En una anterior comunicación les platicaba sobre la distancia entre una palabra que se usa para clasificar un objeto de la realidad y el significado; primero el símbolo, la imagen acústica, la palabra no “crea”, “otorga” o transfiere el sentido al objeto, quien lo hace es el “referente” (la cultura local); es por ello que muchas veces distintos objetos tienen el mismo “símbolo” acústico; un buen ejemplo es el de “tarima”.
La RAE en sus diccionarios electrónicos nos dice que: tarima viene del árabe hispano: taríma, a su vez derivado del árabe: ṭārimah, quien lo tomó del persa: tāram, 'pabellón de madera'. Se usa para describir un “entablado” o pavimento”, “superior en altura al resto”, por tanto, en un piso de madera, la “tarima” sería una elevación, un escaño. La primera vez que aparece la palabra “tarima” fue en la edición de "Diccionario de Autoridades", de 1739, aunque en la edición de 1732 se incluyó “entarimar”, “cubrir el suelo con tablas o tarima”.
En relación con “artesa”, ésta palabra aparece en el Vocabulario español-latino de Antonio de Nebrija, en 149,5 y en la edición del Diccionario de la RAE de 1726. Tiene un origen incierto y define: “cajón cuadrilongo, por lo común de madera, que por sus cuatro lados va angostando hacia el fondo y sirve para amasar el pan y para otros usos”.
La palabra “tablado” aparece también en el "Vocabulario español-latino" de Antonio de Nebrija, de 1495, y en la edición del "Diccionario de Autoridades" de la RAE, en 1739. Es noción antigua, pues viene del latín “ tabulātum”, un “suelo plano formado de tablas unidas o juntas por el canto”, pero también: “suelo de tablas formado en alto sobre una armazón”, lo que lo vincula con el teatro, pues es el “pavimento del escenario de un teatro”. Ahí mismo encontramos una acepción interesante, que lo vincula con una costumbre común en Los Altos, pues un tablado puede ser el “conjunto de tablas de la cama sobre el que se tiende el colchón”.
Ni tarima ni artesa tienen en el castellano antiguo un vínculo con las artes performativas; no así la palabra “tablado”, que si tiene una relación con el escenario. En América, tarima es usado como sinónimo de “escenario” en Bolivia, Ecuador y Paraguay, mientras que en Perú es “cama rústica hecha con palos o tablas”. La “artesa” sigue en otros lugares de América a la definición en España, como un recipiente para amasar, secar la miel del azúcar (Puerto Rico), o como en Honduras, donde es un cuenco para guardar las tortillas.
En México usamos con varias acepciones la palabra artesa; sin embargo, en el Diccionario Breve de Mexicanismos de Guido Gómez de Silva, no se encuentra, y en el Diccionario del Español de México, es la definición de: “recipiente en forma de pirámide trunca e invertida, de base rectangular, que se usa en albañilería para preparar la mezcla”. Algo parecido sucede con “tarima”, que tampoco aparece en Gómez y en el DEM aparece como sinónimo de “cimbra”, en albañilería, de “cama”, y de plataforma para presentar ante un auditorio. Los diccionarios de “mexicanismos” de Santa María y el de García Icazbalceta quedaron incompletos en la letra G. En el "Diccionario Rural de México", de Leovigildo Islas Escárcega, de 1961, “tarima” dice que en el Noroeste es “cama rústica, hecha con tiras de cuero entretejidas”; pero nada dice sobre la artesa.
Ahora bien, que no aparezcan los términos en los diccionarios no indica que no “existan” las palabras, o bien, que estén ahí, pero con otros sentidos, tampoco invalida el que se les da en las localidades.
Algun@s investigadr@s usan un término “ético” y les llaman “tablados”, pero lo que podemos observar es no hay un solo modelo y tampoco un solo nombre para referirse al instrumento de percusión con los pies y a la vez espacio coreográfico sobre el que se baila en México; un sistema festivo (ritual o profano) no se parece al otro aunque se llamen “tarimas” y aunque se baile sobre ellas.
El primer acercamiento al uso de las tarimas, como espacios de ejecución bailable e instrumento de percusión, lo hizo Lily Alcántara Henze en su libro Tarimas de tronco común, publicado en 2011; centrado en una “comparación” entre los procesos que suceden en el Sotavento con la Costa Chica, a partir de la reconstitución cultural que los afrodescendientes mexicanos realizaron en contextos locales de sus artes tradicionales. En el mundo de la investigación sobre las tarimas, artesas tablas del Occidente se ha estudiado lo que sucede en la Tierra Caliente, por David Durán,María de los Ángeles Rubio Tapia, Alejandra Espinosa, Alejandro Martínez de la Rosa, Raúl Eduardo González, y el que escribe. Los Altos cuenta con los textos de Juan Frajoza, un aporte valioso por Yuliana Guadalupe Ibarra en Villa Purificación, William Gradante y algo por Ma. Guadalupe Rivera Acosta. Aunque claro, la autoridad es don Jesús Jáuregui. Quiero resaltar que estoy hablando de artículos que versen sobre el baile y donde aparezca la tarima bajo una reflexión, no sólo como “mención”, porque si fuera por un anotación entonces hay que ampliar a todos aquellos que han estudiado la música y el baile en el occidente. Sobre la Huasteca, el Sotavento y la Sierra Gorda, no hay mucho sobre el particular, así rápido en Google, encontré sólo el de Claudia Cao Romero, "Tablados y fandangos : ... algo sobre los bailes de tarima en el son jarocho", libro publicado en 2003, aunque ha habido discos dedicados a ella (Río Crecido, "La tarima es un altar"), montajes escénicos de Rubí Oseguera Rueda y lo que escribió junto con Francisco García Ranza, “El repertorio tradicional de los sones jarochos de tarima. Práctica y uso actual”, que no se centra en el instrumento.
Tarimas excavadas, de una pieza en un tronco de árbol cubicado, por el Pacífico hay desde Oaxaca a Sinaloa. No me voy a meter con la idea del origen “prehispánico” del ideófono, me parece que en la necesidad de amplificar el sonido producido por el pie está documentado en cuatro continentes y por numerosos pueblos; por tanto, nuestras tarimas, artesas, huapangos (si es que éste es el origen del término: tablado traducido al náhuatl) y “tablas” tienen varios orígenes que concurrieron en espacios locales por toda la Nueva España y quedaron afianzados en éstas tierras como imprescindibles para el baile, cosa que no ocurrió en otros lugares de América Latina, salvo en los “fandangos caizaras” del sur de Brasil.
En el Occidente de México hay instrumentos ideófonos de percusión con el pie llamados “tarimas” con distintas morfologías y funciones. Rituales y con “asa” en el Nayar; cubicadas y de uso profano en la Sierra Costa de Michoacán; pero también las hay/hubo planas y ensambladas en Los Altos y Los Balcones de Tierra Caliente; incluso hay lugares donde se baila sin ellas, como en el zapateado colectivo en el suelo, por ejemplo en la Costa Chica, en algunos lugares de la Tierra Caliente, como Ajuchitlán, aseguran que nunca se usó la “tabla”, igual en algunas localidades de Los Altos.
Me parece que es una condición de los fandangos, bailecitos, gallos y otros eventos “expontáneos”, es decir, cuando se encuentran las condiciones de armar una “fiestecita” sin tabla, unos amigos con un instrumento musical y ganas... He visto varios expedientes judiciales que atestiguan que se improvisaban los bailes. Yo diría que la tabla, tarima, artesa, tablado, es propio de la fiesta formal, la que se sabe de antemano y debe cumplir con los requisitos, entre ellos los del baile y cómo es formal, debe llevar el instrumento/espacio de percusión y baile propio de la tradición que siga la familia, puede ser regional y compartida, o bien familiar y trasplantada, por eso en alguno lugares vemos “dos tablas” para bailar jarabes y en otros una tarima (rectangular, plana, sobre un excavado, no la "tarima” de Nayarit, que en Arteaga, Michoacán, se llama también “tarima”, pero cruzando el río Balsas se llama “tabla”, en Coahuayutla, aunque sea el mismo instrumento).
La forma de la tarima tiene variantes, las hay cuadradas, las hay rectangulares, angostas o anchas (que son las artesas para el queso, por esa razón les llaman “artesa” y no “tarima”); las hay con una “asa” o saliente, que puede permitir "enterrarla" y no colocarla sobre el piso; las hay labradas con cabezas de toro o caballo como en la Costa Chica; otras hay que tienen ensartas de cascabeles de metal o corcholatas como en Tixtla, donde define al género “Sones de tarima”. En el Sotavento también hay distintos tipos y formas de tarimas, unas son portátiles (más o menos) como en Tixtla y otras son tablados fijos que se colocan para las fiestas, como en la Sierra Gorda y la Huasteca...
Por eso cuando escuché usted "tarima", pregunte ¿qué es una tarima? tal vez aprenda algo nuevo.
Sitio para compartir reflexiones sobre: las Artes Tradicionales Performativas del Occidente de México. Arte, Tradición e Identidades Sociales.
viernes, 25 de junio de 2021
De tarimas, tablas, artesas, tablados y otros instrumentos para bailar
sábado, 19 de junio de 2021
Ése negro no es de aquí...
Ése negro no es de aquí,
Tirananá naná...
(“Toro mata”, San Luis, Valle de Cañete, Perú).
Ésa zamba no es de aquí
Sirananá na nay...
(“La zamba que no es de aquí”, Ajuchitlán, Tierra Caliente, México)
Interesante que en Perú y en México, desde hace mucho tiempo pensemos que los afrodescendientes "no son de aquí"...negar su vínculo con la tierra, como símbolo de origen, para negarles el acceso a la propiedad de la misma y por tanto, a la ciudadanía. Pensar que no "pertenecen" al "país"/"nación" es la continuación de la exclusión por motivos raciales; el primer argumento fue excluirles del género humano, luego de la ciudadanía y la propiedad.
Aunque de raza conga
yo no he nacido africano;
soy de nación mexicano
y nacido en Almolonga.
Habrá que decir que en ése momento un afrodescendiente probablemente no podría poseer propiedades territoriales extensas, una casa, incluso algunas acciones de minas, pero no “hacienda”; y quienes lo lograron, no lo hicieron como individuos, sino como colectivo: los mulatos de Pinzándaro, en el Valle de Apatzingán, los negros de Nyanga en San Lorenzo de Cerralvo y algunas comunidades más de cimarrones (más como usufructuarios que como poseedores).
Yo me llamo Arcadio Hidalgo
soy de nación campesino,
por éso es mi canto fino
potro sobre el que cabalgo.
La nación, el origen, es campesino, pero a la asociación estereotipada del trabajador de campo como un “rucio”, “zafio”, el opone su habilidad en otro campo, “mi canto fino”, y su destreza que lo ha llevado lejos: “potro sobre el que cabalgo”. Otro contexto describe don Arcadio, él que tuvo que pelear, militarmente durante la Revolución, por tener tierra, ya no tiene/siente la necesidad de “justificar” su pertenencia a esta nación; sin embargo, una y otra vez, vemos ejemplos de asociación/disociación desterritorializante entre afrodescendientes y “no nacional”; pensar al “negro” como frastero, foráneo: cubano, gringo, hondureño, africano, antes que como un posible mexicano. Un mecanismo del racismo “a la mexicana” muy usado por el Servicio Nacional de Migración del Instituto Nacional de Migración de la SEGOB; si no pareces “mexicano” (lo que quiera que signifique éso) entonces debes “probar” que lo eres; sería interesante parar a los transéuntes en Polanco y hacerlos cantar el himno nacional, porque ellos tampoco “parecen mexicanos”; pero como esto de la nacionalidad también se atraviesa con la propiedad, no creo que se animen a hacerlo.
Un diálogo veloz con Gilberto Enciso sobre el "mariachi"
Al iniciar en el aprendizaje de las músicas tradicionales, predominan en nosotros los "ejemplos" de los referentes culturales más cercanos; en el caso de la música del Occidente de México, el mariachi de masas. Ellos usualmente tocan extremadamente "rápido" por varias razones: primero porque los "tracks" en los discos son de 3 minutos (más o menos), que es el tiempo que podía grabar en el pasado un cilindro de cera (más o menos) y ése lapso se quedó como un referente "tecnológico", con posterioridad los LP podían grabar hasta 30 minutos por lado, una hora, pero en la Radiodifusión se cobra por los anuncios entre la música, así que el modelo Radio Rocola predominó: tres minutos de música, un minuto de comerciales.
Otro criterio es que el mariachi de masas, tocaba rápido para que el son "abreviado" de tres coplas, pudiera "caber" en los tres minutos; por eso son raros los sones grabados que tienen más de 3 coplas. La otra es que se piensa en la estética sonora occidental que la música "alegre" es la que se toca "rápido" y que, hacer adornos en la vihuela, o la guitarra sexta, a velocidades mayores es "más difícil" que hacerlo con un tiempo más pausado; o que la digitación en los violines sea más "lucida".
Esto hace que el "aprendiz", sobre todo el urbano, empiece a querer tocar rápido; pues sus referentes son distintos a los que viven en los pueblos, donde por cierto, los músicos locales luego no son "reconocidos", sino "comparados" con los masivos.
No obstante, debemos recordarles/enseñarles a los aprendices que el fandango, el mariachi (no como conjunto instrumental sino como espacio festivo), la murga, el baile de golpe, el bailecito, tuvieron y tienen como fin el que la gente baile; por ello, si no hay quien baile, puedes ir a la velocidad que quieras; pero cuando hay baile, tienes que seguir un tempo acorde con lo que los bailadores hacen, o pueden hacer: sin son jóvenes, puedes retarlos, sin exagerar, si son mayores, entonces tienes que acompañarlos.
Esto de la fandangología no es una "ciencia exácta"; afinaciones, velocidades, orden de coplas, improvisación (en el verso o en los instrumentos) van regulándose en y por la convivencia. El objetivo es que todos disfruten, no que se luzca un "músico" o un "bailador"; el que va a "lucirse" no entiende el sentido del fandango (escuché decir a Ana Zarina, que citaba a un músico tradicional); el mariachi es una convivencia para tejer redes sociales, antes que nada, si tu "humillas", "exhibes", a un aprendiz, a un bailador, estás rompiendo la idea principal del festejo y te puedes ganar unos chingadazos (jajja yo he merecido varios, no digo que no).
En las zonas urbanas, o en los discos, los mariachis de masas tocan rápido porque creen que eso es "más alegre", pero es un error, la alegría no viene de la rapidez, sino de la cadencia; cuando hay cadencia, los que participan como "artistas" o como "espectadores" se emocionan, y eso puede ser dado por un diálogo correcto y equilibrado entre músicos y bailadores: una zamba, tiene que bailarse despacio, un pasacalle tiene que tener sus "parones", un "son zapateado”, “cruzado" su "hemiola", “sesquiáltera”, “atravesao”, un "son derecho" puede ser rápido y fuerte, pero no más allá de lo que un bailador diestro (y en forma) puede hacer....si lo logras/n/amos entonces es un "mariachi".... en el sentido ritual del término....lo demás es "el mariachi loco quiere bailar...."
martes, 1 de junio de 2021
El problema de las nomenclaturas y la homonimia
Cada cierto tiempo veo que, quienes se aproximan a las artes tradicionales, tienen problemas con las “nomenclaturas”, es decir, las palabras que definen conceptos en los sistemas culturales locales. No quiero decir que no haya transitado por esas veredas, sino que, justo por eso, cada cierto tiempo hay que volver a reflexionar sobre la “homonimia”. Al platicar con alguna persona sobre sus prácticas culturales hay que evitar “dar por sentado”, suponer que los términos que usa son “conocidos” para nosotros, siempre hay que preguntar ¿A qué se refiere? Es muy común caer en los equívocos por homonimia, es decir, porque ellos utilizan palabras que también compartimos en nuestra habla (el sociolecto que usamos) entonces suponemos que son sinónimos, que refieren a la misma “cosa”, en el sentido del “res” latino, aquello que existe; pero muchas veces se refieren a conceptos distintos, la misma palabra refiere a otro “objeto”, cuyo sentido no es el que nosotros le damos. Pareciera extraño para los neófitos en el diálogo cultural que, usando el mismo idioma para comunicarnos y platicar, de un espacio regional a otro, o de una generación a otra, el sentido de las palabras cambie; sin embargo, es lo habitual. Los dialogantes que vienen de fuera (sobre todo los extranjeros) son menos propensos a caer en la trampa, porque desconocedores del idioma o del espacio social o geográfico, tienen menos reticencia a preguntar, para aclarar el sentido de lo que escuchan y ven; sin embargo, los que nos interesamos en los espacios locales o regionales donde vivimos, tal vez por soberbia, siempre tropezamos. La solución es la de parecer ingenuos, o tontos, y preguntar sobre aquello que se ve o escucha, como los niños proceden al ir conociendo el mundo, haciendo preguntas reiterativas sobre aspectos cotidianos y comunes a quienes los dicen o los hacen; incluso a riesgo de molestar a quienes entablan el diálogo con nosotros. No dar nada por supuesto y menos, porque “ya sabemos” algo, por pequeño que sea, porque lo que se pierde es, a veces, muy grande.