La vida de don Juan Reynoso Portillo, el gran violinista de la Tierra Caliente, ha pasado ya a la leyenda, más que a la historia. Tiene a un excelente biógrafo como Isaías Alanís, quien con una pluma de literato nos aproxima a su espacio y a su tiempo de manera ágil, y que ahora se tiene una segunda edición después de un cuarto de siglo; sin embargo, cuando un historiador se aproxima a personajes legendarios hay un choque entre lo que la gente escribe en diarios, blogs y sitios electrónicos y los datos duros, entre la romantización y, a veces, la dura realidad histórica. Muchas veces las contradicciones son descartadas con rapidez por la gente de la región, sobre todo cuando se cuestiona lo que el personaje afirmó de su propia vida, ¿Quién va a saber más de la vida de alguien que aquel que ha vivido? Argumentar en contra de las personas pone a los trabajadores del tiempo y escritores de memorias en una posición difícil; es su palabra contra la de ella o la de él. Ante el dilema ético, de historiar o no, la respuesta siempre es sí, pero mediante un diálogo respetuoso con las personas que ya no están aquí.
Aprovecharé una anécdota de don Juan Reynoso Portillo para explorar ligeramente su genealogía. El violinista solía contar que debería apellidarse Betancourt, pero que, a él le gustaba más el apellido de su abuela paterna: Dorotea Reynoso, por tal motivo, tomó este apellido.
El 29 de febrero de 1892 compareció Blas Betancourt, casado, jornalero, de 40 años, vecino de la comarca de Santo Domingo, y declaró que el día anterior falleció el señor Basilio Betancourt de “gómito de sangre”. El finado tenía 30 años de edad, era jornalero, casado y del mismo lugar; dejó viuda a Dorotea Reynoso de 30 años de edad. Se trata de los abuelos paternos de don Juan y hasta aquí no parece haber contradicción con la narrativa usual; tal vez sólo preguntarse si, siendo tan joven, don Basilio murió de cáncer en el estómago, gastritis o úlcera péptica, o derivado de una insuficiencia hepática o cirrosis; pero como no fue atendido por un médico es difícil saberlo.
Doña Dorotea Reynoso murió el 6 de octubre de 1906, en la comarca de Santo Domingo, a los 45 años de edad, viuda, originaria del mismo lugar; la causa fue la “Cifiles”, según la sabiduría popular, enfermedad de transmisión sexual que, hasta 1928, cuando se descubrió la penicilina, era mortal y estaba muy extendida en la población del país. El cambio de la grafía se debe a que los secretarios de las oficinas del Registro Civil no siempre tenían las competencias necesarias.
No hay un registro de matrimonio de los padres de don Juan Reynoso. En Coyuca de Catalán, el 25 de noviembre de 1908, compareció Felipe Betancourt, mayor de edad, soltero, jornalero, originario y vecino de Santo Domingo; quien presentó a una niña que nació el 20 del mismo mes, a quien puso por nombre y apellido “Reymunda” Portillo, hija natural de Luisa Portillo, mayor de edad, soltera, originaria de Arroyo Grande y vecina de Santo Domingo. Aparece como “hija natural” porque no hay matrimonio civil, pero tampoco eclesiástico.
El día 24 de junio de 1912 nació en Santo Domingo, J. Juan, “hijo natural” de Luisa Portillo, quien fue bautizado hasta el 16 de enero de 1913, en la iglesia parroquial de Santa Lucía, en Coyuca de Catalán. El pago de los derechos, para gente que vive en la pobreza, en comunidades rurales, siempre ha sido un problema y por ese motivo los registros ante el Estado y la Iglesia, siempre se retrasan. Por las fechas, don Juan no pudo convivir con su abuela paterna, pues murió 6 años antes de que él naciera.
La presentación ante las autoridades municipales se hizo en el pueblo de Zirándaro el 31 de diciembre de 1914, al año y medio de ocurrido el nacimiento. Ahí compareció el ciudadano “Felipe Reynoso” y presentó para su registro:
... a un niño vivo que nació en El Ancón de Santo Domingo, a las cinco de la mañana del día 24 de junio de 1914, a quien pusieron por nombre Juan Reynoso Portillo, hijo legítimo del compareciente y de María Luisa Portillo. Fueron sus abuelos paternos: Basilio Reynoso y Dorotea Betancourt y maternos Pedro Portillo y Andrea Mondragón.
No hay duda de que se trata de los padres y abuelos de don Juan, pero los apellidos están cambiados. La pregunta tiene una respuesta enredada, pues, desde la creación del Registro Civil, en 1859, y motivado por la disputa con la Iglesia católica, el Estado mexicano sólo reconocía como hijos “legítimos” a los que procedían de matrimonios civiles, en tanto que la Iglesia procedía de la misma manera, sólo aparecen como hijos “legítimos” los que eran habidos en parejas con matrimonio eclesiástico; así que para uno, los hijos “naturales” eran los que no procedían de matrimonio registrado ante el juez y para la otra, los hijos “ilegítimos” eran los que no procedía de parejas casadas por un sacerdote. Era usual que, para “distinguirlos”, los hijos que caían en estas categorías tuvieran los apellidos invertidos, usando primero el apellido de la madre y luego el del padre. Esta es la razón por la cual don Felipe aparece a veces como Betancourt y a veces como Portillo.
El inicio de El Guache Juan en la música la podemos conocer de propia voz. A principios de los años 80, el profesor Marco Antonio Bernal Avellaneda, excelente bailador, se hizo compadre de don Juan Reynoso; a partir de ahí, además de fotos, grabaciones en casete de audio con entrevistas y de videos de fiestas. El profesor Bernal documentó una buena parte de la música y los músicos de la Tierra Caliente. Ése archivo quedó en posesión de su familia, pero hace más de una década nos compartió un casete, y de ahí transcribo:
MAB: -¿Qué recuerdos guardas de tu infancia?
JRP: -¡Ay! compadre, qué te puedo contar... mis principios fueron de un... yo soy de una cuna pobre; de cuando vivían mis padres, yo soy un hombre pobre y hasta la vez. Y creo no dejaré nunca de ser pobre...mi niñez fue una cosa pobre, me acuerdo cuando lazaba a los becerros, jineteaba a los becerros, y andaba por ahí jugando canicas, y empecé yo pobre, pobre quiero decir porque que ni mi violincito compré siquiera. Un violín, que por cierto, se robó un muchacho que le decíamos por mal nombre El Machete. Se llamaba Fernando. Ese muchacho estaba ahí en la casa con nosotros. Ese le pidió a mi padre unos dos pesos para ir a la Semana Santa a Pungarabato [Ciudad Altamirano], que antes era Pungarabato. Y se los dio mi padre y con eso fue allá a la Semana Santa y ya allá vino a dar acá con ése violincito. Y hasta nos peleábamos por el mentado violincito. Total, también el se enseñó, también según él y según yo, se enseñó a tocarlo, pero no le gustó, no... para quedarse con ése destino, y yo si me ha gustado, hasta la vez y sólo muerto dejará de gustarme.
Don Juan inició tocando niño:
Pues yo con ése violincito que me llevó El Machete, tendría yo unos 8 años, a lo más. Si solo me las pescaba [las piezas] nomás oyendo tocar ahí a los que les tocaban a los niños que se morían. Si parvulitos que se les decía, algunas gentes así lo entendemos.
De manera pícara recuerda que el primer son que sacó fue El Tejoncito, un son con doble sentido:
Tejoncito, tejoncito
¿dime quién te bautizó?
¿Quién te puso tejón de habas?
Para que te cante yo.
Salta pa’ abajo,
salta pa’ arriba.
Ya te jodiste
Tejón carajo.
El inicio formal empezó casi de inmediato, su padre, don Felipe, quien además de barquero tocaba la guitarra tuá, panzona, o vieja, lo apoyó, llevándolo a aprender a tocar con sus primeros maestros.
Ya que estaba yo empezando a tener uso de razón, estaba yo poniéndome muchacho, ya empecé a aprender otras piezas que les escuchaba yo por ahí les escuché a don Panchito Rosas, a don Tino Mendoza. por ahí a esa gente. Don Tino Mendoza fue un señor que vivía en El Ancón de Santo Domingo, era mi vecino, tocaba el violín y pues se apretaba, tal vez yo lo enfadaba, un chamaco es latoso. Mi padre me llevaba y a veces sin que él me dijera pues yo iba a enfadarlo allá.
“Panchito” Rosas fue ya Pungarabado, en Altamirano, entonces se llamaba Pungarabato. Entonces yo ya estaba muchacho, pero era el muy del gusto para tomar, muy borracho y a veces tenía tiempo de darme instrucciones de la música y a veces no tenía campo, las mas veces no tenía o se iba a tocar con sus compañeros y me quedaba solo, y me iba ahí por ahí con un señor que se llamaba Catarino Real y empecé a tocar con ése de ahí de La Costita, por el barrio de La Costita ahí en Pungarabato.
Don Catarino Real fue violinista, invidente, nativo de Tlapehuala, o de Totolapan, y vecino de Pungarabato, pero murió en Huetamo. Se acompañaba de don Romualdo Alonso, “manco”, y así aparece en el Censo Nacional de 1930. Como sucede en otros casos de músicos don Catarino Real nunca se casó formalmente; pero tuvo varios hijos con distintas mujeres. Al segundo lo llevó a registrar el 14 de febrero de 1922 (por los años en que aprendía con él don Juan Reynoso). Entonces aparece como de 25 años, soltero, filarmónico, “de raza indígena”, mexicano, originario y vecino de Pungarabato. Lo llamó Amadeo, y como era usual no aparece el nombre de la madre.
El maestro que dejaría una honda huella en Juan Reynoso Portillo, y al que acompañaría más de una década, fue don Isaías Salmerón.
Solamente conocí [de compositores] a don Isaías, porque yo me la vivía ahí en su casa de él, ya no en Tlapehuala, porque él se vino de Tlapehuala, a vivir a Coyuca, y ahí estuve yo con él aprendiendo música.
Empezó muy joven en el sistema de aprendizaje tradicional, que pasa de aprendiz, a músico y termina como maestro. Al maestro además de respeto, no se le exigía paga al acompañarlo en sus compromisos, se le ayudaba en su trabajo, ya en el campo (a barbechar, sembrar, escardar, pizcar, a cuidar las vacas), a reparar la casa, todo ello con el afán de pagarle sus enseñanzas.
Cuando yo empecé a andar juntamente con él [Isaías Salmerón], he de haber tenido como unos 12 años [1924], andaba unos seis meses, unos dos, tres meses, y como no me compraba ropa y no me ganaba un cinco con él, y no ganaba nada con él, y necesitaba yo ... así que yo tenía necesidad de trabajar aparte para poder comprarme un sombreo, unos guaraches, ropita verdad y no tenía, y este ... como no ganaba nada con él, necesitaba andar temporaditas, temporaditas, tenía que trabajar y separarme de él.
En el Censo Nacional de México, de 1930, aparece la familia [Betancourt] Reynoso Portillo, viviendo en Ámuco de La Reforma. En la casa vivía Felipe “Reinoso” [sic.] de 60 años, casado con Luisa Portillo de 50, y su hijo Juan “Reinoso”, de 20 años, “filarmónico”. El término filarmónico se usaba para los ejecutantes de música que sabían leer y escribir música, en tanto el de “músico” para los líricos; sin embargo, tal vez por la habilidad con el violín, Erasmo Santa María, el empadronador, lo anotó como tal. Si uno revisa el censo se sorprende la cantidad de músicos que aparecen con el oficio, a diferencia de otras regiones de la Tierra Caliente, donde había músicos, pero aparecían usualmente como “campesinos”, “jornaleros” o “artesanos”.
Podríamos seguir, pero entonces tendríamos “otro relato biográfico” como el de Isaías Alanís. Ya habrá tiempo y espacio.
Don Juan no murió el 17 de enero del 2007. Se volvió raíz, se hundió hondo en esa tierra entre cerros y ríos, que los antiguos michoacanos llamaban metafóricamente: La casa de plumas de papagayo...