. “Aquel señor García también conocía de solfeo”, nos dice don Juan, refiriendo a que también sabía leer la partitura musical, como otros músicos de Tlalchapa.

             Ismael fue hijo de Domingo García y Simitria Medrano. Su madre enviudó y se volvió a casar con Juan Leónides, con quien tuvo a su hijo Filogonio Gumersindo, el 20 de noviembre de 1918. Volvió a enviudar y a los 40 años vivía en la calle de Cuahutemoc, en la casa número 7, con sus hijos Martín Leónides de 13 años y Alberto Borja de 9 años, ambos escolares.

           En 1930 en la misma calle de Cuahutemoc, en la casa marcada con el número 31, que era la de su hermano Alvino García de 30 años, en unión libre con Arnulfa Piedra de 24 años, vivían Piedad García, niña de 3 años, Rodolfo García de 6 años, escolar, Inocente García de 10, niña de 10 años,y Guadalupe García, una pequeña de 1 mes. Aunque ahí también vivía Ismael, de 19 años, en “unión libre”, no dice con quién; sin embargo; unas casas arriba, en el número 13, residía Arnulfa Suazo Morante, soltera, de 18 años, con quien se casó y tuvo hijos.

            En la iglesia parroquial de Tlalchapa, el 26 de diciembre de 1930, bautizaron a Fortino Esteban,  nacido el 12 de agosto, hijo legítimo de Ismael García y Arnulfa Suazo; fueron padrinos Concepción Delgado y María González.

  En Tlalchapa 8 de enero de 1940 compareció ante el juez del Registro Civil Arnulfa Suazo, casada, “con la profesión de su sexo”, de 29 años, originaria y vecina del Potrero, y dijo que el día 20 de enero del año 1939, nació un niño vivo a quien pone por nombre Abel García, habido en 4o. lugar de progenitura, hijo legítimo de la compareciente y del señor J. Ismael García, casado, filarmónico, de 31 años de edad, y originario y vecino, como la compareciente, de El Potrero.

          Don Ismael “murió asesinado a balazos en su casa”, el 6 de junio de 1945, a las 20 horas en la cuadrilla del Potrero; no fue atendido por un médico, y fue inhumado en el panteón de la localidad; según declaró su viuda, quien como hemos visto, ya tenía hijos con el finado. Fue el 23 de febrero de 1948 que se registró a Rufino García, quien nació el 1 de marzo de 1932,  y hasta el 3 de enero de 1949 que se presentó, para su registro, al joven Paul García Suazo, quien nació el 13 de julio de 1931, ambos de Villa Madero, el antiguo Potrero de Tlalchapa.

jueves, 13 de julio de 2023

Cirilo Casanova Piedra

La mañana del día 9 de abril de 1921, llegó a Tacámbaro don Cirilo Casanova y presentó al juez, a un niño que había nacido a las 8 de la noche del 17 de octubre de 1920, en el rancho de Chiquito de Los Indios, ahora desaparecido. Le puso por nombre José Cirilo Casanova Espino, pues lo hubo con su esposa, doña María Inés Espino. En el acta consta que fueron sus abuelos paternos Jesús Casanova y María Álvarez; los maternos Julio Espino y Camila Monge. Don Cirilo lo llevó a bautizar a la parroquia de Santa Ana, en Turicato, el 17 de noviembre de 1920, ahí le puso el sacerdote: Cirilo de Jesús, fueron sus padrinos Toribio y don Dolores López. Ese niño creció para casarse, el 18 de mayo de 1942, con Josefina Piedra; uno de sus hijos fue don Cirilo Casanova Piedra, albañil de ocupación, guitarrista y compositor de afición; fue sobrino y guitarrero de doña Crescenciana Borja Espino, violinista, con quien recorrió la legua en los pueblos de Los Balcones, del extenso municipio de Tacámbaro, luego fraccionado. 

           Esa cuestión de la "autoría" es difícil en cuanto a las músicas tradicionales. En los Balcones hay varias leyendas sobre compositores a quienes les robaron canciones que fueron registradas por personas que se aprovecharon. En el caso de son Cirilo Casanova hay algunas composiciones suyas que no fueron registradas, y otras que tienen registros que no están a su nombre.

                 En "Tortillas con sal" reflexiona sobre la división social desigual, con tópicos bastante conocidos. 


 



miércoles, 15 de marzo de 2023

La "tradición" contenido, proceso, discurso, concepto....

La palabra "tradición", dicen los que saben, viene del latín "traditio", derivado de "tradere": entregar. En los diccionarios tal transmisión usualmente se refiere a ideas, expresividades, valores sociales, sentimientos expresados mediante textos escritos, orales, pero también expresivos y corporales, que pueden ser adjetivados como jurídicos, literarios, religiosos, etc. pero también pueden referirse a objetos cultuales, como costumbres, doctrinas, ritos, religiosos o profanos, sociales y artísticos; por asociación, se usa también para referirse a los contenidos de esos procesos. En el presente, en que la ciencia es el sistema usual para construir  conocimiento, se apela a la razón como medio para llegar a él; sin embargo, la tradición no es sólo "conocimiento" racional, es también expresivo, moral y simbólico  encarnado. 

    A veces pensamos a la tradición solo como un cuerpo de saberes legado de una generación a otra y, aclaran los que reflexionaron sobre el tópico, que esta entrega recepción es una negociación entre lo que se entrega, que no es todo lo recibido, adecuado y creado por la generación anterior, y lo que se recibe por la generación siguiente; esto quiere decir que siempre hay "pérdidas" en los contenidos, aunque el proceso se mantenga; pero la misma concatenación de acciones en la tradición se modifica. Así que, paradógicamente, aunque imaginamos a la tradición como "inmóvil" y "conservadora", en realidad es todo lo contrario, dinámica y transgresora, centrada en los procesos y no en los contenidos. 

    La asociación entre contenidos de la tradición y patrimonio, legado con valor, me parece que viene del Romaticismo y de las primeras propuestas de la disciplina del Folklore, que fueron desechadas ya en los años 30 del siglo XX por las propuestas de la antropología cultural que se ocupó también de esos aspectos de la "cultura inmaterial", método de análisis que separa aspectos de la vida "objetiva", como la economía o lo social, de la vida "subjetiva", donde estarían expresiones de la lengua como literatura (poesía, narrativa, cuentos y canciones). 

    En los años 30 los "maestros misioneros", vinculados con las acciones culturales para justificar y definir al Estado posrevolucionario, hicieron recopilación de índole folklórica regional y los ideólogos de los gobiernos en turno usaron esos materiales para construir ideas de "nación" de carácter prescriptivo, que enseñaran a niños, jóvenes en las escuelas, a adultos y mayores mediante los medios de comunicación masiva, "lo mexicano", que caracterizaran su "espíritu", su "cultura", sus "sentimientos y valores" con el fin de constituir una nueva identidad política nacional, la del naciente Estado emanado de la Revolución. Las ideas entorno a la Nación, al ciudadano mexicano, como totalidades, y su relación con la "región" y los estereotipos de sus habitantes se volvieron monolíticas. Las tradiciones fueron fundamentalmente contenidos que enseñaban prácticas tangibles, que caracterizan, describen y evidencian ideas políticas encarnadas en vestuarios, coreografías y músicas que, arriba de un escenario, o a ras del suelo, muestran "lo regional", como "mexicano".  La tradición tuvo entonces, además de las dimensiones artísticas, una fundamentalmente política.

    Estas perspectivas políticas, disfrazadas de tradiciones artísticas, permearon hondo apoyadas por la escuela mexicana y los nacientes medios de comunicación masiva, por ello se volvieron realidades verosímiles para los espectadores, y lo que es peor, muchas fueron aceptadas sin aparente rechazo por los habitantes de las regiones que fueron estereotipados. Nos reímos del boxito, el jarocho alegre y dicharachero, nos identificamos con el soflamero abajeño, creímos al indio náhuatl ingenuo, nos encendimos con las voluptuosas costeñas, y como en los memes actuales, pensamos: "Sí soy", pero no era, no es así. Las complejidades regionales no pueden ser captadas a cabalidad por el estereotipo, aunque este mecanismo ideológico y discursivo tenga la apariencia de verosímil, se encarne en fenotipos y se exprese mediante "trajes regionales" o "trajes típicos", se acompañe de "música folclórica" o "vernácula".

    Siempre que leo, o platico, con l@s interesad@s en las músicas de transmisión oral preservadas en entornos campesinos, a las que según el momento histórico, a la ingeniería social implementada por el Estado, y las etiquetas de producto cultural creadas por las industrias culturales, que llamamos músicas: folclóricas, regionales, populares y tradicionales, encuentro que, bajo tales palabras, que en el pasado fueron utilizados como conceptos y ahora se han vulgarizado, desligándose de las corrientes teóricas que les dieron origen y que pretendieron acotar su sentido, ahora de nuevo tienen un carácter polisémico y se refieren incluso a ideas opuestas. 

    Ahora comienzo a comprender que, detrás de este proceso de carácter semántico, hay una analogía con lo que sucedió a lo largo del siglo XX con algunos términos del psicoanálisis, como "histeria", "crisis", "shock" o "personalidad tóxica", que de ser términos acotados y, más o menos precisos, usados por médic@s especialistas y profesionales de la salud mental o emocional, ahora tienen diversos sentidos en el habla cotidiana. Si este vocabulario técnico, vinculado con aspectos complejos de la mente humana, se usa en contextos ajenos, por legos en la materia y con significados muy alejados del campo semántico original, es lógico pensar que menos problemático para los hablantes es el uso de conceptos procedentes de la teoría social que se han vulgarizado, como es el caso de "tradición". 

    Esta explicación también permite entender el desenfado y laxitud con el que se emplean a partir de los intereses, el capital cultural del hablante, y la diversidad de significados que toman. Además, este proceso de cambio semántico me parece que es circular, pues los profesionales utilizan palabras que existen en el lenguaje, o crean un neologismo a partir de ellas, acotan la definición con la pretensión de evitar los equívocos en los lectores y entre los colegas al emplear el concepto, usualmente en una red semática que es un campo también de la teoría y se refiere a una realidad objetiva del mundo social; pero con el paso del tiempo, tales conceptos son retomados por las sociedad en publicaciones especializadas, se usan en coloquios y congresos donde se analiza la pertinencia de su sentido y la utilidad descriptiva como modelos de lo social, para, con posterioridad, pasar al lenguaje cotidiano, donde su definición pierde el uso riguroso del sociolecto académico, para pasar a la polisemia. Los investigadores entonces construirán y usarán  nuevos conceptos a partir del habla cotidiana y el círculo se repite.

    Es probable que esté descubriendo el hilo negro, pues Moscovici lo propuso desde los años 60 al construir su nociones de "representación social" y de "imaginario social". Así que cuando alguien en un taller que enseña músicas de transmisión oral preservadas en entornos campesinos, y nos habla de "estilo", de "género", de "tradición", de "auténtico", etc., siempre es necesario preguntar ¿Qué entiendes por tal palabra? Aunque pequemos de "tontos", "ingenuos" o "ignorantes", pendejo el que no pregunta, decía mi abuelo, y "yo no soy ningún pendejo", aseguraba pendejamente. 

    Los talleres de música tradicional son entornos de enseñanza formal, es decir, los talleres tienen horarios y espacios fijos, técnicas de enseñanza, estrategias didácticas y currícula oculta (aunque los facilitadores, maestros, coordinadores, no se den cuenta, o no sepan que eso que hacen es éso). Ello no necesariamente implica que sean institucionales, pues la mayoría no tienen soportes materiales y económicos vinculados con el Estado, aunque aspiren a ello. Los talleres son casi siempre prescriptivos sobre los contenidos y las formas, sobre todo en la parte básica de la iniciación artística y la apreciación; conforme los participantes crecen en edad y adquieren más conocimientos, habilidades y valores explícitos e implícitos, entonces algunos derivan, dependiendo de la formación, interés y metas de los facilitadores, en investigación aplicada empírica, aprender haciendo”; algunos incluso en los contextos sociales y espaciales donde las prácticas culturales, que llaman tradicionales, tienen lugar y son realizadas por preservadores con linaje, gente del gusto

    El vocabulario del sociolecto de l@s músic@s autodenominados tradicionales recurre a: conceptos de carácter émic, usados por l@s preservador@s, conceptos vulgarizados de la teoría social, etiquetas creadas por la industria para vender productos culturales; pero además, son usadas con herramientas ideológicas de acuerdo con las posiciones políticas de los implicados. El campo semántico se cruza con el campo ideológico al describir prácticas culturales que, por cierto, no son ni objetivas ni neutras. Además, las representaciones sociales de “lo tradicional” atraen a personas de ideología conservadora y también a quienes se ubican en el lado opuesto; por lo que las disputas en torno a lo que “es” o “no es” “tradicional” son muchas veces álgidas.

    Es poco probable que en el futuro próximo haya una base semántica de comunicación entre los interesados en preservar las prácticas performativas artísticas de tradición oral arraigadas en el occidente de México; no sólo por la extensión territorial, la diversidad de contenidos de las artes performativas tradicionales, las encontradas filiaciones políticas, el abanico de identidades sociales, étnicas y de género entre los preservadores, las distintas metas entre los gestores culturales, promotores comunitarios, aprendices, públicos y consumidores de las artes performativas tradicionales, que tienen además la intervención estatal mediante políticas públicas que no sólo viene de la federación, sino también en el orden estatal y municipal. No obstante, una estrategia útil puede ser iniciar siempre con un ejercicio de reflexión que si no “defina”, si problematice los entendimientos comunes de ciertos términos de uso habitual en estos procesos.

    Así que dígame usted ¿Qué entiende por tradición? ¿Qué procesos encierra? ¿Qué sentido tiene transmitir y legar, aprehender y preservar? ¿Cuáles son los  contenidos que hay que preservar y para qué? Pregunto para no ser pendejo...

 

lunes, 20 de febrero de 2023

Espacio, tiempo, prácticas culturales... y un “gallinazo”


Llevo tiempo tratando de entender cómo es que las prácticas culturales suceden en un espacio y cómo cambian con el tiempo. Siempre que logro formarme un modelo imaginado de cómo ocurrían las prácticas en un tiempo determinado, aparecen elementos que me muestran lo rápido que cambian en forma y sentido. En cuanto logro construir una representación espacial de la práctica, alguien me cuenta, o me encuentro una referencia a que éso ya no sucedía allá sino acá, moviendo la frontera; pero no sólo kilómetros, sino cientos. La respuesta a esto es que en un país con tal diversidad de regiones, con tal dependencia de los mercados internacionales y por tanto con tantos grupos políticos que intentan hacerse del poder, para mediar con los capitales exteriores, no sólo cambiamos de forma de gobierno y Estado: monarquía constitucional, república federal, república central, república federal, monarquía constitucional, república federal, dictadura, república federal centralista, dictablanda... También producimos para el mercado internacional, oro, plata, cobre, caña de azúcar, añil, maderas preciosas, hierro, carne, algodón, marihuana, melón y limón, para potencias que también cambiaron su centralidad en el orbe mundial: España, los Países Bajos, Francia, Inglaterra, Alemania, Estados Unidos, Japón. A cada cambio se reorientaron las rutas de comercio extractivo, por el que enviamos materias primas y consumimos productos elaborados, se construyeron caminos de hierro por donde hubo senderos, caminos de herradura y brechas, luego asfalto, puertos de marear y puentes aéreos. Por esas rutas llegaron personas y prácticas culturales distintas, instrumentos musicales, libros de poesía, manuales de danzar y hacer instrumentos, hojas sueltas con coplas y partituras de moda. Nuestras fronteras políticas cambiaron, “perdimos” jurisdicción sobre territorios, y casi nunca crecieron los espacios geográficos llamados “Michoacán”. Tuvimos políticos en puestos centrales y nos gobernaron fuereños; mandamos un emperador y cuatro presidentes a “gobernar” a “México” y recibimos como interinos a muchos “virreyes”; no pocos sacerdotes de estas tierras se sentaron en sillas episcopales en Nueva España, en las sedes de México, Centro y Sudamérica; pero también fueron y vinieron arrieros criollos y huacaleros indígenas, batallones de pardos e indios flecheros. Todavía en el siglo XX recibimos turistas, trasterrados políticos, inversionistas y artistas; y expulsamos al 50% de nuestros paisanos y parientes a Estados Unidos y Canadá. Es lógico pensar en prácticas culturales fluyendo, de ida y vuelta, traspasando fronteras estatales y nacionales, regresando en otros tiempos transformadas.
Así que cuando escucho “El baile de Tierra Caliente de Michoacán” me da un poco de ternura y más cuando escucho “El baile de Tierra Caliente de Guerrero”, y francamente me da risa cuando escucho “El baile del Sur de Jalisco”. Entiendo que estas entelequias corresponden a construcciones políticas forjadas desde la centralidad de espacios políticos controlados por élites regionales que se asientan en el Bajío (Guadalajara y Morelia) y en una construcción/invención muy extraña que sólo existió en la mente de Juan Álvarez y que se llama “Estado de Guerrero” de una más extraña invención llamada “Región Centro”, en Chilpancingo. Mientras la Tierra Caliente, como territorio, tiene una existencia tal vez milenaria, como lo evidencian sus nombres en las lenguas del poder: Jurío, Chupio, Aparandanï, Tlallitlatlac, Ytlatlayan, Tlatotonik, la cual fue partida en dos, una sección occidental bajo control de Tzitzuntzan y una oriental dominada por Mexico Tenochtitlan. “Michoacán” como “rumbo” y región imaginada está presente desde, tal vez, el año 1400 d.n.e. y el Bajío se constituyó hacia la primera mitad del siglo XVI, Guerrero no definió sus fronteras con Michoacán hasta la primera década del siglo XX, y todo un distrito en la Tierra Caliente de un plumazo se volvió “Guerrero” y dejó de ser "Michoacán". Esto no quiere decir que no hubiera “cultura” en estos espacios de "reciente" creación, sino que sus identidades imaginadas no existían; para ello, los gobiernos estatales crearon identidades construidas mediante gentilicios bastante raros, como “calentano”?, que de insulto se volvió un referente y orgulloso adjetivo!! y usaron diferenciaciones falaces a partir de nacer de un lado y otro del río.
Estas identidades políticas usaron a las artes tradicionales para intentar sobreponer a la identidad regional y local, que como vimos en algunos espacios son centenarios o milenarios, una identidad estatal o regional absurda: Los Altos “DE JALISCO”, el Bajío “GUANAJUATENSE”, El Sur de JALISCO, “La Tierra Caliente de GUERRERO”. En este proceso los “concursos” escolares de “Baile Regional”, que de regional sólo tenía el nombre, pues atienden a los límites políticos con más celo que las dos Coreas, y fueron creando “apropiaciones” y criterios absurdos: “En Michoacán NO se redobla, éso es en Guerrero”, “La tambora ES de Los Altos y el Sur de Zacatecas”, “El mariachi ES de Cocula”. Estereotipados como “verdaderos”, obligando a los niñ@s a repetir como pericos lo que sabe dios quién, inventó en un escritorio, y a sentirse orgullosos de su Nación, luego de Estado, antes que de su pueblo.
Es paradójico que aunque los profes son de esos pueblos y cruzan los ríos para ver a sus novias y parientes, ir a estudiar, comerciar, buscar al médico, sacar las placas de sus carros cuando están más baratas, “dar la vuelta”, no se dan cuenta de la falacia y siguen gritando “¡Ajúmala calentano!”, “¡Viva Aguascalientesnnn!”, “¡Puro Michoacán!” y demás estupideces, perdón, muestras de identidad. Claro, me dirán, ellos no producen los contenidos curriculares, en todo caso los imparten y si quieren, pueden y tienen tiempo entre las dos plazas, el taxi, la papelería, o las ventas por catálogo, pues adecuan. A los pedagogos de las Secretarías de Educación en el Estado no les corresponde investigar, con ver que hay en la literatura sobre folclor les basta; el problema es que, "lo que hay", tiene justo esas visiones de los años 50, aunque se haya hecho ayer, y la búsqueda de una identidad nacional a partir de desarrollar las identidades estatales, usando “los bailes regionales”, paradójicamente, continua.
El modelo de desarrollo “REGIONAL” que se implementó a partir del periodo Alemanista, fue una imposición/importación del desarrollo por cuencas hidrológicas, ideado en E. U. para convertir el “Tazón de Arena”, una zona muy pobre del Medio Oeste, en una rica planicie agrícola a partir de crear un sistema hidráulico en el río Mississippi. Acá la “Alianza para el Progreso”, que buscaba frenar el avance del comunismo haciendo negocios en A. L. e imponiendo títeres, tuvo un gran aliado/socio con don Miguel Alemán, que se despachó a lo grande quedándose con medio Acapulco y poniéndole su nombre a la costera. Se crearon las Comisiones del Tepalcatepec, del Balsas, de la Costa Sur, del Papaloapan, pusimos a Cárdenas pa que se ocupara y no pensara en quedarse en el poder. Ante el impacto de mover gente, recursos, pueblos por las presas, la creación de caminos, de campos de riego que usaban la electricidad de las presas y la dinamización económica producto de todas esas magnas obras, a don Gonzalo Aguirre Beltrán se le ocurrió armar acciones para afirmar las “culturas regionales”; probablemente a algún profe de su equipo se le ocurrieron los “concursos” y aparecieron mágicamente en Tierras Frías y Calientes, se dotaron de instrumentos musicales a bandas, orquestas y grupos de música popular, con cheques otorgados por las Comisiones, pero que la gente atribuye a la bonomía y gusto por la música tradicional del General. Los maestros misioneros fueron comisionados para investigar las artes tradicionales donde se asentaban las Misiones Culturales, se hicieron informes y de ellos salieron valiosas publicaciones que, lamentablemente, se volvieron cánones de prácticas que no necesariamente fueron estudiadas a cabalidad. A partir de los informes y de los montajes que se hicieron en ésos años, los profes se dieron gusto y la SEP promovió concursos entre las escuelas de las zonas escolares de esos nuevos polos de desarrollo, pero también fuera de ellos. En un momento en que el cine se abría a una “democrática” representación de las regiones en la pantalla, ya no sólo había charros, charros, las otras músicas y bailes aparecieron en la capital, pero no todos se “modernizaron” y quedaron en “el gusto” de la urbe. En la fototeca del INAH, disponible mediante la Mediateca, podemos ver en el centro nocturno de caché de la época, El Patio, en teatros y explanadas a Danzas de Viejitos, Tehuanas, Jarochos y Huastecos, pero “Jalisco nunca pierde” y el mariachi ya había hecho sus estragos y había llegado para quedarse, cuando menos hasta los 70 cuando la avalancha del norte los comenzó a desplazar, lento pero seguro.
Los repertorios y las “monografías” de esos maestros misioneros y profesores de educación básica que llevaron niñas y niños a los concursos nacionales fueron la base para que sin investigar mucho (o nada) iniciaran las Compañías de Danza Moderna a transformarse, mediante “ballets” (cuadros escénicos con una temática y una historia) de corte “mexicanista”, en Compañías de Ballet Folklórico, algunas relacionadas con la naciente institucionalización de la danza, como práctica artística, y sus escuelas y academias. El objetivo era “dignificar”, “rescatar”, “escenificar”, “mostrar” los “bailes regionales” y de nuevo, construir identidades nacionales ya no entre la gente de campo, sino en la urbe, y sobre todo en una juventud cada vez más influida por los medios de comunicación extranjeros (según la percepción del Estado), que siempre han dominado el mercado y las industrias culturales “mexicanas”, nomas hay que revisar la “alianza” de Azcárraga con Columbia, CBS, para cuestionarnos dónde está lo “mexicano” en Televisa y sus satélites. La tele entendió muy bien que este proceso, de construcción de una identidad nacional alentado por el Estado mexicano, podría convertirse en un negocio lucrativo apropiándose de la "cultura del Baío", charros charros en la pantalla, el ballet de Amalia Hernández en horario estelar, cuando no estaba en Bellas Artes bailándo par ael turismo, y échame a mí la culpa...de la homogeneización mariachera del país, luego de la norteñización, y de la gruperización, y lo que siga.
Tan duros estereotipos nos construyeron imaginarios sólidos de lo que es “ser” mexicano, y tener una identidad “regional”, que en realidad se ajustó a fronteras estatales, sin importar que jarochos hubiera en Oaxaca y Tabasco, sólo Veracruz es bello. Lo que el cine nos mostró la tele lo ratificó...ya vamos llegando a Pénjamo.
Que difícil es “desaprender”, vaciar la razón de imágenes estereotipadas y aproximarse a las realidades locales; enfrentarse a lo que la gente hace y además reconocer en ello la huella del Estado, de las Industrias Culturales y la Opinión Pública creada por los Medios de comunicación de masas. Es difícil toparte con testimonios de otros tiempos, en esos espacios regionales y ver cuanto ha cambiado, cuanto ha desaparecido y tener elementos para entender ¿por qué? No con la romántica nostalgia del bien patrimonial perdido, sino con el afán de entender la secuencia de apropiaciones/negociaciones entre los grupos subalternos, el Estado, las élites locales, regionales, nacionales y extranjeras mediadas por algo aparentemente tan “apartado de la política” como el “arte”, pero a la vez tan poderoso simbólicamente, tan disruptor.
Un ejemplo de muestra para que se entiendan los argumentos esbozados:
El violín y la tambora
se oyen sonar en Urapa (Rancho del distrito de Ario),
y la gente va gustosa
a las bodas de Serapia.
....
Desde lejos se divisa
una vistosa enramada,
barrido el suelo y compuesto,
y en el centro preparada
una cavidad, cubierta
con un ancha y gruesa tabla,
donde bailarán contentas
las gentes de la comarca.
En aquel grupo que viene
en carrera apresurada,
se advierten los dos esposos
en medio de la algazara
de los que ansiosos procuran
obtener de diestros fama,
quitando al novio la espuela;
entre tanto, que animada
la música toca El Canario
para anunciar la llegada.
....
Se oye un grito de alegría
al tocar El Gallinazo
y de entre los concurrentes
se paran a bailar cuatro
“¡Una de tobíos güeros!
dice uno, para este rato,”
“¡Una morena!” grita otro,
y presto se llena el campo
de mujeres que se aprestan
con su rebozo terciado.
y la mano en la cintura,
garbo y salero mostrando.
Se oye un gran redoble
encima de aquel tablado,
y una voz limpia y sonora
aqueste verso cantando:
“He de casar mi gallina,
gallina, vení, volá,
con un gallo copetón,
tirana ná, na ná, na ná,
para que salgan los pollos
gallinacito vení volá,
con chaqueta y pantalón
volando viene, volando vá
tirana ná na ná, na ná”.
En tanto los bailadores
siguiendo el alegre canto,
dan vueltas a un mismo tiempo
los pañuelos revoleando
a su compás y movimiento
haciendo un cuadro animado.
Concluye el son y van todas
los lugares ocupando....
Víctor Luviano nos describe hacia finales del siglo XIX una fiesta en Urapa, la Urapita de don Leandro Corona, una bella población, Tenencia de Ario de Rosales, pero en la Cuenca Alta del Río Puruarán (noten que voy a realizar la descripción siguiendo el modelo de cuenca hidráulica), donde se asientan los pueblos y ranchos en los que el jarabe se resguardó por la trascendencia que tuvo y tienen en su uso social. Describe una boda de la gente común de esa localidad de los Balcones de Tierra Caliente, una enramada que permite bailar sobre la tabla, en grupos de cuatro personas, dos parejas de hombre mujer, güeras y morenas. Antes de llegar los jóvenes se lanzan al galope para ser el que reciba al novio, le quite las espuelas y con ello, gane el derecho de bajar a la novia del caballo, mientras los músicos tocan El Canario. Forma usual que se acostumbraba en La Huacana, Churumuco y Turicato, municipios al sur de Ario.
La música está compuesta por violín y tambora, luego volveremos sobre la dotación.
Los asistentes están sentados y se paran al escuchar un son que ya no se oye por esos rumbos, El Gallinazo; baile que implica usar los pañuelos “revoleados”, es decir dando vueltas, con “gran redoble” sobre el “tablado”.
Gallinazo es el nombre con el que designan en América del Sur lo que nosotros llamamos “zopilote”. Como baile parece tener un origen antiguo y no muy preciso, pues en Antioquía, en Colombia, se dice que hay referencias a una danza llamada así desde 1750 y en Chile, se dejó de bailar hacia 1830.
Gallinacito
vola, volando;
volando vienes,
volando vas.
¿De dónde mi gallinazo,
tan amarillo y mortal?
Vengo de la yerba buena,
que me han querido cazar.
Curiosamente los versos se parecen a El Gavilancillo, son jarocho.
Dicen que gavilancito
Volando viene, volando va
Se pasa la mar de un vuelo
Volando viene, volando va
Volando viene, volando va
Gavilancito volar, volar...
Pero ése es otro cantar, pensar cómo El Gavilancito se convirtió en Gallinazo, o viceversa, por qué El Gallinazo se volvió gavilán.
Regresemos al zopilote/ gallinazo. En ambas descripciones de se usan pañuelos en las manos que se “revolean”, imitando las alas del animal.
En la Tierra Caliente del Balsas Medio (que ocupa porciones de los estados de Michoacán, México y Guerrero) hay en la actualidad un son que se llama La Gallina, que usa la misma copla inicial que la descrita por Luviano y un estribillo similar al del folclor chileno, pero no con la misma estructura interpretativa.
Voy a casar mi gallina
con el gallo copetón (bis)
Para que salgan los pollos
con chaqueta y pantalón (bis)
Voló, voló, voló pa′ arriba
Voló, voló, voló pa' arriba
Con el paño vuelta y vuelta (bis)
Que le daba y no paraba (bis)
Bailen bailadores, paños colorados (bis)
Bailen La Gallina, pero redoblado (bis)
La copla del son tradicional de la Tierra Caliente del Balsas Medio delinea lo que hay que hacer coreográficamente, “con el paño vuelta y vuelta”, “pero redoblado”. Ambos kinemas están también presentes en la descripción poética de Luviano: “los pañuelos revoleando a su compás y movimiento” y con “un gran redoble”.
Regresemos ahora a la instrumentación, violín y “tambora”, que podríamos suponer se trata del instrumento que caracteriza a los conjuntos de arrastre del Balsas, la “tamborita” (tambor de doble parche, con sistema de tensores de corte militar europeo, de forma y proporción parecida a los bombos de las milicias novohispanas, aunque de tamaño menor y tocado con baqueta y “bolillo”, un mazo acolchado). Aunque al oriente de esta pequeña región, en el municipio de Turicato,doña Crecenciana Borja Espino, que murió de más de 80 años hace menos de un lustro, nos contó que ése instrumento, que ella tocó, se podía ver en las fiestas de los ranchos, no hemos escuchado de su uso en la porción occidental. En cambio, don Rosalío Chavez (de más de 80 años), de Las Puentes, municipio de Ario de Rosales, refiere que la “tambora” (también un tambor de doble parche, de sistema de tensores de corte militar europeo, de grandes dimensiones, tocado con baqueta y mazo acolchado) se usó en la zona oriental, una entre entre varias dotaciones instrumentales que tenían al violín como instrumento melódico, a la armonía, como armónico y a la tambora como “bajo”. Esta dotación instrumental continua usándose en el municipio vecino de La Huacana, aunque vinculado con la música sacra usada en las funciones religiosas y sigue hacia el sur en el municipio de Arteaga, también en contexto religioso.
Tenemos pues en esta referencia poética publicada en 1894 que hay un “son” que se llama El Gallinazo, bailado con pañuelos y redoblando en la tabla, bailado por dos parejas de hombre y mujer (como es usual que se bailen los jarabes, sones y gustos en la región), que es acompañado con violín y tambora, en un pueblo de los Balcones de Ario. La copla, que usa Luviano para describir el baile, forma parte de varias piezas llamadas La Gallina, pero cuyas melodías y formas de enunciación poética son distintas.
Aunque piezas musicales llamadas El Gallinazo, aparecen en Antioquía, Colombia y Chiloe, Chile, mantienen características kinéticas comunes, como usar pañuelos y dar vueltas, el redoble sobre la tabla, distingue lo que se hace en México, tanto en la Costa Sierra, Los Balcones y la Tierra Caliente del Balsas Medio. Hay una apropiación pues se le describe como “son”, y por la referencia de Luviano, hay un gusto por bailarla, lo curioso es que el editor de "La Lira Michoacana", don Mariano de Jesús Torres, guitarrista de sétima, profundo conocedor de la música popular michoacana de su tiempo, coloca una nota a pie en El Gallinazo, y lo llama: “Jarabe suriano”, que también refiere en El Canario. Algo hay aquí para tratar de aproximarnos a las clasificaciones de la época y entender sus referencias ¿Qué era para ellos un jarabe? ¿Equivale a "son"? Don Mariano sabía de lo que hablaba, pues nación en la ciudad del Jarabe moreliano.
Hasta aquí tenemos una pieza antigua de la cual no puede marcarse un “origen”, pero si una apropiación y adecuación a lo largo del Pacífico Latinoamericano y Tierra Adentro, siguiendo los afluentes del Balsas...

jueves, 9 de febrero de 2023

Esas son cochadas dijo el guache...

 ["Cochadas": en Tierra Caliénte dícese de las cosas mal hechas. "Guache": muchacho]

Hay quienes suponen que el censo del 2020 servirá para contar un "estimativo" de la población con un ancestro sudsahariano que vive en México; sin embargo, hay muchos supuestos que deben tomarse en cuanta o de lo contrario crearán problemas que invalidarán los resultados.
El primer problema es que desde la Costa Chica algunas organizaciones y miembros de la academia afromexicanista están "inventando" el ser "negro"/"afro" en México, cuando hay muchas variantes de la experiencia que deberían estarse indagando; pero como ahí cayeron primero los académicos pues se está "tipificando" como modelo "costa chiqueño" que determinará el formato del censo. Se trata de una región donde hay comunidades donde predomina el fenotipo sudsahariano y hay cierta continuidad entre poblaciones, además de ser el espacio donde se gestó un "renacer" de la identidad étnica usada como arma política, por lo que los discursos sobre lo "negro", lo "afro", o el vínculo imaginado con "África" están presente en las acciones políticas de ciertas organizaciones, y académicos, pero además, es un espacio que ciertos actores políticos ha visto como rentable clientelarmente y ahora políticos de los partidos nacionales presentes en la región utilizan también el discurso étnico como bandera de lucha. Estas organizaciones de la Costa Chica han usado desde hace un par de décadas encuentros "culturales" para educar políticamente en el discurso "afro" a las personas de la región, un discurso que toma elementos de la "negritud" caribeña y de cierto nacionalismo negro norteamericano, por lo que ha sido necesario "reinventar" las relaciones sociales en términos de "blanco/negro", "exclusión/exclusión", cuando en el pasado, y en el presente, la solidaridad y las fronteras étnicas no estan trazadas como en el Caribe inglés y Nortemérica. Al no desarrollar un discurso político propio, basado en las condiciones históricas y sociales de la región, y presentar el modelo cuantitativo que usaron los colombianos como estrategia para el reconocimiento y el arma de negociación con el Estado mexicano, es probable que se establezca como antecedente y requisito para otros grupos con un ascendiente sudsahariano que intenten negociar con el Estado, pero en condiciones menos favorables numéricamente. El modelo parece está pensado para regiones y comunidades, no para familias que, desde mi perspectiva, en México es el número mayor de personas con un ascendiente sudsahariano, las cuales permanecen invisibilizadas, discriminadas y sometidas, o con relaciones interétnicas tensas con los grupos étnicos que, en su región, predominan o tienen el control económico y político.
El segundo problema es claro, el foro ¿Cómo queremos llamarnos...? no va a contar con familias de Guaracha, Los Reyes o Coahuayana, lugares donde se mantiene cierto fenotipo "afro"; pero menos aún con individuos de apellido Bran, Congo, Angola, Mulato, Chino, Lule, Morisco, etc. muy largo, que viven en comunidades de criollos, o "güeros" de rancho, y en comunidades indígenas: nahuas en la Costa de Michoacán, jñatjo y ñätho del Oriente de Michoacán, y p'urhépecha, o han migrado a las ciudades medias del estado de Michoacán; probablemente, no tienen idea del origen de su apellido y "les tiene sin cuidado", pero eso no quiere decir que, en determinado momento, cuando haya recursos y acciones destinados a la población "afrodescendiente", no puedan solicitar apoyos y ¿cuál será el criterio de inclusión/exclusión? ¿Si soy güero de nariz ancha y pelo rizado y me apellido Bran puedo ser "afro____" algo? Como no habrá un foro verdaderamente nacional es más cómodo y fácil decir: "- Pues están los que se incribieron, les interesa y quieren"; pero ni están todos los interesados ni todos "saben", es más, ni los "costachiquenses" saben ¿cómo y para qué es el censo?
El tercer problema ya salió a la luz en la Encuesta Intercensal y tiene que ver con la confiabilidad del resultados. Vaticino (y no hay que ser "zahorín" para verlo) que la cuenta va a presentar resultados cuestionables, parciales y no aceptados incluso por los propios impulsores. Es probable que el resultado nacional sea un número entre 1% y 3% del total nacional, que es el de la población de la Costa Chica; pero ¿cómo apareceremos el resto? En la encuesta intercensal 2015 aparece un cuestionable 0.2% en el municipio de Zitácuaro, que conozco y es próximo a donde vive el grueso de mis parientes, en cuyo municipio apareció un 0% de "afrodescendientes", ni siquiera mi familia extensa. En el caso de Zitácuaro que tiene 164,144 habitantes yo me pregunto ¿quiénes fueron esos 328 personas que aceptaron ser "afrodescendientes"? ¿Cómo es que interpretaron el concepto "afrodescendiente"? Si es que dieron respuesta y no fue el censador el que decidió de acuerdo a su fenotipo y apariencia que ésa familia era "afro".
Es loable intentar que las personas con un ascendiente familiar sudsahariano sepan primer que lo tiene, luego que rompan con el racismo presente en la vida cotidiana de México y acepten que lo son, para luego "ser contados", ¿pero y luego? ¿Qué pasa si somos el 1% o el 15%, como se estimaba en los últimos conteos coloniales? ¿Cambia políticamente la estrategia? Es de esperarse un poco más de un 1% de autoadscripciones y que será necesario luchar porque las temáticas del pasado colonial de los sudsaharianos en la Nueva España y el México independiente se incluyan en la educación básica, sobre todo las de carácter histórico social y cultural, con un énfasis en la segundas, pues sólo con una población informada podrán, si los grupos sociales determinan que ésa es una bandera útil en su lucha política, renacer identidades étnicas que estaban latentes, ignoradas o en un momento.
La crisis de los inmigrantes haitianos en la frontera norte ha vuelto evidentes los discursos sobre xenofobia y racismo que son habituales en México, las actitudes racistas aparecen sin pudor, mostrándonos que antes que el censo es necesaria la educación.

El "cocho" que no quería ser "negro" y terminó de "afrodescendiente"

Ahora que las personas del Programa México Nación Multicultural de la UNAM convocan a un "Coloquio Nacional" sobre cómo se deben llamar en el Censo del 2020 a las personas con un ascendiente familiar sudsahariano, o "negro", o "afro", es necesario hacer una reflexión sobre la posible transformación de los gentilicios regionales, que tuvieron un origen racial, en etnónimos que ampliarían la lucha política de los grupos de mexicanos con ascendiente "sudsahariano" por un reconocimiento no vinculado con los pueblos de la Costa Chica, que son los que han iniciado la lucha política más reciente en México. Es decir ¿los cochos seremos algún día de nuevo un grupo étnico y si así lo decidieramos, qué beneficios nos traería?

Es peligroso usar términos generados desde la "academia" vinculada con instituciones estatales o internacionales, como "afromestizo" y "afrodescendiente", sin hacer una arqueología de su origen; pues aunque se les proponen a los grupos etnopolíticos de la Costa Chica como términos "neutros", sin carga xenofóbica, política o genómica, es claro que la tienen.
El otro problema es que la lucha política que ha planteado el pueblo negro de la Costa Chica vincula el reconocimiento del Estado con el levantamiento de "censos" que, van a presentar siempre números dispares de población con un ascendiente "sudsahariano", mientras los colectivos etnopolíticos no hagan trabajo de base en las propias localidades que dicen representar. Los censos son una experiencia que retoman de Colombia, pero sin advertir las condiciones en que se decidió usarlos como arma de lucha. Además, el accionar de los costeños no ha reflexionado de manera solidaria con otros pueblos e individuos con un origen con el que pueden establecer ciertos paralelismos, pero que tienen variables que les distinguen y, sobre todo, que no han empezado, o no hacen su reflexión identitaria en términos étnicos.
En México existen otros espacios interculturales donde los descendientes de sudsaharianos no tienen aún visibilidad, aunque existan gentilicios que fueron etnónimos; por ejemplo: los cochos de Tierra Caliente. En otros casos son minorías, familias con siglos de convivir en poblaciones con identidades o denominaciones étnicas desde el Estado diferentes a las suyas, pero que han sido aceptados y comparten identidades; como los "afroindígenas" entre diversos pueblos indígenas, como los p'urhécha.
Incluir un término "homogeneizador" para referirse a poblaciones que tienen un ascendiente sudsahariano es, desde mi perspectiva, una nueva racialización, sobre todo si se usa el prefijo "afro" que ha sido usado en el pasado para referirse a la "raza" y que, aunque se use en otros "sentidos", tiene una carga semántica muy fuerte y de la cual no puede separarse.
Aunque no se puede negar al cuerpo y el fenotipo en el origen de las poblaciones con un ascendiente sudsahariano, pues es justo por "ser" o "parecer" "negros" que muchos individuos y pueblos de África, Asia y Oceanía fueron esclavizados, y es también debido a su fenotipo que muchos individuos y comunidades son discriminadas en México; sin embargo, es necesario pensar en el impacto de las preguntas en los individuos y familias que padecen la discriminación, sobre todo si no hay una buena campaña de difusión sobre el sentido de los cuestionamientos y el uso de la información, pues más que ser "útil" para el reconocimiento será la puerta de una nueva discriminación empezando por la persona que levanta el censo, y aclaro que estoy pensando en los lugares donde "no hay" descendientes de sudsaharianos ¿Cómo sabrá cuándo hacer la sección de preguntas sobre afrodescendencia o se harán a todos los censados? ¿Si la persona que contesta mantiene el fenotipo se hará?
Una vez logrado el reconocimiento y se establezcan las políticas de atención a la población "afro" ¿Se piensa en términos de "discriminación positiva"? ¿Qué pasará cuando se hable de reparación histórica y comunitaria del daño por la trata y esclavitud? ¿Qué comunidades serán las beneficiadas? ¿Qué pasará con las familias o individuos que no están visibilizados y quieran acceder; por ejemplo, los "afrop'urhépecha"?
Desde mi perspectiva las reivindicaciones políticas que pasan por el "censo", el recuento poblacional, solo han servido a quienes buscan una nueva clientela política: los "afros"; o en ser los nuevos funcionarios que "implementen" las políticas públicas del Estado. El censo terminará por ser siempre imperfecto y usado por los representantes de los partidos políticos en las regiones con mayor población calificada o autoreconocida como "afro", ¿pero qué pasará con el resto de la población, que probablemente es mayoría, y que no vive en una región etnizada como "afro"? ¿El criterio cuantitativo no será argüido por el Estado para "poder atenderlos"? Es iluso pensar que así será, pues incluso localidades indígenas que habían sido atendidas durante décadas por el INI, transformado en CDI, han sido excluidas de participar en ciertos programas usando criterios lingüísticos que en teoría, no son aceptados como "válidos" por México, al firmar el convenio 169 de la OIT, y sin embargo, pueblos ñätho, jñatjo del oriente de Michoacán, y muchas comunidades p'urhépecha donde el desplazamiento lingüístico del español llega casi al 100% han sido clasificadas ya como "mestizas", durante dos ejercicios presupuestales ¿Qué nos garantiza que los individuos o familias ñätho con ascendiente sudsahariano de Ocampo, Michoacán, que es donde se encuentra la mía, seamos reconocidos y partícipes de la política del Estado Mexicano hacia los "afro"?