Ése negro no es de aquí,
Tirananá naná...
(“Toro mata”, San Luis, Valle de Cañete, Perú).
Ésa zamba no es de aquí
Sirananá na nay...
(“La zamba que no es de aquí”, Ajuchitlán, Tierra Caliente, México)
Interesante que en Perú y en México, desde hace mucho tiempo pensemos que los afrodescendientes "no son de aquí"...negar su vínculo con la tierra, como símbolo de origen, para negarles el acceso a la propiedad de la misma y por tanto, a la ciudadanía. Pensar que no "pertenecen" al "país"/"nación" es la continuación de la exclusión por motivos raciales; el primer argumento fue excluirles del género humano, luego de la ciudadanía y la propiedad.
Uno podría pensar que esto "ya no es así", pero acabo de ver un video donde unos carabineros (la policía más culera de AL, que ya es decir mucho en nuestros países) importunan a unos afrochilenos, sin detener a los "blancos". Por el otro lado, veo los ejercicios que una hermana, una "manita" (no me he topado nunca con ella, a lo mejor exagero, perdón) usa técnicas teatrales (y de la vivencia/experiencia) para apoyar los procesos etnopolícos en la Costa Chica y visibilizarNOS visibilizando a las mujeres afrodescendientes (me da güeva, pero tengo que ponerlo) Mexicanas (luego hay quien no entiende que el gentilicio sobra).
Tengo/tenemos raíces familiares cuando menos desde 1620 en el Bajío oriental, pero mi abuelo materno nunca tuvo una propiedad y mi padre (en el sentido estricto, jurídico) tampoco. Siempre fueron peones, artistas y artesanos (tal vez con casa en el pueblo, pero no "tierra"). Mi abuelo materno decía "¿para qué quiero casa?", Él nació en el rancho de El Cuajo, en la congregación de Irapuato, y creció mientras su familia iba a sembrar algodón a Texas, regresó a servir en el ejército en la Huasteca, y tras desertar fue a vivir en "ciudades perdidas"/nacientes en la perifieria de la Ciudad de México y murió en un pueblo matlatzinca en la orilla de Valladolid de Michoacán.
La lógica de mi abuelo no era la de la "ambición" de poseer algo que lo "atara". Me parece coincidente con otras vidas de afromexicanos que en la Tierra Caliente vivieron/viven procesos semejantes, a veces sin más posesión que lo puesto... la exclusión se encarna en nuestros pensamientos, valores y actitudes, unos negativos como "aceptar la sujeción"/"negarnos", "fluir con" y reproducir el racismo... no ahorrar, beber de más, procastinar, ser "irresponsables", huirle a compromisos con lo que parezca "autoridad"; pero algunos pudieron romper el ciclo; "tener tierra", ser cultos, formarse en las artes y las ciencias, "negarse"/"ocultarse" como estereotipo y como identidad.
Ya a mediados del siglo XVIII don José Vasconcelos, poeta repentista poblano, afirmaba que el “color” de la piel y la identidad de “nación” (pa’ no meternos en Honduras, si éso ya era una nacionalidad) no eran la misma cosa; para él el vínculo con la tierra, como origen, predomina sobre el origen racial y cultural de los padres.
Aunque de raza conga
yo no he nacido africano;
soy de nación mexicano
y nacido en Almolonga.
Habrá que decir que en ése momento un afrodescendiente probablemente no podría poseer propiedades territoriales extensas, una casa, incluso algunas acciones de minas, pero no “hacienda”; y quienes lo lograron, no lo hicieron como individuos, sino como colectivo: los mulatos de Pinzándaro, en el Valle de Apatzingán, los negros de Nyanga en San Lorenzo de Cerralvo y algunas comunidades más de cimarrones (más como usufructuarios que como poseedores).
Parafraseando la reivindicación de don José Vasconcelos (me niego a llamarle “negrito poeta” por el carácter racista que entraña la extraña pareja), don Arcadio Hidalgo, también afrodescendiente y del Sotavento, hizo magia con su arte poético trasladando la asociación entre el origen, la “nación”, con la nacionalidad, para hacerlo con la ocupación, el “trabajo”.
Yo me llamo Arcadio Hidalgo
soy de nación campesino,
por éso es mi canto fino
potro sobre el que cabalgo.
La nación, el origen, es campesino, pero a la asociación estereotipada del trabajador de campo como un “rucio”, “zafio”, el opone su habilidad en otro campo, “mi canto fino”, y su destreza que lo ha llevado lejos: “potro sobre el que cabalgo”. Otro contexto describe don Arcadio, él que tuvo que pelear, militarmente durante la Revolución, por tener tierra, ya no tiene/siente la necesidad de “justificar” su pertenencia a esta nación; sin embargo, una y otra vez, vemos ejemplos de asociación/disociación desterritorializante entre afrodescendientes y “no nacional”; pensar al “negro” como frastero, foráneo: cubano, gringo, hondureño, africano, antes que como un posible mexicano. Un mecanismo del racismo “a la mexicana” muy usado por el Servicio Nacional de Migración del Instituto Nacional de Migración de la SEGOB; si no pareces “mexicano” (lo que quiera que signifique éso) entonces debes “probar” que lo eres; sería interesante parar a los transéuntes en Polanco y hacerlos cantar el himno nacional, porque ellos tampoco “parecen mexicanos”; pero como esto de la nacionalidad también se atraviesa con la propiedad, no creo que se animen a hacerlo. La cuestión de la “propiedad” y la “identidad” son complejas cuando nos referimos a los afrodescendientes de Tierra Adentro y entorno urbano. La mayoría de las castas descendientes de los afro conformaron el lumpen de las ciudades novohispanas y luego mexicanas; aunque algunos escaparon hacia el artesanado y las profesiones “liberales” o las eclesiásticas, muchos quedaron atrapados en las lógicas de la violencia y la sobrevivencia cotidiana en medio de la anomia social.
Tal vez exagero, o lo considero a la luz de mi historia familiar, pero siempre que veo a un indigente, a una persona sin hogar, a un “delicuente” (un/a trasgresor/a), a un “loc@” (sumid@ en la esquizofrenia) veo una proporción mayor de afrodescendientes que de otros grupos. Todavía no llegamos a los estudios de la transgresión de corte étnico derivados de los censos y encuestas que incluyan la perspectiva étnica en México; pero mi apreciación es que la mayoría de los afromexicanos estamos atrapados en los ciclos de pobreza, violencia auto inflingida mediante adicciones y violencia hacia afuera (delincuencia), que impide un desarrollo como individuos, familias y por ello, tampoco hay identidades afro en el centro del país en las zonas urbanas.
Ser y poseer parecen relacionarse de alguna manera no esquemática. No poseer condiciona o dificulta el ser, aunque no lo condiciona. Apenas estamos entendiendo por qué los afrodescendientes del Bajío, Los Altos, Los Balcones, la Tierra Caliente y las Costas del Occidente se ocultan no sólo étnicamente, sino también físicamente; se mueven constantemente y establecen relaciones con grupos distintos (étnico, cultural, social y económicamente), vínculos que pueden ser temporales (con el intercambio económico o las alianzas políticas) o de largo plazo (con el parentesco espiritual y genealógico). Ésa búsqueda de espacios laborales y afectivos que terminen definiendo ¿Quiénes somos ...los afromexicanos? En pueblos indios, en ranchos de criollos, en villas de mestizos, en ciudades medianas y grandes...
Ése negro es de aquí... algún día seré, seremos, perteneceremos, poseeremos al lugar que pisamos...
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