lunes, 20 de febrero de 2023

Espacio, tiempo, prácticas culturales... y un “gallinazo”


Llevo tiempo tratando de entender cómo es que las prácticas culturales suceden en un espacio y cómo cambian con el tiempo. Siempre que logro formarme un modelo imaginado de cómo ocurrían las prácticas en un tiempo determinado, aparecen elementos que me muestran lo rápido que cambian en forma y sentido. En cuanto logro construir una representación espacial de la práctica, alguien me cuenta, o me encuentro una referencia a que éso ya no sucedía allá sino acá, moviendo la frontera; pero no sólo kilómetros, sino cientos. La respuesta a esto es que en un país con tal diversidad de regiones, con tal dependencia de los mercados internacionales y por tanto con tantos grupos políticos que intentan hacerse del poder, para mediar con los capitales exteriores, no sólo cambiamos de forma de gobierno y Estado: monarquía constitucional, república federal, república central, república federal, monarquía constitucional, república federal, dictadura, república federal centralista, dictablanda... También producimos para el mercado internacional, oro, plata, cobre, caña de azúcar, añil, maderas preciosas, hierro, carne, algodón, marihuana, melón y limón, para potencias que también cambiaron su centralidad en el orbe mundial: España, los Países Bajos, Francia, Inglaterra, Alemania, Estados Unidos, Japón. A cada cambio se reorientaron las rutas de comercio extractivo, por el que enviamos materias primas y consumimos productos elaborados, se construyeron caminos de hierro por donde hubo senderos, caminos de herradura y brechas, luego asfalto, puertos de marear y puentes aéreos. Por esas rutas llegaron personas y prácticas culturales distintas, instrumentos musicales, libros de poesía, manuales de danzar y hacer instrumentos, hojas sueltas con coplas y partituras de moda. Nuestras fronteras políticas cambiaron, “perdimos” jurisdicción sobre territorios, y casi nunca crecieron los espacios geográficos llamados “Michoacán”. Tuvimos políticos en puestos centrales y nos gobernaron fuereños; mandamos un emperador y cuatro presidentes a “gobernar” a “México” y recibimos como interinos a muchos “virreyes”; no pocos sacerdotes de estas tierras se sentaron en sillas episcopales en Nueva España, en las sedes de México, Centro y Sudamérica; pero también fueron y vinieron arrieros criollos y huacaleros indígenas, batallones de pardos e indios flecheros. Todavía en el siglo XX recibimos turistas, trasterrados políticos, inversionistas y artistas; y expulsamos al 50% de nuestros paisanos y parientes a Estados Unidos y Canadá. Es lógico pensar en prácticas culturales fluyendo, de ida y vuelta, traspasando fronteras estatales y nacionales, regresando en otros tiempos transformadas.
Así que cuando escucho “El baile de Tierra Caliente de Michoacán” me da un poco de ternura y más cuando escucho “El baile de Tierra Caliente de Guerrero”, y francamente me da risa cuando escucho “El baile del Sur de Jalisco”. Entiendo que estas entelequias corresponden a construcciones políticas forjadas desde la centralidad de espacios políticos controlados por élites regionales que se asientan en el Bajío (Guadalajara y Morelia) y en una construcción/invención muy extraña que sólo existió en la mente de Juan Álvarez y que se llama “Estado de Guerrero” de una más extraña invención llamada “Región Centro”, en Chilpancingo. Mientras la Tierra Caliente, como territorio, tiene una existencia tal vez milenaria, como lo evidencian sus nombres en las lenguas del poder: Jurío, Chupio, Aparandanï, Tlallitlatlac, Ytlatlayan, Tlatotonik, la cual fue partida en dos, una sección occidental bajo control de Tzitzuntzan y una oriental dominada por Mexico Tenochtitlan. “Michoacán” como “rumbo” y región imaginada está presente desde, tal vez, el año 1400 d.n.e. y el Bajío se constituyó hacia la primera mitad del siglo XVI, Guerrero no definió sus fronteras con Michoacán hasta la primera década del siglo XX, y todo un distrito en la Tierra Caliente de un plumazo se volvió “Guerrero” y dejó de ser "Michoacán". Esto no quiere decir que no hubiera “cultura” en estos espacios de "reciente" creación, sino que sus identidades imaginadas no existían; para ello, los gobiernos estatales crearon identidades construidas mediante gentilicios bastante raros, como “calentano”?, que de insulto se volvió un referente y orgulloso adjetivo!! y usaron diferenciaciones falaces a partir de nacer de un lado y otro del río.
Estas identidades políticas usaron a las artes tradicionales para intentar sobreponer a la identidad regional y local, que como vimos en algunos espacios son centenarios o milenarios, una identidad estatal o regional absurda: Los Altos “DE JALISCO”, el Bajío “GUANAJUATENSE”, El Sur de JALISCO, “La Tierra Caliente de GUERRERO”. En este proceso los “concursos” escolares de “Baile Regional”, que de regional sólo tenía el nombre, pues atienden a los límites políticos con más celo que las dos Coreas, y fueron creando “apropiaciones” y criterios absurdos: “En Michoacán NO se redobla, éso es en Guerrero”, “La tambora ES de Los Altos y el Sur de Zacatecas”, “El mariachi ES de Cocula”. Estereotipados como “verdaderos”, obligando a los niñ@s a repetir como pericos lo que sabe dios quién, inventó en un escritorio, y a sentirse orgullosos de su Nación, luego de Estado, antes que de su pueblo.
Es paradójico que aunque los profes son de esos pueblos y cruzan los ríos para ver a sus novias y parientes, ir a estudiar, comerciar, buscar al médico, sacar las placas de sus carros cuando están más baratas, “dar la vuelta”, no se dan cuenta de la falacia y siguen gritando “¡Ajúmala calentano!”, “¡Viva Aguascalientesnnn!”, “¡Puro Michoacán!” y demás estupideces, perdón, muestras de identidad. Claro, me dirán, ellos no producen los contenidos curriculares, en todo caso los imparten y si quieren, pueden y tienen tiempo entre las dos plazas, el taxi, la papelería, o las ventas por catálogo, pues adecuan. A los pedagogos de las Secretarías de Educación en el Estado no les corresponde investigar, con ver que hay en la literatura sobre folclor les basta; el problema es que, "lo que hay", tiene justo esas visiones de los años 50, aunque se haya hecho ayer, y la búsqueda de una identidad nacional a partir de desarrollar las identidades estatales, usando “los bailes regionales”, paradójicamente, continua.
El modelo de desarrollo “REGIONAL” que se implementó a partir del periodo Alemanista, fue una imposición/importación del desarrollo por cuencas hidrológicas, ideado en E. U. para convertir el “Tazón de Arena”, una zona muy pobre del Medio Oeste, en una rica planicie agrícola a partir de crear un sistema hidráulico en el río Mississippi. Acá la “Alianza para el Progreso”, que buscaba frenar el avance del comunismo haciendo negocios en A. L. e imponiendo títeres, tuvo un gran aliado/socio con don Miguel Alemán, que se despachó a lo grande quedándose con medio Acapulco y poniéndole su nombre a la costera. Se crearon las Comisiones del Tepalcatepec, del Balsas, de la Costa Sur, del Papaloapan, pusimos a Cárdenas pa que se ocupara y no pensara en quedarse en el poder. Ante el impacto de mover gente, recursos, pueblos por las presas, la creación de caminos, de campos de riego que usaban la electricidad de las presas y la dinamización económica producto de todas esas magnas obras, a don Gonzalo Aguirre Beltrán se le ocurrió armar acciones para afirmar las “culturas regionales”; probablemente a algún profe de su equipo se le ocurrieron los “concursos” y aparecieron mágicamente en Tierras Frías y Calientes, se dotaron de instrumentos musicales a bandas, orquestas y grupos de música popular, con cheques otorgados por las Comisiones, pero que la gente atribuye a la bonomía y gusto por la música tradicional del General. Los maestros misioneros fueron comisionados para investigar las artes tradicionales donde se asentaban las Misiones Culturales, se hicieron informes y de ellos salieron valiosas publicaciones que, lamentablemente, se volvieron cánones de prácticas que no necesariamente fueron estudiadas a cabalidad. A partir de los informes y de los montajes que se hicieron en ésos años, los profes se dieron gusto y la SEP promovió concursos entre las escuelas de las zonas escolares de esos nuevos polos de desarrollo, pero también fuera de ellos. En un momento en que el cine se abría a una “democrática” representación de las regiones en la pantalla, ya no sólo había charros, charros, las otras músicas y bailes aparecieron en la capital, pero no todos se “modernizaron” y quedaron en “el gusto” de la urbe. En la fototeca del INAH, disponible mediante la Mediateca, podemos ver en el centro nocturno de caché de la época, El Patio, en teatros y explanadas a Danzas de Viejitos, Tehuanas, Jarochos y Huastecos, pero “Jalisco nunca pierde” y el mariachi ya había hecho sus estragos y había llegado para quedarse, cuando menos hasta los 70 cuando la avalancha del norte los comenzó a desplazar, lento pero seguro.
Los repertorios y las “monografías” de esos maestros misioneros y profesores de educación básica que llevaron niñas y niños a los concursos nacionales fueron la base para que sin investigar mucho (o nada) iniciaran las Compañías de Danza Moderna a transformarse, mediante “ballets” (cuadros escénicos con una temática y una historia) de corte “mexicanista”, en Compañías de Ballet Folklórico, algunas relacionadas con la naciente institucionalización de la danza, como práctica artística, y sus escuelas y academias. El objetivo era “dignificar”, “rescatar”, “escenificar”, “mostrar” los “bailes regionales” y de nuevo, construir identidades nacionales ya no entre la gente de campo, sino en la urbe, y sobre todo en una juventud cada vez más influida por los medios de comunicación extranjeros (según la percepción del Estado), que siempre han dominado el mercado y las industrias culturales “mexicanas”, nomas hay que revisar la “alianza” de Azcárraga con Columbia, CBS, para cuestionarnos dónde está lo “mexicano” en Televisa y sus satélites. La tele entendió muy bien que este proceso, de construcción de una identidad nacional alentado por el Estado mexicano, podría convertirse en un negocio lucrativo apropiándose de la "cultura del Baío", charros charros en la pantalla, el ballet de Amalia Hernández en horario estelar, cuando no estaba en Bellas Artes bailándo par ael turismo, y échame a mí la culpa...de la homogeneización mariachera del país, luego de la norteñización, y de la gruperización, y lo que siga.
Tan duros estereotipos nos construyeron imaginarios sólidos de lo que es “ser” mexicano, y tener una identidad “regional”, que en realidad se ajustó a fronteras estatales, sin importar que jarochos hubiera en Oaxaca y Tabasco, sólo Veracruz es bello. Lo que el cine nos mostró la tele lo ratificó...ya vamos llegando a Pénjamo.
Que difícil es “desaprender”, vaciar la razón de imágenes estereotipadas y aproximarse a las realidades locales; enfrentarse a lo que la gente hace y además reconocer en ello la huella del Estado, de las Industrias Culturales y la Opinión Pública creada por los Medios de comunicación de masas. Es difícil toparte con testimonios de otros tiempos, en esos espacios regionales y ver cuanto ha cambiado, cuanto ha desaparecido y tener elementos para entender ¿por qué? No con la romántica nostalgia del bien patrimonial perdido, sino con el afán de entender la secuencia de apropiaciones/negociaciones entre los grupos subalternos, el Estado, las élites locales, regionales, nacionales y extranjeras mediadas por algo aparentemente tan “apartado de la política” como el “arte”, pero a la vez tan poderoso simbólicamente, tan disruptor.
Un ejemplo de muestra para que se entiendan los argumentos esbozados:
El violín y la tambora
se oyen sonar en Urapa (Rancho del distrito de Ario),
y la gente va gustosa
a las bodas de Serapia.
....
Desde lejos se divisa
una vistosa enramada,
barrido el suelo y compuesto,
y en el centro preparada
una cavidad, cubierta
con un ancha y gruesa tabla,
donde bailarán contentas
las gentes de la comarca.
En aquel grupo que viene
en carrera apresurada,
se advierten los dos esposos
en medio de la algazara
de los que ansiosos procuran
obtener de diestros fama,
quitando al novio la espuela;
entre tanto, que animada
la música toca El Canario
para anunciar la llegada.
....
Se oye un grito de alegría
al tocar El Gallinazo
y de entre los concurrentes
se paran a bailar cuatro
“¡Una de tobíos güeros!
dice uno, para este rato,”
“¡Una morena!” grita otro,
y presto se llena el campo
de mujeres que se aprestan
con su rebozo terciado.
y la mano en la cintura,
garbo y salero mostrando.
Se oye un gran redoble
encima de aquel tablado,
y una voz limpia y sonora
aqueste verso cantando:
“He de casar mi gallina,
gallina, vení, volá,
con un gallo copetón,
tirana ná, na ná, na ná,
para que salgan los pollos
gallinacito vení volá,
con chaqueta y pantalón
volando viene, volando vá
tirana ná na ná, na ná”.
En tanto los bailadores
siguiendo el alegre canto,
dan vueltas a un mismo tiempo
los pañuelos revoleando
a su compás y movimiento
haciendo un cuadro animado.
Concluye el son y van todas
los lugares ocupando....
Víctor Luviano nos describe hacia finales del siglo XIX una fiesta en Urapa, la Urapita de don Leandro Corona, una bella población, Tenencia de Ario de Rosales, pero en la Cuenca Alta del Río Puruarán (noten que voy a realizar la descripción siguiendo el modelo de cuenca hidráulica), donde se asientan los pueblos y ranchos en los que el jarabe se resguardó por la trascendencia que tuvo y tienen en su uso social. Describe una boda de la gente común de esa localidad de los Balcones de Tierra Caliente, una enramada que permite bailar sobre la tabla, en grupos de cuatro personas, dos parejas de hombre mujer, güeras y morenas. Antes de llegar los jóvenes se lanzan al galope para ser el que reciba al novio, le quite las espuelas y con ello, gane el derecho de bajar a la novia del caballo, mientras los músicos tocan El Canario. Forma usual que se acostumbraba en La Huacana, Churumuco y Turicato, municipios al sur de Ario.
La música está compuesta por violín y tambora, luego volveremos sobre la dotación.
Los asistentes están sentados y se paran al escuchar un son que ya no se oye por esos rumbos, El Gallinazo; baile que implica usar los pañuelos “revoleados”, es decir dando vueltas, con “gran redoble” sobre el “tablado”.
Gallinazo es el nombre con el que designan en América del Sur lo que nosotros llamamos “zopilote”. Como baile parece tener un origen antiguo y no muy preciso, pues en Antioquía, en Colombia, se dice que hay referencias a una danza llamada así desde 1750 y en Chile, se dejó de bailar hacia 1830.
Gallinacito
vola, volando;
volando vienes,
volando vas.
¿De dónde mi gallinazo,
tan amarillo y mortal?
Vengo de la yerba buena,
que me han querido cazar.
Curiosamente los versos se parecen a El Gavilancillo, son jarocho.
Dicen que gavilancito
Volando viene, volando va
Se pasa la mar de un vuelo
Volando viene, volando va
Volando viene, volando va
Gavilancito volar, volar...
Pero ése es otro cantar, pensar cómo El Gavilancito se convirtió en Gallinazo, o viceversa, por qué El Gallinazo se volvió gavilán.
Regresemos al zopilote/ gallinazo. En ambas descripciones de se usan pañuelos en las manos que se “revolean”, imitando las alas del animal.
En la Tierra Caliente del Balsas Medio (que ocupa porciones de los estados de Michoacán, México y Guerrero) hay en la actualidad un son que se llama La Gallina, que usa la misma copla inicial que la descrita por Luviano y un estribillo similar al del folclor chileno, pero no con la misma estructura interpretativa.
Voy a casar mi gallina
con el gallo copetón (bis)
Para que salgan los pollos
con chaqueta y pantalón (bis)
Voló, voló, voló pa′ arriba
Voló, voló, voló pa' arriba
Con el paño vuelta y vuelta (bis)
Que le daba y no paraba (bis)
Bailen bailadores, paños colorados (bis)
Bailen La Gallina, pero redoblado (bis)
La copla del son tradicional de la Tierra Caliente del Balsas Medio delinea lo que hay que hacer coreográficamente, “con el paño vuelta y vuelta”, “pero redoblado”. Ambos kinemas están también presentes en la descripción poética de Luviano: “los pañuelos revoleando a su compás y movimiento” y con “un gran redoble”.
Regresemos ahora a la instrumentación, violín y “tambora”, que podríamos suponer se trata del instrumento que caracteriza a los conjuntos de arrastre del Balsas, la “tamborita” (tambor de doble parche, con sistema de tensores de corte militar europeo, de forma y proporción parecida a los bombos de las milicias novohispanas, aunque de tamaño menor y tocado con baqueta y “bolillo”, un mazo acolchado). Aunque al oriente de esta pequeña región, en el municipio de Turicato,doña Crecenciana Borja Espino, que murió de más de 80 años hace menos de un lustro, nos contó que ése instrumento, que ella tocó, se podía ver en las fiestas de los ranchos, no hemos escuchado de su uso en la porción occidental. En cambio, don Rosalío Chavez (de más de 80 años), de Las Puentes, municipio de Ario de Rosales, refiere que la “tambora” (también un tambor de doble parche, de sistema de tensores de corte militar europeo, de grandes dimensiones, tocado con baqueta y mazo acolchado) se usó en la zona oriental, una entre entre varias dotaciones instrumentales que tenían al violín como instrumento melódico, a la armonía, como armónico y a la tambora como “bajo”. Esta dotación instrumental continua usándose en el municipio vecino de La Huacana, aunque vinculado con la música sacra usada en las funciones religiosas y sigue hacia el sur en el municipio de Arteaga, también en contexto religioso.
Tenemos pues en esta referencia poética publicada en 1894 que hay un “son” que se llama El Gallinazo, bailado con pañuelos y redoblando en la tabla, bailado por dos parejas de hombre y mujer (como es usual que se bailen los jarabes, sones y gustos en la región), que es acompañado con violín y tambora, en un pueblo de los Balcones de Ario. La copla, que usa Luviano para describir el baile, forma parte de varias piezas llamadas La Gallina, pero cuyas melodías y formas de enunciación poética son distintas.
Aunque piezas musicales llamadas El Gallinazo, aparecen en Antioquía, Colombia y Chiloe, Chile, mantienen características kinéticas comunes, como usar pañuelos y dar vueltas, el redoble sobre la tabla, distingue lo que se hace en México, tanto en la Costa Sierra, Los Balcones y la Tierra Caliente del Balsas Medio. Hay una apropiación pues se le describe como “son”, y por la referencia de Luviano, hay un gusto por bailarla, lo curioso es que el editor de "La Lira Michoacana", don Mariano de Jesús Torres, guitarrista de sétima, profundo conocedor de la música popular michoacana de su tiempo, coloca una nota a pie en El Gallinazo, y lo llama: “Jarabe suriano”, que también refiere en El Canario. Algo hay aquí para tratar de aproximarnos a las clasificaciones de la época y entender sus referencias ¿Qué era para ellos un jarabe? ¿Equivale a "son"? Don Mariano sabía de lo que hablaba, pues nación en la ciudad del Jarabe moreliano.
Hasta aquí tenemos una pieza antigua de la cual no puede marcarse un “origen”, pero si una apropiación y adecuación a lo largo del Pacífico Latinoamericano y Tierra Adentro, siguiendo los afluentes del Balsas...

jueves, 9 de febrero de 2023

Esas son cochadas dijo el guache...

 ["Cochadas": en Tierra Caliénte dícese de las cosas mal hechas. "Guache": muchacho]

Hay quienes suponen que el censo del 2020 servirá para contar un "estimativo" de la población con un ancestro sudsahariano que vive en México; sin embargo, hay muchos supuestos que deben tomarse en cuanta o de lo contrario crearán problemas que invalidarán los resultados.
El primer problema es que desde la Costa Chica algunas organizaciones y miembros de la academia afromexicanista están "inventando" el ser "negro"/"afro" en México, cuando hay muchas variantes de la experiencia que deberían estarse indagando; pero como ahí cayeron primero los académicos pues se está "tipificando" como modelo "costa chiqueño" que determinará el formato del censo. Se trata de una región donde hay comunidades donde predomina el fenotipo sudsahariano y hay cierta continuidad entre poblaciones, además de ser el espacio donde se gestó un "renacer" de la identidad étnica usada como arma política, por lo que los discursos sobre lo "negro", lo "afro", o el vínculo imaginado con "África" están presente en las acciones políticas de ciertas organizaciones, y académicos, pero además, es un espacio que ciertos actores políticos ha visto como rentable clientelarmente y ahora políticos de los partidos nacionales presentes en la región utilizan también el discurso étnico como bandera de lucha. Estas organizaciones de la Costa Chica han usado desde hace un par de décadas encuentros "culturales" para educar políticamente en el discurso "afro" a las personas de la región, un discurso que toma elementos de la "negritud" caribeña y de cierto nacionalismo negro norteamericano, por lo que ha sido necesario "reinventar" las relaciones sociales en términos de "blanco/negro", "exclusión/exclusión", cuando en el pasado, y en el presente, la solidaridad y las fronteras étnicas no estan trazadas como en el Caribe inglés y Nortemérica. Al no desarrollar un discurso político propio, basado en las condiciones históricas y sociales de la región, y presentar el modelo cuantitativo que usaron los colombianos como estrategia para el reconocimiento y el arma de negociación con el Estado mexicano, es probable que se establezca como antecedente y requisito para otros grupos con un ascendiente sudsahariano que intenten negociar con el Estado, pero en condiciones menos favorables numéricamente. El modelo parece está pensado para regiones y comunidades, no para familias que, desde mi perspectiva, en México es el número mayor de personas con un ascendiente sudsahariano, las cuales permanecen invisibilizadas, discriminadas y sometidas, o con relaciones interétnicas tensas con los grupos étnicos que, en su región, predominan o tienen el control económico y político.
El segundo problema es claro, el foro ¿Cómo queremos llamarnos...? no va a contar con familias de Guaracha, Los Reyes o Coahuayana, lugares donde se mantiene cierto fenotipo "afro"; pero menos aún con individuos de apellido Bran, Congo, Angola, Mulato, Chino, Lule, Morisco, etc. muy largo, que viven en comunidades de criollos, o "güeros" de rancho, y en comunidades indígenas: nahuas en la Costa de Michoacán, jñatjo y ñätho del Oriente de Michoacán, y p'urhépecha, o han migrado a las ciudades medias del estado de Michoacán; probablemente, no tienen idea del origen de su apellido y "les tiene sin cuidado", pero eso no quiere decir que, en determinado momento, cuando haya recursos y acciones destinados a la población "afrodescendiente", no puedan solicitar apoyos y ¿cuál será el criterio de inclusión/exclusión? ¿Si soy güero de nariz ancha y pelo rizado y me apellido Bran puedo ser "afro____" algo? Como no habrá un foro verdaderamente nacional es más cómodo y fácil decir: "- Pues están los que se incribieron, les interesa y quieren"; pero ni están todos los interesados ni todos "saben", es más, ni los "costachiquenses" saben ¿cómo y para qué es el censo?
El tercer problema ya salió a la luz en la Encuesta Intercensal y tiene que ver con la confiabilidad del resultados. Vaticino (y no hay que ser "zahorín" para verlo) que la cuenta va a presentar resultados cuestionables, parciales y no aceptados incluso por los propios impulsores. Es probable que el resultado nacional sea un número entre 1% y 3% del total nacional, que es el de la población de la Costa Chica; pero ¿cómo apareceremos el resto? En la encuesta intercensal 2015 aparece un cuestionable 0.2% en el municipio de Zitácuaro, que conozco y es próximo a donde vive el grueso de mis parientes, en cuyo municipio apareció un 0% de "afrodescendientes", ni siquiera mi familia extensa. En el caso de Zitácuaro que tiene 164,144 habitantes yo me pregunto ¿quiénes fueron esos 328 personas que aceptaron ser "afrodescendientes"? ¿Cómo es que interpretaron el concepto "afrodescendiente"? Si es que dieron respuesta y no fue el censador el que decidió de acuerdo a su fenotipo y apariencia que ésa familia era "afro".
Es loable intentar que las personas con un ascendiente familiar sudsahariano sepan primer que lo tiene, luego que rompan con el racismo presente en la vida cotidiana de México y acepten que lo son, para luego "ser contados", ¿pero y luego? ¿Qué pasa si somos el 1% o el 15%, como se estimaba en los últimos conteos coloniales? ¿Cambia políticamente la estrategia? Es de esperarse un poco más de un 1% de autoadscripciones y que será necesario luchar porque las temáticas del pasado colonial de los sudsaharianos en la Nueva España y el México independiente se incluyan en la educación básica, sobre todo las de carácter histórico social y cultural, con un énfasis en la segundas, pues sólo con una población informada podrán, si los grupos sociales determinan que ésa es una bandera útil en su lucha política, renacer identidades étnicas que estaban latentes, ignoradas o en un momento.
La crisis de los inmigrantes haitianos en la frontera norte ha vuelto evidentes los discursos sobre xenofobia y racismo que son habituales en México, las actitudes racistas aparecen sin pudor, mostrándonos que antes que el censo es necesaria la educación.

El "cocho" que no quería ser "negro" y terminó de "afrodescendiente"

Ahora que las personas del Programa México Nación Multicultural de la UNAM convocan a un "Coloquio Nacional" sobre cómo se deben llamar en el Censo del 2020 a las personas con un ascendiente familiar sudsahariano, o "negro", o "afro", es necesario hacer una reflexión sobre la posible transformación de los gentilicios regionales, que tuvieron un origen racial, en etnónimos que ampliarían la lucha política de los grupos de mexicanos con ascendiente "sudsahariano" por un reconocimiento no vinculado con los pueblos de la Costa Chica, que son los que han iniciado la lucha política más reciente en México. Es decir ¿los cochos seremos algún día de nuevo un grupo étnico y si así lo decidieramos, qué beneficios nos traería?

Es peligroso usar términos generados desde la "academia" vinculada con instituciones estatales o internacionales, como "afromestizo" y "afrodescendiente", sin hacer una arqueología de su origen; pues aunque se les proponen a los grupos etnopolíticos de la Costa Chica como términos "neutros", sin carga xenofóbica, política o genómica, es claro que la tienen.
El otro problema es que la lucha política que ha planteado el pueblo negro de la Costa Chica vincula el reconocimiento del Estado con el levantamiento de "censos" que, van a presentar siempre números dispares de población con un ascendiente "sudsahariano", mientras los colectivos etnopolíticos no hagan trabajo de base en las propias localidades que dicen representar. Los censos son una experiencia que retoman de Colombia, pero sin advertir las condiciones en que se decidió usarlos como arma de lucha. Además, el accionar de los costeños no ha reflexionado de manera solidaria con otros pueblos e individuos con un origen con el que pueden establecer ciertos paralelismos, pero que tienen variables que les distinguen y, sobre todo, que no han empezado, o no hacen su reflexión identitaria en términos étnicos.
En México existen otros espacios interculturales donde los descendientes de sudsaharianos no tienen aún visibilidad, aunque existan gentilicios que fueron etnónimos; por ejemplo: los cochos de Tierra Caliente. En otros casos son minorías, familias con siglos de convivir en poblaciones con identidades o denominaciones étnicas desde el Estado diferentes a las suyas, pero que han sido aceptados y comparten identidades; como los "afroindígenas" entre diversos pueblos indígenas, como los p'urhécha.
Incluir un término "homogeneizador" para referirse a poblaciones que tienen un ascendiente sudsahariano es, desde mi perspectiva, una nueva racialización, sobre todo si se usa el prefijo "afro" que ha sido usado en el pasado para referirse a la "raza" y que, aunque se use en otros "sentidos", tiene una carga semántica muy fuerte y de la cual no puede separarse.
Aunque no se puede negar al cuerpo y el fenotipo en el origen de las poblaciones con un ascendiente sudsahariano, pues es justo por "ser" o "parecer" "negros" que muchos individuos y pueblos de África, Asia y Oceanía fueron esclavizados, y es también debido a su fenotipo que muchos individuos y comunidades son discriminadas en México; sin embargo, es necesario pensar en el impacto de las preguntas en los individuos y familias que padecen la discriminación, sobre todo si no hay una buena campaña de difusión sobre el sentido de los cuestionamientos y el uso de la información, pues más que ser "útil" para el reconocimiento será la puerta de una nueva discriminación empezando por la persona que levanta el censo, y aclaro que estoy pensando en los lugares donde "no hay" descendientes de sudsaharianos ¿Cómo sabrá cuándo hacer la sección de preguntas sobre afrodescendencia o se harán a todos los censados? ¿Si la persona que contesta mantiene el fenotipo se hará?
Una vez logrado el reconocimiento y se establezcan las políticas de atención a la población "afro" ¿Se piensa en términos de "discriminación positiva"? ¿Qué pasará cuando se hable de reparación histórica y comunitaria del daño por la trata y esclavitud? ¿Qué comunidades serán las beneficiadas? ¿Qué pasará con las familias o individuos que no están visibilizados y quieran acceder; por ejemplo, los "afrop'urhépecha"?
Desde mi perspectiva las reivindicaciones políticas que pasan por el "censo", el recuento poblacional, solo han servido a quienes buscan una nueva clientela política: los "afros"; o en ser los nuevos funcionarios que "implementen" las políticas públicas del Estado. El censo terminará por ser siempre imperfecto y usado por los representantes de los partidos políticos en las regiones con mayor población calificada o autoreconocida como "afro", ¿pero qué pasará con el resto de la población, que probablemente es mayoría, y que no vive en una región etnizada como "afro"? ¿El criterio cuantitativo no será argüido por el Estado para "poder atenderlos"? Es iluso pensar que así será, pues incluso localidades indígenas que habían sido atendidas durante décadas por el INI, transformado en CDI, han sido excluidas de participar en ciertos programas usando criterios lingüísticos que en teoría, no son aceptados como "válidos" por México, al firmar el convenio 169 de la OIT, y sin embargo, pueblos ñätho, jñatjo del oriente de Michoacán, y muchas comunidades p'urhépecha donde el desplazamiento lingüístico del español llega casi al 100% han sido clasificadas ya como "mestizas", durante dos ejercicios presupuestales ¿Qué nos garantiza que los individuos o familias ñätho con ascendiente sudsahariano de Ocampo, Michoacán, que es donde se encuentra la mía, seamos reconocidos y partícipes de la política del Estado Mexicano hacia los "afro"?

Una negrita llamada tutú...

Interesante.... lo comparto y luego escribo ampliamente... De vote pronto diré: mis hermanas tuvieron varias muñecas de ése tipo, y mi mamá las hacía "cantar", pero en una familia de afrodescendientes....tener una muñeca "no rubia" era "bueno"; hay que considerar que nuestra experiencia como afros, no es la de los gringos, y por eso me caga que los movimientos etnopolíticos se le hinquen a los afrogringos... Éso pasa con quienes "mundializan" acciones y procesos que suceden/sucedieron en E. U., como si éstos fueran el mundo (como en las películas, ya saben)....grave error.

Algunos dirán, es que el sistema racista, vinculado al capitalismo, es Mun-dial....y yo digo si, pero la experiencia es Lo-cal....y ahí hay que detenernos a comprender/entender, pues si no, no podemos encontrar alianzas y enfrentarlos (sistema mundo y las racializaciones que construye) desde abajo.... Hace 40 años, digamos, en México, las muñecas industriales eran rubias, o pelirrojas, era difícil encontrar UNA con el pelo negro, y no había ninguna de color que no fuera "blanco", o rosado; los reto a que busquen una Lily Ledy "negra". Las muñecas de trapo eran "negritas" y "rubias" o morenas, eran más variadas en el tipo étnico que representaban (pero a mis hermanas les compraban las negras); aclararé que todavía no se vendían las "marías" por las señoras emigrantes a la CDMX de idioma jñatjo y ñätho (que fueron una "adecuación" del personaje de la "India María", y ahí de nuevo, como con Memín Pinguín, hay quienes piensan en el "estereotipo" como negativo, y yo lo imagino como una arma de dos filos, pero necesitaría más espacio para argumentar)... Así que: si una niña "negrita" y "chinita" (como mis hermanas), tenía una muñeca negra vestida como "Aut Jemima" (dirán los que claman al cielo, yo diría, con el traje de una afromexicana de la etnia mascogo, búsquenle), sin saberlo de manera racional, pero si de manera afectiva, podían identificarse fenotípica/étnicamente, cosa que no sucedía con los muñecos industriales (luego los nenucos si se diversificaron y algunas sobrinas pudieron tener su nenuco prieto).

Entiendo que Debussy le compusiera un Cakewalk a la muñeca preferida de su hija, y que no lo hiciera con una intención racista, como Cri-cri hizo rumbas, ragtime, para sus personajes estereotipados por la sociedad, y con ésas canciones mi mamá daba vida a las muñecas de mis hermanas....Así que de un afromexicano... le doy las gracias a Cri-cri, y gracias jugueteros mexicanos elaboradores de las "negritas"; que si nacieron en E. U. para "discriminar" acá fueron usadas para todo lo contrario, como objetos de identidad y orgullo....

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Te voy a echar un “brinco”... bailes por lo alto y por lo bajo

 Es probable que ustedes hayan escuchado hablar de la clasificación de danzas “altas” y “bajas” al finalizar la Edad Media, y sobre todo en el Renacimiento. En oposición entre nobleza y villanía, lento y rápido, bajo y alto, danzar y bailar, que retoman elementos estereotipados socialmente y los llevan a la música y al movimiento.

Las danzas bajas solían ser danzas de corte, en donde participaban varias parejas, de nobles, centradas más en la coreografía, en las evoluciones y cambios de lugar, de parejas, en un tiempo lento, que permitía bailar a personas de más edad, circunspección. Usualmente eran acompañadas por instrumentos de cuerda pulsada y arco. En ese tiempo la danza se convirtió en una de las habilidades sociales de la nobleza, que además de manejar la espada y la pluma, tenía que poseer el conocimiento de la danza; surgen así algunos de los primeros “manuales” de danzar, con Guglielmo Ebreo da Pesaro, Césare Negri y Thoinot Arbeu. Entre ellas estaba la “pavana”, que se interpreta como oriunda de Padua y que otros suponen de origen español y luego llevada a Italia, como una imitación del pavo real, e incluso le suponen un origen americano y una mímesis del cortejo del “guajolote” (el “pavo” americano). Es el momento en que la Zarabanda (nombre de un dios de los pueblos que habitaban Angola), la Chacona (algunos leen Xacona) y otras formas de movimiento de origen novohispano llegaron a Europa y se volvieron parte de las músicas y danzas de la corte. De tiempo doble y lento (que se acopla con el paso del que camina), homófonas y sencillas, las pavanas salieron de España e Italia y fueron adoptadas por otras cortes en Francia, Inglaterra, los Países Bajos y en el propio Imperio Germano.
En el otro extremo estaban las danzas altas, de carácter popular, llenas de saltos, giros, y habilidad física de parte de los bailarines, asociadas con la “alegría” del pueblo. Acompañadas de instrumentos de viento y percusión, generalmente flautas, gaitas, cornetas (de madera y hueso) y trompetas de metal; las danzas altas tenían complejidades rítmicas, como la hemiola, los ritmos ternarios que acompañan la marcha rápida de los soldados y de los campesinos al trote. Aunque identificadas con lo “popular”, las danzas altas también se bailaron en la corte en versiones acotadas en el movimiento, lo que dio origen a las “country dance” inglesas o “contradanzas” francesas que fueron retomadas en la corte de España, e implantadas en muchas “danzas” indígenas, por los frailes en la Nueva España.
En el caso de las artes tradicionales mexicanas, me llama la atención, tenemos pocas danzas y, menos, bailes con saltos y piruetas aéreas; la danza del venado, la de la pluma, los quetzalines y otras son la excepción que confirma la regla. Voy a dejar de lado la danza, que corresponde a un fin distinto, y me centraré en el baile en el occidente de México, pues es lo que me ha interesado sistematizar, en parte por vivir en él, en parte por comodidad (es difícil etnografiar amplias regiones distantes), y en parte porque los datos me son más accesibles incluso sin “conocer” los espacios de manera directa, sino a través de la información disponible en Internet y en publicaciones impresas.
En el occidente de México sólo conozco dos espacios regionales donde el salto forma parte de las formas de movimiento en el baile tradicional: Los Altos y La Sierra Gorda; espacios geográficos que colindan en su parte sur con El Bajío, y con el que comparten muchas prácticas culturales, lo que lleva a veces a confundirlas o pensarlas como parte de un todo, El Gran Bajío, que propuso Juan Diego Razo Oliva.
En un primer caso, lo conozco a partir de las propuestas coreográficas de la maestra Mariana Hernández García, de Ixtlahuacán, que parte del aprendizaje en el ballet folclórico, y que en diálogo con el historiador Juan Frajoza (que ha entrevistado a viejos músicos y personajes de una amplia región desde la Ciénega de Chapala, en el Bajío hasta a los Altos de Jalisco, Zacatecas y Aguascaliente), para hacer una propuesta que me parece, lo digo sin conocer realmente el campo, acelera y complejiza el movimiento, con habilidades que no suele tener un sólo bailador, combinando acciones de varios repertorios de movimiento que cada bailarín va combinando en su representación, dándonos una idea “falsa” (por inexistente) de una riqueza de movimientos reunidos en una persona que no suele existir en las fiestas populares tradicionales, donde podemos ver todos esos movimientos presentes, pero dispersos en los repertorios de varios preservadores.
La otra propuesta es la de la Sierra Gorda, donde Vincent Velázquez, hijo de Guillermo Velázquez, poeta y director de Los Leones de la Sierra, de Xichú, Guanajuato, retoma lo aprendido de don Benito Lara, icónico bailador que acompañó, prácticamente hasta su fallecimiento al grupo de sones y huapangos arribeños. En este caso he podido presenciar las habilidades de bailadores en dos ocasiones en Xichú, en la topada que organizan el 31 de diciembre al 1 de enero de cada año, y otra en Arroyo Seco, con don Guadalupe Reyes. Ahí encontré elementos que reúne Vincent Velázquez en su propuesta de movimiento y que, por no tener el entrenamiento del ballet, parecieran más “naturales” y “tradicionales”, sin embargo, tienen un manejo corporal consciente, es decir, se “imitan” o retoman pasos, secuencias de movimiento, “golpes”, zapateo rítmico, para conformar un todo “propio” que se va usando de manera selectiva para acompañar rítmicamente a la música.
Aunque pareciera que voy a “calificar” la “autenticidad” de las propuestas de movimiento, no será así. Hago los deslindes para decir que en ambas propuestas una “folclórica” y otra “tradicional”, lo que podemos ver son varios repertorios de movimiento reunidos por una persona, que no necesariamente encontramos como conjunto en los espacios sociales de expresión corporal, y que sin embargo, servirán de referente para pensar al movimiento como una propuesta social, alejado de la espectacularidad y “riqueza” aparente de las estrategias de síntesis de ambos folcloristas.
En ambos casos podemos ver que el salto y la caída, marcando el golpe, coinciden con los acentos, más evidentes en el acompañamiento y sincronía que hace la tambora, en la región de Los Altos y el norte de la Ciénega de Chapala, y menos e la tradición arribeña, sobre todo porque la implementación de los tablados ha caído en desuso en la Sierra Gorda. En ambos casos podemos ver que estando zapateando “a ras” del suelo, o sobre la tabla/tarima de tablas, en cierto momento hacen una ligera pausa, pegan un brinco y caen con los pies juntos, “rematando” o dando un acento rítmico a la par que el instrumento que hace el “bajo”, la tambora o la huapanguera, y sin perder el compás continúan el acompañamiento rítmico armónico de las “guitarras” (vihuelas, jaranas, huapangueras) con el zapateado. A veces, este salto, “brinco”, se repite de manera continua, lo que lanza un reto a los bailadores, que pueden hacerlo de manera continua y a una altura distinguible según su edad; por ejemplo, don Benito Lara sugería el salto con su movimiento y la altura del mismo apenas era perceptible, lo cual contrasta con las propuestas que hacen Leonel Herrera Hernández (joven músico y bailarín, hijo de la maestra Hernández) y Vincent Velázquez, que hacen saltos bastante notorios en sus ejecuciones. Como hemos insistido, ambas propuestas retoman elementos de movimiento que informantes mayores indican formaron parte del código regional usado en el baile tradicional en el pasado; con ello, lo vuelven atractivo para las nuevas generaciones, pues al “complejizarlo” lo transforman en un reto corporal y expresivo que invita y propone.
Esta forma contrasta con lo que sucede al sur, en un espacio del occidente que conozco un poco mejor, pues tanto en Los Balcones, como en las Tierra Calientes, la Sierra y la Costa no he visto a los bailadores ejecutar estos saltos, a pesar de que hubo una constante migración de la Ciénega de Chapala y Los Altos a estas regiones, sobre todo siguiendo el cause del río Tepalcatepec y la del Coalcomán. No quiero sugerir que debieron mantenerlas en sus destinos de llegada, como lo hicieron con la tambora, que se mantuvo sólo en los repertorios religiosos; sino que, en las tierras del sur, el “salto” en el baile tradicional no es un movimiento que forme parte del repertorio dentro del baile, sino es una marca, de inicio y fin de la ejecución. Los únicos “brincos” que hay en los bailes de golpe, de tabla, y fandangos de las Tierras Calientes hasta la Costa, son lo que en algunos lugares llaman: “botón”, como nos explicó don Joaquín Regalado Maldonado, “El Perro”, de Zicuirán, nacido en 1933. Al iniciar un son, la pareja se coloca sobre la tarima/tabla/ artesa, algunos suben al instrumento de madera y para comenzar a bailar dan un salto y comienzan a zapatear, otros saltan desde la tierra a la madera y al caer comienzan a zapatear, en ambos casos el “chiste” es caer a tiempo con un acento de la música y mantener el ritmo del zapateo. De igual manera al terminar de bailar, se pega un salto, se cae en un acento y se detiene a la pareja tomándola del hombro, del codo o del antebrazo, indicando que se ha terminado la ejecución por parte del bailador a la bailadora, que en ése momento también para su zapateado. Ese movimiento de salto con acento rítmico sobre la tabla es lo que se llama “botón”, y sirve para indicar el inicio y fin de la ejecución del baile, pero no necesariamente de la música, pues es usual que siga la pieza musical y que las parejas se vayan relevando en el baile y la ejecución rítmica sobre la tabla/tarima/artesa. En los Balcones el salto para iniciar y terminar el baile existe, pero no se considera un movimiento “característico”, ni tiene un nombre definido, como sucede en la Tierra Caliente y en la Costa.
Tal vez por esta función de indicador de inicio y fin de ejecución, no se utilice como un elemento rítmico coreográfico en el baile tradicional de las regiones al sur del Bajío, donde ya es improbable que se pueda ver en sus espacios sociales de ejecución por la transformación abrupta de la tradiciones bailables en la región. Al sur del Bajío, en los municipios de Morelia, Acuitzio, Madero, donde se bailan jarabes, los códigos de movimiento forman parte de Los Balcones y no hay dentro de ellos el salto como un elemento rítmico coreográfico; pero ello no quiere decir que no formara parte de las posibilidades. Al norte, en las tierras de Guanajuato, es probable que en las sierras queden en algunos ranchos la tradición, pero no estamos en tiempos fáciles para adentrarse a buscar bailadores y bailadoras rancheras.
Será necesario pensar la razón de estos antónimos del movimiento que corresponden a espacios también imaginados como opuestos, Los Altos y la Sierra Gorda (arribeña) como opuestos al Bajío, Los Balcones y la Tierra Caliente. Unos espacios con salto dentro del baile y otros sólo en los extremos de la ejecución.
Es importante después de esta segmentación, pensar al baile en relación con la danza en los espacios regionales. ¿Hay saltos en las danzas? ¿Y qué relación guardan estos movimientos con el baile? Entre los p’urhépecha la Danza de Los Pukes (pukiecha, los pumas) tiene a los saltos como base importante de los movimientos; pero no he visto otras que los usen, ni entre los jñatjo (mazahua) y ñätho (otomíes), salvo los Xiitas (Viejos) del Mazahuacán, ni entre los nahuas de la costa, ni las danzas de moros y cristianos de la Tierra Caliente.
El salto no es un movimiento usual y que forme parte del discurso coreográfico ordenado en el occidente de México, como lo es, por ejemplo, en La Pluma. Viejos de la danza, “feos” (en las danzas p’urhépecha) y en general las danzas que representan a indios no “civilizados” o a elementos “salvajes” (tastoanes, pukiecha, apaches, toros, xhiitas, viejos) usan el “brinco”, el desplazamiento saltando como un elemento distintivo del desorden asociado con “el salvaje”, distinto al nos/otros los civilizados.
El salto lo hacen los otros sea toro, xhiita (ancestro), apache, indio bronco, puki, los que no forman parte del orden social. Me pregunto si esta característica presente en regiones donde la base poblacional no fueron, en principio, las poblaciones sedentarias mesoamericanas sería un movimiento estereotipado asociado a ellas. Aunque sabemos que una estrategia fue crear nuevos pueblos hacia el norte llevando a tlaxcaltecas, otomies y tarascos del centro del país, tal vez el “salto” de guamares, guachichiles, zacatecos y demás pueblos fue adoptado por los recién llegados e incorporado a sus formas de movimiento. A esta región arribó también población europea subalterna que llevó sus “gaitas”, “jotas” y otras formas expresivas de “alta danza”, donde el salto era una característica del código de movimiento. No podemos dejar de lado el uso del salto entre pueblos sudsaharianos de África, como los Masai, que durante sus festividades tienen una danza en que los jóvenes saltan continuamente sobre su sitio de manera elegante, como una forma de iniciación a la edad adulta.
El salto, el “brinco”, es entonces un movimiento que identifica a alteños y arribeños y los distingue de los abajeños.
Aquí les dejo un interesante video del Gobierno de San Luis Potosí, con grabaciones de huapangos arribeños con tablas plantadas en el suelo y formas “sencillas” de baile, lejos de la expectacularidad propuesta por los folcloristas; pero no nos confundamos con “sencillo” como fácil, o poco diestro.